Los mayores y la pandemia no son el pasado

La pandemia desbordó cualquier previsión de las instituciones y organizaciones sanitarias internacionales. Los grandes consorcios farmacéuticos inventaron en tiempo record vacunas que algunos expertos no consideraban auténticas vacunas y no pocos gobiernos han aprovechado la pandemia para adoptar nuevas formas de control social.

Las sociedades han padecido los efectos de la COVID19 con estoica resignación, pero han sido nuestros mayores los que han sufrido con mayor intensidad el golpe de la enfermedad y la mayor parte de las muertes que se han producido.

En España, en Comunidades como la de Madrid, los protocolos aplicados, las instrucciones cursadas, en el tratamiento de los mayores enfermos en lugares como las residencias, han producido un desastre humanitario sin consecuencias jurídicas, ni tan siquiera políticas, para sus responsables.

Los familiares de esas personas han reclamado, sin éxito alguno, la depuración de responsabilidades, el reconocimiento de los errores cometidos y la adopción de medidas que prevengan que estas situaciones dramáticas vuelvan a repetirse. Lo dicho, sin éxito alguno.

Una situación que contrasta con la afirmación realizada por el propio Secretario General de la ONU, dirigida al respeto de los derechos humanos y a la dignidad de las personas en cualquier circunstancia,

-Ninguna persona, joven o vieja, es prescindible.

Nunca  debimos permitir discriminaciones por edad. Nunca debimos tolerar el ataque brutal contra la libertad y la autonomía de las personas, especialmente de las personas mayores. Nunca debimos permitir el aumento brutal de la brechas en protección de los derechos sociales.

La discriminación sufrida por las personas mayores se asienta en una gerontofobia generalizada. El miedo de nuestras sociedades al deterioro físico y mental que produce la edad y a la existencia de la muerte termina por justificar la discriminación de nuestros mayores y la limitación del pleno ejercicio de sus derechos humanos.

Estamos ante un problema social generalizado, pero también ante una cuestión que nos toca a todos nosotros personalmente. Son muchas las personas que se han implicado y comprometido en la lucha contra esta discriminación. Entre ellos el periodista Manuel Rico, que nos sigue recordando cada día que pasa desde la aplicación de aquel protocolo que convirtió las residencias en cárceles y lugares de muerte para nuestros mayores.

Nuestros mayores han sido el baluarte que ha defendido a las familias, a sus hijos y a sus nietos, de los peores efectos de la crisis económica y la desprotección social. Son las personas mayores necesitadas de cuidados las que sacrifican sus propias necesidades, su bienestar, para cuidar a los suyos.

Una de las principales lecciones de la pandemia debería haber sido la de situar las necesidades de las personas mayores en el centro de las políticas públicas, incluyendo, evidentemente, sus necesidades sanitarias, el acceso a la atención sanitaria y a los tratamientos médicos.

No podemos dejar que la crisis económica, el golpe de la pandemia, los desastres de la globalización y del cambio climático, nos hagan olvidar que somos una especie amenazada por nosotros mismos y que las personas mayores forman parte de una única comunidad en al que todos somos responsables, todos nos pertenecemos los unos a los otros.

Nada puede justificar la invisibilización de las personas mayores. Nada puede justificar el abandono o la condena a la impotencia. Nuestros mayores son personas luchadoras, acostumbradas a vivir con recursos siempre escasos, entregadas a la defensa de sus familias, preocupadas por su propio aprendizaje, pilares de esa sociedad de los cuidados que algunos tanto nos recuerdan.

Nadie podrá construir el futuro de espaldas a nuestros mayores. Nadie debería intentar construirlo sin tomar en cuenta su participación, sus opiniones, su autoridad. Nuestros mayores desaparecen de las campañas electorales, entre otras cosas, porque esas campañas sirven cada vez menos para hablar, debatir y proponer sobre los problemas reales de las personas.

Hará falta legislación a nivel nacional, pero será necesario dar empuje e impulso a esa prometida convención internacional sobre los derechos humanos de las personas mayores. Actuaciones que exigen que nuestros mayores cuenten con los recursos suficientes para asegurar su suficiencia económica, así como con las inversiones necesarias en salud y en protección social.

El futuro de nuestra especie en el planeta dependerá en buena medida de nuestra capacidad para construir sociedades inclusivas, amables con quienes más lo necesitan y medioambientalmente sostenibles. En esas sociedades futuras nuestras personas mayores serán clave de bóveda, piedra angular, el testigo y el termómetro del mundo que seremos.

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