La incompetencia tiene premio

La incompetencia política es una de las condiciones imprescindibles para que los pícaros, prevaricadores, negociantes y expertos en corruptelas y en corrupciones, se salgan con la suya. Frente a ellos los pobres ciudadanos y ciudadanas tienen poco que hacer, pero no todo está perdido aún con los pocos medios de los que disponen.

Conozco un grupo de mujeres valientes en La Cala del Moral que han salido a las calles a defender las moreras que el ocurrente y dicharachero alcalde de El Rincón de la Victoria (Málaga) ha decidido arrebatarles para plantar especies foráneas como las palmeras que, las pobres, ni árboles llegan a ser. Las locas de la Cala llaman algunos a esas mujeres, entre amenaza y amenaza.

Esta operación de talar moreras en una cala que lleva dicho nombre para plantar palmeras debe ser un buen negocio, que también parece que ha emprendido el alcalde de Málaga, del mismo signo político. Tal vez están invirtiendo en futuro, en el suyo, se entiende.

Bien puede ser que cuando terminen de ser políticos se conviertan, gracias a las puertas giratorias, en expertos en replantar y “revitalizar” zonas paisajísticamente degradadas para convertirlas en selvas tropicales regadas con las cada vez más escasas aguas que ahora anegan los campos de golf.

Otros pocos vecinos, también mayoritariamente vecinas, en este caso en Tetuán de las Victorias (de nuevo a vueltas con la Victoria), en Madrid, han acometido la quijotesca y descabellada idea de defender una morera, sólo una, acorralada en la calle Alberdi por las ansias urbanizadoras del Ayuntamiento de Madrid, algunos grandes bancos y un puñado de importantes constructores y promotores inmobliarios.

Ahí se han lanzado a defender la morera, recoger firmas, programar actos y recitales, exigir a los políticos que se salve la morera de Tetuán. Las brujas de Tetuán las llaman los mentores de la especulación.

Algunos medios de comunicación han tomado buena nota de que esa solitaria morera representa en sí misma la lucha vecinal contra brutales operaciones especulativas como la Operación Chamartín, reconvertida en Madrid Nuevo Norte, o la del Paseo de la Dirección. Millones de metros cuadrados de viviendas, oficinas y servicios comerciales, para desequilibrar aún más el Norte y el Sur.

Unos pocos vecinos que viven en las inmediaciones de la Estación de Atocha, mirando hacia las vías del tren, han visto cómo los responsables de ADIF, con permiso, aliento y acuerdo del alcalde de Madrid, levantan un muro frente a sus ventanas para evitar, o eso dicen, los ruidos de los trenes.

El problema es que el vergonzoso muro no quita los ruidos, ciega las vistas y condena a jóvenes, mayores y niños, entre ellos los de la cercana Escuela Infantil de las Nubes, a vivir en un patio carcelario, sombrío y triste. Eso sí, el negocio de construir el muro terminará alimentando los bolsillos de alguien.

Los políticos municipales no van a reconocer el error, los responsables del Ministerio de Transportes nunca consultan a los vecinos. La ministra, que paró obras similares en Cataluña, no mueve un dedo en Madrid, porque allí era alcaldesa y aquí es ministra que termina comiéndose lo que la Presidenta de ADIF decida.

Así están las cosas por las tierras de España, amigos. Más o menos como estaban en los tiempos del Mío Cid, cuyo autor se veía obligado a exclamar, ¡Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor!

Porque ese es el problema, que hemos dado por entendido que la incompetencia tiene premio y que el que llega a un puesto en la política puede  tener un margen de trapicheo por el bien suyo y ejemplo para todos.

Hemos aceptado sin más que, en el caso de la política, el criterio general de presunción de inocencia se transforma en que todo político es culpable de corrupción mientras no demuestre lo contrario.

Menos mal que unos pocos vecinos, muy mayoritariamente vecinas, defienden unas moreras, una morera, o las vistas abiertas al horizonte de unos trenes que salen de Atocha hacia otros lugares donde otras vecinas defienden otras vistas y otras moreras.

Comienzo a pensar que en esta España, pese a todo, no todo está perdido.

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