Hace tiempo que Madrid ha dejado de ser un ejemplo y modelo para España. Madrid se ha convertido en una figuración, prototipo fallido, molde pergeñado, de un país de políticos conductores de secano que derrapan y se atascan ante los menores signos de lluvia y no te digo de nieve. Una nieve que ha traído problemas por toda España, pero que ha convertido a Madrid en capital de la España colapsada.
Fenómenos meteorológicos como el que hemos vivido estos días, copiosa nevada y frio polar, no son muy frecuentes por el momento en nuestras tierras, aunque todo indica que el cambio climático nos llevará de temperaturas extremadamente altas a otras extremadamente bajas, de inundaciones a sequías, pasando por momentos como el que vivimos, de nieve, frío y hielo.
No parece aconsejable, por lo tanto, realizar cuantiosas inversiones en máquinas quitanieves, o en medidas para prevenir los golpes de calor. Todo en su justa medida, en su punto medio. Pensar, planificar, probar soluciones, estar preparados para mantener los servicios esenciales.
Lo que no podemos soportar de buen grado es que, durante borrascas como Filomena, los teléfonos de atención sanitaria no funcionen, los suministros queden atrapados en las autovías, los supermercados se vacíen, muchas personas permanezcan incomunicadas durante días, los hospitales sean inaccesibles, la luz se corte, las calles queden cortadas por la nieve convertida en hielo, o por ramas y árboles caídos, mientras que en las autovías los camiones de suministros quedan embolsados (esa nueva manera tan moderna de decir que han quedado bloqueados, atascados, retenidos).
Tal vez todo podría tener solución, gobierne quien gobierne, si equipos de expertos en diferentes materias, con el consenso generalizado de los políticos de gobierno y oposición, se ponen de acuerdo en qué servicios son absolutamente imprescindibles y qué protocolos y medidas hay que adoptar en cada caso, en función de la emergencia a la que nos enfrentemos, porque los efectos inmediatos y las respuestas no serán las mismas.
Qué vías tienen que quedar abiertas en todo momento, cómo se garantizan los suministros de mercancías y alimentos imprescindibles, cómo se asegura el funcionamiento de los servicios sanitarios más necesarios y el acceso de los trabajadores de servicios esenciales a sus puestos de trabajo, o qué recomendaciones tenemos que seguir los ciudadanos y ciudadanas.
Causa bochorno que haya administraciones que recomiendan quedarse en casa, al tiempo que indican dónde se encuentran los puntos de distribución de sal, para que ciudadanos de cualquier edad vayan andando, en muchas ocasiones varios kilómetros, pisando hielo y esperando luego largas colas, para recibir un pobre y frágil saco de sal que se rompe por el camino.
Podríamos habernos ahorrado disgustos si los centros de trabajo hubieran recibido recomendaciones de cerrar a medio día el viernes en que comenzó la nevada, o si todos hubiéramos sabido que los supermercados no abrirían el sábado, o si la ciudadanía hubiéramos recibido un llamamiento generalizado para limpiar de nieve y hielo los accesos a garajes, o las aceras para abrir caminos de conexión de nuestras viviendas con las calles. Pero, tal era la imprevisión, que ni palas había y he visto personas que rompían el hielo a sartenazos.
Cosas en las que, evidentemente, nadie había pensado y que hicieron que inmediatamente después de la gran nevada las calles se convirtieran en hielo, aumentando los riesgos, los siniestros, los accidentes, mientras nuestros gobernantes iban como pollos sin cabeza aplicando medidas que nadie nos explica y cuyo criterio se nos escapa.
Son las cosas que tiene Madrid y que tiene España. Madrid, horma, plantilla y matriz en el que comprobamos cómo las carencias de las instituciones tienen que verse sustituidas por sanitarios que doblan, o triplican, sus turnos de trabajo, o que acuden a trabajar realizando largos trayectos a pié, en mitad de la nieve, o por conductores de vehículos 4×4 que se lanzan a la aventura para trasladar a personas necesitadas de un lugar a otro, o por vecinos mal equipados que organizan quedadas para limpiar de nieve el acceso a las urgencias de los hospitales, o a los centros escolares.
No está mal, muy al contrario, son gestos de generosidad humana que menos mal que abundan cuando la catástrofe nos cerca, pero que no deberían ser el único plan de emergencias disponible, sino un esfuerzo añadido, voluntario y meritorio que debería sumarse a un buen funcionamiento de los servicios públicos. Un complemento muy útil para quienes han dedicado tiempo, voluntad y trabajo para prevenir los peores efectos de los desastres y para evitar el colapso.
Esa es la tarea de políticos y de las administraciones, esa es su labor y, en esta ocasión, pese a los avisos reiterados de meteorólogos y expertos, el trabajo no estaba hecho. Madrid no ha sido capital y modelo, sino espejo deformado y esperpento de la España colapsada.