Cada periodo histórico, cada civilización emergente, decadente, o empoderada, utiliza palabras que la definen. Se comporta como lo hacen las profesiones que buscan las terminologías que confieren cierto carácter mágico a quienes esgrimiendo esas palabras rituales, nuevas, o renovadas, se reconocen entre sí como parte del mismo grupo y crean un círculo dentro del cual se sienten seguros.
En cada caso sólo intentan apuntarse al juego que tan bien explica Humpty Dumpty en el hermoso libro de Alicia a través del espejo,
-Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
Quien tiene el poder, el poder absoluto, el poder verdadero, crea con la palabra. En cada caso, los seres humanos quieren hacerse partícipes del poder creador de Dios a través de la palabra,
-Y dijo Dios, hágase la luz y la luz fue hecha, vio Dios que la luz estaba bien y apartó Dios la luz de la oscuridad y llamó Dios a la luz “día” y a la oscuridad la llamó “noche”.
Porque desde el génesis de nuestra cultura estamos convencidos de que participamos de alguna manera de este poder creador, aunque en esto hay dos versiones y dos secuencias distintas del momento de la creación del hombre y su papel en el universo.
En el capítulo 1 del famoso libro del Génesis (ese libro de la Biblia, versión ecléctica de todos los mitos de la creación que circulaban en torno al pueblo judío), Dios lo crea todo y al final crea al ser humano, a su imagen y semejanza, macho y hembra los creó, dándoles poder sobre el planeta y la Naturaleza toda.
Hay que esperar al capítulo 2 para leer una segunda interpretación según la cual el hombre, entiéndase ahora macho y sólo macho, es creado, colocado en el Jardín del Edén y tan sólo entonces es cuando Dios crea los animales y concede a Adán la potestad pseudocreadora de ir dando nombre a cada animal, o ave del cielo.
A fin de cuentas se conciben los animales como ayudantes del hombre, aunque el mismo Yahveh reconoce que no es bueno que el hombre esté sólo y decide, entonces, crear a la mujer, la última en ser creada, de una costilla de Adán y a la que termina dando nombre también,
-Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer porque del varón ha sido tomada.
La versión feminista, la primera, la machista después, el ser humano parte de la Naturaleza, al principio, el hombre, el macho, que participa en la creación dando nombre y que se sitúa por encima de la creación, en la segunda versión. Así, desde el principio, en la historia del ser humano. Así, desde el principio, el poder de la palabra, desde el Génesis a Lewis Carroll.
La civilización del coronavirus también se ha iniciado, como todas las anteriores, con nuevas, mágicas y poderosas palabras que intentan crear una nueva realidad. Algunas de esas palabras han venido a instalarse como artefactos en mitad del paisaje desolado.
Palabras que existían, pero que no formaban parte de nuestro vocabulario, nuestro imaginario, nuestra forma de entender, aprender y aprehender el mundo, palabras como zoonosis, covid, coronavirus, colapso de las urgencias, colapso hospitalario, vacuna, paciente cero, pangolín, wuhan, gripe española, proteínas, sars, incubación, mers, inmunidad, aplanar la curva, mascarilla, gel hidroalcohólico, palabras que ayudan a entender la situación que estamos padeciendo.
Hay otro grupo de frases que han resultado exitosas en casi todo el planeta, menos allí donde los negacionistas han causado furor y provocado una expansión descontrolada de la pandemia, como Brasil, o Estados Unidos. Entre ellas las 3M (lavado de Manos, guardar distancia de Metros, usar Mascarilla), un lema que todos hemos entendido en cualquier parte del mundo, los japoneses traducen las 3Mcomo las Tres Mitsus que hay que evitar: los espacios cerrados (Mippei), la cercanía personal (Missetsu) y frecuentar actos multitudinarios (Misshu). Otra manera de cuidar la prevención de los contagios.
Hay otras palabras, frases, conceptos, cargados de intencionalidad, de esos que se formulan de una manera y no de otra, en función de nuestras características y preferencias sociales y culturales y de acuerdo con los efectos que se pretenden conseguir en la población. Me refiero a palabras, o conceptos, como esfuerzo colectivo y solidario, que se traduce en el lema institucional,
-Este virus lo paramos unidos.
Lo cual no ha impedido que hayan proliferado las multas, la vigilancia y las sanciones, al tiempo que un desmadre desbocado y desigual se ha apoderado de la sociedad con la desparición del estado de alarma.
Los japoneses, por continuar con el ejemplo, no han necesitado palo ni zanahoria, porque su palabra mágica ha sido el autocontrol, ese concepto oriental que viene de tantos siglos de opresión de la colectividad sobre el individuo, tantos siglos de desastres naturales sólo superables mediante el control autoimpuesto que te hace usar una mascarilla, mantener metros, huir de las concentraciones multitudinarias, sin que nadie te persiga, sin que nadie te lo imponga, sin estado de alarma.
En nuestro caso hacer llamamientos al esfuerzo colectivo y solidario ha resultado tener efectos limitados, cuando el famoso estado de alarma ha dejado paso al,
-Salimos más fuertes,
que nos ha llevado de cabeza a la confianza en eso que se ha dado en llamar Nueva Normalidad y a la multiplicación de los contagios.
Aquí está otra de las grandes ideas fuerza que se han movido durante los momentos de mayor impacto de la pandemia. A estas alturas, hasta la UNESCO cuestiona el concepto de Nueva Normalidad, porque lo que nos espera en el futuro no puede ser lo mismo que tuvimos en el pasado con gel hidroalcohólico y mascarilla, sino que la pandemia debería ayudarnos a intuir otros mundos posibles y mejores.
Deberemos prestar mucha atención a las palabras que intentan representar, crear, construir el nuevo mundo que se avecina, sobre todo para que esas palabras signifiquen lo que nosotros queremos, ni más ni menos, en lugar de que, una vez más, sean otros los que nos hacen un mundo a su medida y a nuestras espaldas.