La EVAU, o el fracaso del sistema educativo

Tan sólo en la Comunidad de Madrid más de 38.000 alumnos se enfrentan durante estos días a las pruebas de acceso a la Universidad, que en unos sitios llaman EVAU (Evaluación para Acceso a la Universidad) y en otros EBAU (Evaluación de Bachillerato para Acceso a la Universidad).

Madrid siempre supone entre el 10 y el 15 por ciento de cualquier cosa que se mueva en España. No es una regla matemática, ni tampoco inflexible, pero en términos de EVAU significaría que en el conjunto de España varios cientos de miles de jóvenes se enfrentan a esta prueba que demuestra el fracaso del sistema educativo español.

Me explico. Si el sistema educativo español funciona adecuadamente no tiene explicación que para acceder a la universidad se utilicen otras notas y otras pruebas que los muy abundantes exámenes y las muy numerosas notas obtenidas por nuestras alumnas y alumnos a lo largo de su etapa escolar.

La justificación de una prueba angustiosa como la EVAU puede proceder de varias circunstancias. De una parte las dudas que algunas universidades pueden tener con respecto a los expedientes académicos obtenidos en la enseñanza secundaria.

De otra parte, de esas noticias cada vez más abundantes y esa sensación instalada en el imaginario de las familias de que llevar a tus hijos a un colegio privado, aunque sea concertado, permite llegar a la universidad con mejores notas en el expediente académico. La nota tenía un precio.

Si estos dos supuestos fueran ciertos, la EVAU, con casi unas medias de un 95 por ciento de aprobados, el 99 por ciento en algunas regiones, con sus famosas pruebas maratonianas a lo largo de tres días consecutivos, serviría de bien poco para enmendar el entuerto. Sería un lavado de cara que puede terminar produciendo más injusticias que beneficios.

Si el sistema educativo velase realmente por la igualdad contaría con los mecanismos necesarios para que las evaluaciones ordinarias fueran justas, equitativas y equilibradas en todos los centros educativos, independientemente de su titularidad.

Las notas finales serían fiel reflejo de los conocimientos y el esfuerzo de nuestro alumnado. La EVAU supone, en parte, admitir que esto no es así y admitir la sospecha de que existen centros que inflan las notas, significa reconocer el fracaso del sistema.

Un alumno que hubiera culminado sus estudios con notas medias de 10, menciones honoríficas y matrícula de honor se habría asegurado, de entrada, 6 puntos sobre 14 en la EVAU. El resto depende de los exámenes a los que se va a someter sobre asignaturas obligatorias y optativas. Toda una vida dedicada al estudio, literalmente y tantos años de esfuerzo continuado valen poco más del 40 por ciento en la valoración global de la EVAU.

Nuestra Constitución habla de mérito y capacidad, pero la EVAU es el cuestionamiento de los principios de igualdad, mérito, capacidad y hasta de los de transparencia y seguridad jurídica. De hecho la EVAU no es la misma en cada Comunidad Autónoma, aunque sus resultados habilitan para moverse por todas las universidades del país.

Cualquier profesor, o padre sabe que Segundo de Bachillerato se ha convertido en un curso al servicio de la preparación de la EVAU. En cada asignatura el profesorado se ve abocado a convertirse en un preparador de oposiciones, entrenador, coach, instructor, adiestrador, con un objetivo exclusivo: superar la EVAU. La educación, el placer del aprendizaje pasan a un muy segundo plano.

Cabe también, por lo tanto, la posibilidad de que tras la EVAU se esconda tan sólo el deseo de vigilar, castigar, humillar, controlar. Deseos, en definitiva, que se persiguen desde cualquier tipo de poder. De hecho, nos han habituado a no cuestionar la EVAU, considerarla como una especie de prueba de paso definitivo a la juventud, un rito de iniciación en el mundo de los adultos.

Estas pruebas iniciáticas se desarrollan en las universidades. Los medios de comunicación sitúan sus efectivos a la puerta de las facultades para transmitir las imágenes de las aulas repletas, las opiniones de los alumnos que se someten a las pruebas, las horas de estudio previas en bibliotecas repletas de jóvenes. Luego, tras este tercio de banderillas, vendrán los años de universidad y al final un trabajo muy competitivo y poco cooperativo.

El Gobierno se planteaba, antes de la convocatoria de elecciones, una nueva EVAU, más fácil, con menos exámenes, con una prueba de “madurez académica”. Ya veremos en qué queda esa propuesta tras las elecciones, pero cambiar el modelo no significa acabar con el problema de raíz.

Una nueva EVAU, en esas nuevas condiciones, supondrá un nuevo fracaso de un sistema, más líquido, menos evidente, aparentemente más suave. Pero el problema subsistirá, la desigualdad, el trato injusto, el desprecio a los méritos y el esfuerzo, seguirán campando a sus anchas, mientras la educación deja de estar al servicio del amor al aprendizaje.

Hubo un tiempo en el que nuestra sociedad lo intentamos y lo hicimos mejor. No siempre acertábamos pero no nos rendíamos. Seguro que ahora también podemos hacerlo mejor. Seguro que no es demasiado tarde y no está todo perdido.

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