Ya está aquí Madrid Central. El proyecto me parece interesante. Afecta a más de 470 hectáreas del centro de Madrid. La idea es reducir la contaminación atmosférica, aminorar el ruido, conseguir más espacio público, convertir el centro de Madrid en un pulmón y no en un foco de emisión de gases contaminantes. La idea parece buena y da un paso adelante en la misma línea que están impulsando otras muchas ciudades, en otros muchos lugares del planeta.
Sin embargo, la polémica está sembrada. Organizaciones empresariales, el gobierno heredero de Aguirre y Cifuentes en la Comunidad de Madrid, comerciantes del centro, algunos vecinos, la derecha política, al unísono, manifiestan su malestar por la implantación de la medida y amenazan con acudir a los tribunales.
No me centraré en las críticas de la derecha política, que sólo se sustentan en la impotencia de no haberlo hecho antes ellos, ni tampoco en el miedo egoísta de algunos comerciantes que, al final, terminarán formando parte de los principales beneficiarios de las restricciones al tráfico del centro. Me detendré en los matices aportados desde la izquierda y los sectores progresistas, porque siempre he pensado que el que las cosas salgan bien o mal, dependen mucho de nuestros propios errores y debilidades, no corregidos a tiempo.
Vaya pues, por delante, mi decidido apoyo al Madrid Central, porque es lo que toca, es lo que hay que hacer y es lo que yo quería que se hiciera. Coincido con Eduardo Mangada, en que supone un vuelco radical a las políticas que la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, habían venido aplicando, utilizando la la coartada de la libertad de utilizar el coche, para pisotear la libertad de quienes no quieren enfermar a bocanadas de humo y desearían disfrutar la ciudad de otra manera.
Alguien tenía que hacer frente a la contaminación, el despilfarro energético, el cambio climático, o la degradación del paisaje urbano. Alguien tenía que dar en Madrid el paso que han dado ya muchas capitales de nuestro entorno europeo más inmediato, para facilitar la vida en nuestras ciudades. Concluye mi amigo Eduardo que Madrid Central es una pieza significativa, aunque pequeña, de una nueva y necesaria sensibilidad política.
He visto también cómo algunas voces de apoyo a Madrid Central, se han detenido en varias consideraciones que deberían ser valoradas, si queremos que la medida no termine por descarrilar, o avanzar a trompicones. Voces como las de Manuel de la Rocha, Daniel Morcillo, CCOO de Madrid, o algunos partidos de la izquierda.
Vienen a poner el acento en que el proyecto de Madrid Central merece la pena, pero sólo puede alcanzar sus objetivos, si otras instituciones como el Ministerio de Fomento, la Comunidad de Madrid y la Federación Madrileña de Municipios, se implican también en su desarrollo.
Porque el buen funcionamiento de Madrid Central exige inversiones reales en el transporte público, sustituir la flota de autobuses contaminantes, solucionar los problemas endémicos de la red de cercanías, reforzar la red de METRO, construir intercambiadores y aparcamientos disuasorios, o abrir carriles bus-VAO en los principales accesos a la capital.
De otra parte, en una sociedad como la nuestra, lejos de fomentar las banderías de quienes se sitúan mecánicamente en unas u otras posiciones, es conveniente sensibilizar, informar, explicar, debatir, negociar hasta la extenuación y establecer consensos. Desgraciadamente no es algo deseable exclusivamente en el proyecto de Madrid Central.
Lo comprobamos en Operaciones como la de Chamartín, el Paseo de la Dirección, o los famosos ARTEfactos. Primero presentan a bombo y platillo los proyectos ya aprobados, se decretan las prohibiciones, se pintan las calles, se ponen carteles, se gasta dinero en el diseño y planificación y luego, deprisa y corriendo, se intenta explicar, informar, negociar y hasta corregir, cuando los miedos, las dudas, los malestares, estallan y aparecen en los medios de comunicación.
No quisiera terminar sin hacer referencia a un cierto temor que se me ha suscitado leyendo estudios, artículos, documentos, la mayoría publicados hace años y nada sospechosos, por lo tanto, de intentar atacar el proyecto de Madrid Central.
Parece que las inversiones públicas en peatonalización, en la mayoría de las ciudades, suelen traducirse en aumento del potencial comercial, turístico y en revitalización de los valores del consumo. El escenario urbano se convierte así en escaparate privilegiado del prestigio, la excelencia del capitalismo, el éxito de los triunfadores.
Me preocupa un escenario de inversiones públicas, salidas del bolsillo de toda la ciudadanía, cuyo efecto sea reforzar la centralidad y fomentar la gentificación, la gentrificación, las grandes marcas, o el turismo masivo, mientras se expulsa a la población y se abandonan a su suerte los barrios.
Un ayuntamiento de izquierdas debe cuidarse mucho de permitir que esto ocurra, porque se le juzgará por la coherencia (a la derecha le basta con izar la bandera de cualquier burdo egoísmo, o invertir en cualquier atávico miedo).
Habrá quien diga que soy un anticuado, que el mundo ya no va por ahí, que no soy realista, sino un moralista caduco, como el tal Bernanos, para quien el realismo es la buena conciencia de los hijos de puta. Puede que tengan razón, pero es lo que aprendí de mis padres y de mis mejores maestros. El cómo, a fin de cuentas, es tan importante como el qué.