Comienzan a aparecer los resultados de los primeros estudios y encuestas sobre el impacto de la Inteligencia Artificial en el tejido económico a lo largo de 2020, el año de la pandemia. Para empezar no aparece una implantación masiva, ni una inversión abrumadora de las empresas españolas en nuevas tecnologías, salvo un primer momento en el que el confinamiento obligó a replantearse la actividad económica de muchas empresas.
Es cierto que la pandemia del COVID-19 ha obligado a algunas empresas a cambiar sus reticencias ante la utilización de la IA y, de hecho, aquellas empresas que han tomado medidas encaminadas a la digitalización de partes sustanciales de sus actividades han conseguido mejorar sus resultados económicos.
Aparece como una tendencia consolidada el aumento de las diferencias a favor de las empresas de alto rendimiento, es decir aquellas que consiguen buenos resultados aprendiendo a adaptarse a los cambios acelerados, consiguiendo que tanto sus trabajadores como sus clientes se encuentren satisfechos, a base de apostar por la innovación y la mejora de sus sistemas productivos.
Casi dos de cada tres empresas de este tipo han invertido más en Inteligencia Artificial y han conseguido mantener, o mejorar, sus resultados en tiempos muy complicados como los que seguimos viviendo. Sectores como los servicios financieros, seguros, sanidad y algunas industrias, como la automoción, han invertido con mayor intensidad en IA.
Otra constatación importante es que son ya más de la mitad las empresas que utilizan la Inteligencia Artificial en alguna de sus actividades productivas, o comercializadoras, aun cuando sólo se trate de la venta online. Los estudios ponen de relieve que las empresas valoran cada vez más la incidencia positiva de la implantación de la IA y son conscientes de que aumentan sus posibilidades de mantener o mejorar los resultados y evitar las pérdidas.
Son precisamente las empresas de alto rendimiento las que obtienen mejores indicadores en los estudios en cuanto a las posibilidades de obtener buenos resultados. La inversión en IA necesita de cambios en la organización del trabajo, haciéndolo más flexible y apostando por cualificar a los trabajadores en la utilización de nuevos instrumentos y herramientas tecnológicas y gestión de nuevos procesos.
Cada día es más importante la formación permanente, la captación de personal cualificado, entre el que no deben faltar personas formadas para gestionar el uso y el análisis de grandes datos que permita explicar los resultados y establecer modelos predictivos. En ello se encuentra la base para que las decisiones se sustenten en los hechos y resultados reales, de forma que permitan el mantenimiento y mejora de la actividad económica de la empresa.
Adquieren también mayor importancia las condiciones de trabajo, las buenas prácticas, la convicción de los responsables de la empresa, el compromiso de los trabajadores, los análisis multidisciplinares y las decisiones compartidas, la adecuada regulación del teletrabajo. Invertir en equipos humanos es tan importante como hacerlo en equipos informáticos, o invertir en resolución de conflictos tan importante como en compra de software.
En la mayoría de las empresas la Inteligencia Artificial ha tenido consecuencias importantes en los departamentos comerciales, de publicidad, de compras y provisión de recursos, o en las finanzas, aunque la introducción de la IA también supone asumir nuevos riesgos en materia de gestión de la privacidad de clientes y trabajadores, problemas de mala utilización sesgada de los algoritmos, muchas veces no buscados, pero que pueden inducir a decisiones erróneas y todo ello sin tomar en cuenta los problemas de ciberseguridad abundantes y frecuentes.
Estamos ante cambios que ya no tienen vuelta atrás. La pandemia no ha producido una gran transformación hacia la utilización de la IA, salvo los excelentes resultados de las grandes compañías tecnológicas y unos momentos iniciales de asombro y expectativa. Tampoco juega a favor la existencia de un tejido empresarial mayoritario de microempresas y pequeñas y medianas empresas.
Sin embargo la COVID-19 sí ha supuesto la toma de conciencia generalizada, tanto de empresarios como de trabajadores y trabajadoras, sobre la necesidad de adaptar nuestras empresas a una nueva realidad que exige un proceso de transición negociada y de incentivos para avanzar hacia la digitalización, con todas sus ventajas e inconvenientes, con todas sus oportunidades y sus riesgos.