La España invisible y vaciada

Venían de la cara oculta de España. Decenas de plataformas de organizaciones de la mitad del país se habían organizado para acudir a Madrid un domingo. Llegaron por decenas de miles, da igual ahora reseñar si fueron un centenar de miles,  algunos menos, o algunos más.

Fueron convocados en torno a un tema, La Revuelta de la España Vaciada, que pilló desprevenida a la clase política de la Villa y Corte, embarcados como estaban en asuntos de mucha enjundia e importancia, como los lazos amarillos, el color de las banderas, si hay muchos o pocos inmigrantes, o si hay que tener, o no, una pistola en casa.

Tan entretenidos andaban en estas disquisiciones, que todo fue confusión al ver desembarcar a miles de manifestantes, bien arropados por la prensa. Se pusieron nerviosos, salieron corriendo a aferrarse a alguna pancarta para salir en la foto. En plena precampaña electoral, los equipos de campaña tuvieron que improvisar hasta una indumentaria lo más adecuada posible para intentar recibir a eso que los medios llaman mundo rural.

Para mayor complicación, tras meses y meses sin una gota de agua en la capital, la mañana se presentó lluviosa, lo cual no arredraba a quienes se manifestaban, acostumbrados a estos caprichos del clima, pero acabó empapando la cazadorita de ante de algún que otro candidato. En todo caso, los aspirantes se  afanaron por presumir de sus orígenes agrarios, más o menos lejanos en la familia.

De pronto, al calor de la marcha, descubrimos que el 90 por ciento de la población española, se concentra en el 30 por ciento del territorio, mientras que el 10 por ciento restante ocupa el 70 por ciento de la superficie de España. En la mitad de los municipios españoles la densidad de población es la que demográficamente podríamos calificar de desierto. Y no es sólo que la gran mayoría de los pequeños municipios pierda población, es que las ciudades de menos de 50.000 habitantes también lo hacen.

Hemos caído en la cuenta en estos días, de que hay muchos lugares de España en los que se vive sin un médico al que puedas visitar a diario. Sin escuela, farmacia, tienda, entidad bancaria, panadería, oficina de correos, conexión telefónica, o de internet, librería, biblioteca, transporte público. No hay escuelas infantiles, ni atención a la dependencia que merezca tal nombre, ni residencias para personas mayores. No hay casi niños, no hay pediatras. No hay nuevas empresas, ni nuevos empleos.

Son lugares donde se pagan los mismos impuestos que en el resto del territorio, pero donde no se reciben los mismos servicios. Son esa patria de la que no se habla, oculta como queda tras tanta bandera, bandería, lazo, lacito y portaestandarte mediocre.

Como bien explicaban los manifestantes, a quien quisiera escucharles, decir España vacía daría a entender que estamos ante un fenómeno histórico casual, fortuito, fruto de un accidente imprevisto, inesperado. Y eso no es así. España ha sido vaciada por dentro de forma intencionada. Concentrando su población en unas cuantas ciudades del centro y en una turistificada periferia.

El mercado en el que se han transformado los servicios públicos, entregados durante décadas a la gestión de empresas y organizaciones “sin ánimo de lucro” de carácter privado, no tiene interés alguno en atender necesidades en las que no hay beneficios seguros y rápidos.

Los promotores de la Revuelta han sabido aprovechar el momento electoral para venir a Madrid y plantear sus reivindicaciones y exigencias. Casi un tercio de los diputados y diputadas de toda España se eligen en esos territorios hoy amenazados por la desertización.

No hay partido que se sitúe frente a estas reivindicaciones. Alguno se ha atrevido a improvisar algunas medidas entresacadas de su programa electoral, aunque hubieran sido escritas para otra cosa. Para algunos partidos, propuestas como bajar impuestos valen para un roto y para un descosido.

Dejarán pasar la manifestación con la esperanza de que la campaña apague los rescoldos y, tras las elecciones, ya veremos. Pero estas gentes que llegaron a Madrid no parecen dispuestas a dejar que el tiempo pase sin soluciones para sus problemas. Tampoco el resto de la ciudadanía deberíamos permitir el olvido.

Quienes resulten elegidos en las próximas elecciones para gobernar este país harán bien en ponerse a la tarea de romper una de las más pertinaces maldiciones de España. Porque no es la España profunda la que vive en los campos y montes vaciados. La España profunda sigue siendo aquella otra que anida en la incapacidad  y la negligencia de nuestros gobernantes para hacer frente a los males que nos atenazan desde hace siglos. Uno de ellos el de la España interior condenada a la desertización y la pobreza.

Se me ocurre que ese mal, al que nuestros pensadores denominaban genéricamente la cuestión agraria, íntimamente vinculada a la cuestión social, que atenaza nuestros pueblos. Unos males no tan distintos a los que padecen  muchos de los barrios de aluvión que se fueron formando en las grandes ciudades, impidiendo la igualdad y la libertad efectiva de la ciudadanía .

Pienso que ya va siendo hora de tener un buen gobierno que se ocupe de estas cosas, en lugar de hacernos perder el tiempo, la ilusión y la paciencia. Esa es España, esa es la patria, señorías y no cuatro trapos colgados en los balcones, sean del color que sean. No la olviden.

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