Los seguros de la pandemia

Algo no funciona y aún menos en tiempos de pandemia en nuestro país, bien pensado puede que haya cosas que no han funcionado nunca por estas tierras. Tal vez no estábamos preparados para la que se nos venía encima, aunque estamos demostrando gran voluntad en tapar huecos y poner parches en cuanto roto y descosido se va produciendo.

La improvisación es nuestra especialidad y en eso somos realmente buenos, no es mala solución para urgencias, pero cuando se adereza con buenas dosis de patria picaresca, puede producir entuertos que dan al traste con cualquiera buena intención.

Toca pagar el seguro del coche que mantengo con una gran compañía, una de esas que pasea sus furgonetas de mantenimiento, reparación y peritaje por toda la ciudad. Este año, pese a lo poco que he movido el coche, a fuerza de haberlo confinado forzosamente durante meses, con lo cual no he tenido ocasión de dar parte alguno, el coste del seguro no ha experimentado ningún descuento, es más ha subido de precio, me va a costar más.

En estas, comienzan a llamarme agentes al servicio de la compañía, desde las más lejanas oficinas de España, prefiero creer que estaban en oficinas de la compañía de seguros y que no eran algún tipo de free lance, o riders de los seguros.

Me ofrecen el mismo seguro, pero más barato, merced a alguna triquiñuela como que cambie el tomador del mismo, lo ponen a nombre de mi mujer y nos ahorramos un treinta por ciento, por alguna razón de bonificación a los nuevos asegurados, o algo así, nadie me lo sabe explicar bien, pero es así, tal cual.

Me suena extraño que desde diferentes puntos de la misma compañía me estén ofreciendo, en sana, o insana, competencia interna el mismo producto a precio distinto. No entiendo por qué la oficina con la que contraté el seguro hace tiempo no me ha llamado para ofrecerme esas mismas bicocas.

La realidad es que ellos van a cobrarme un seguro a precio antiguo y los agentes aseguradores altamente competitivos me intentan endosar un seguro con el que conseguirán comisiones y lograrán nuevos objetivos de ventas. No es la pandemia, es el capitalismo.

No firmo nada, no doy respuesta positiva alguna a sus llamadas, mensajes y correos electrónicos, pero terminan facturando dos seguros que son descontados el mismo día, de la misma y mía cuenta corriente, por supuesto. Se inicia entonces una ronda de despropósitos para anular el pago del nuevo seguro, aunque resulte mucho más barato, lo cual, a estas alturas, ya es lo de menos.

Llamadas, más llamadas y muchos llame usted más tarde, al final una máquina que me contesta y que, tras pedirme todos los datos personales y el objetivo de la llamada, acaba abruptamente con una voz metálica y artificial que me comunica que por motivos técnicos no es posible atenderme en estos momentos. Una manera de decirme que no están preparados, que la pandemia se los ha llevado por delante, que tardarán un tiempo en adaptarse a la nueva situación, si es que lo consiguen.

Escritos, reclamaciones, visitas a alguna oficina abierta y, al final, una reclamación interna que desemboca en un trámite que termina con la devolución de la cantidad reclamada. Sí, ya sé que estoy hablando de cosas que ocurren cada día, a mucha gente cada día, que no soy especial en absoluto.

Ya sé que forman parte del mundo del que venimos, ya me hago cargo de que la competencia feroz, el compadreo desleal si es necesario, se han convertido en la forma de vida que construimos durante muchas décadas de vieja normalidad y que quisiéramos que pervivieran en la nueva anormalidad que se nos avecina.

Ya sé, ya sé, pero tal vez deberíamos haber aprendido algo de todo esto que nos ha pasado. Tal vez deberíamos haber aprendido a cooperar en lugar de a competir, a servir en lugar de a mandar, conquistar, ganar dinero a toda costa, por cualquier medio, a escuchar en lugar de imponer, dialogar en lugar de engañar. Tal vez.

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