De nuevo el mundo se enfrenta a una encrucijada. No es la única que ha vivido, ni será la última para el planeta, aunque no está claro si lo será para esta especie de Homo Sapiens que destronó a los Neanderthales, que se las habían apañado razonablemente bien durante varios cientos de miles de años, hasta nuestra llegada.
La encrucijada que vivimos tiene de todo para alimentar el miedo al colapso. Calor, tormentas, desastres naturales, desertización, incendios. Todo lo que hemos dado en llamar cambio climático. Un riesgo del clima que se suma a los generados por un capitalismo autodestructivo y a fenómenos emergentes y cada vez más frecuentes como las pandemias y la aparición de nuevas enfermedades.
Las mismísimas Naciones Unidas, con tan escaso éxito como cuando intentan poner paz en Ucrania, o en Palestina, aprueban a regañadientes de muchos países medidas, propuestas, objetivos, en sucesivas conferencias del clima propiciadas en países abiertamente destructores de los recursos del planeta.
La gran propuesta es una Transición Verde que solucionaría de raíz los problemas y, mientras tanto, da de comer a un ingente número de empresas, corporaciones y organizaciones que se han especializado en contarnos la fábula de una nueva sociedad y una nueva economía a la que hemos cargado con la etiqueta de verde.
Una de las consecuencias es que todos los trabajadores (y trabajadoras), se verán obligados a adquirir nuevas y muy superiores competencias digitales y medioambientales. Quienes las consigan tendrán, al parecer, infinitas oportunidades de empleo en el corto plazo.
Millones de nuevos empleos nos esperan en los próximos años en sectores como el agua, las nuevas modalidades de construcción, la gestión de residuos, o la energía. También la logística y los servicios se beneficiarán de un impulso inmediato y decisivo.
Sin embargo, en aquellos sectores menos “ecológicos”, los empleos desaparecerán, como es el caso del carbón, o las energías fósiles. Grandes oportunidades se avecinan para hombres y mujeres por igual, al calor de los Pactos Verdes, regionales, o mundiales.
Es el paradigma de una Transición Verde: Una nueva economía hará posible una nueva sociedad. Serán necesarios nuevos empleos y necesitaremos nuevos procesos de formación en nuestro sistema educativo. Lo verde y lo digital son las dos palabras mágicas que compendian toda la innovación y la capacitación necesarias para tener éxito y solucionar los problemas.
Eso sí, es necesario que todos aceptemos esa lógica verde y digital. Es necesario que colaboremos como buenos ciudadanos. Y además es urgente actuar en todos los órdenes. Desde lo económico, a la formación y a las nuevas formas de vida y de convivencia. Se nos pide velocidad en el cambio y capacidad de mantener un ritmo constante, como de maratón.
El problema es que es difícil soplar y sorber. Es complicado ganar en los 100 metros y afrontar un maratón. Y aún más cuando estas estrategias de transformación van a ser lideradas por grandes corporaciones dispuestas a impulsar la sostenibilidad y la responsabilidad social sin perder un céntimo de beneficios.
Por el momento, la gran transformación que se está produciendo consiste en convertirnos en seguidores de los greenfluencers, capaces de contar con pasión la fábula de la gran Transición Verde y Digital. Capaces de vender los experimentos de las grandes corporaciones químicas, farmacéuticas, energéticas, electrónicas, constructoras, implicando a los gobiernos en la financiación y en la formación.
Otro de los problemas es que el nuevo paradigma de una economía verde, sostenible, digital y circular pinta bien en Europa, o en Norteamérica, pero deja mucho que desear en América Latina, África, o numerosas zonas del continente asiático, donde reciben ingentes exportaciones de la contaminación que les mandamos.
No todo va a ser críticas y malas noticias. Claro que el cambio climático existe. Claro que los recursos del planeta se agotan. Claro que el capitalismo nos encamina a un colapso de la civilización. Pero también es cierto que puede que tengamos alguna oportunidad si sabemos aprovechar bien las nuevas tecnologías y la formación para aportar respuestas y soluciones que todos podamos compartir.
Pero para ello deberemos aprender a vencer la mentira expresada en la fábula de que todo es posible a base de nuevas tecnologías y de poner en marcha una nueva formación, porque todo dependerá de cómo las utilicemos y al servicio de quién las pongamos y lo cierto es que, por ahora, los pobres participamos en una guerra que, como dijo Warren Buffet, vamos perdiendo.