Mayores, pandemias y nuevas tecnologías

Vivimos más años, pero eso no significa que vivamos mejor. La pandemia nos ha demostrado que la vida de nuestras personas mayores estaba en peligro y no teníamos con qué defenderla. En el caso de España más del 95% de las personas fallecidas por coronavirus tenían más de 60 años.

Tal vez, antes de la tormenta, podríamos haber pensado en hacer fáciles los días de sus vidas, pero convertimos en  negocios sus años. Dimos la espalda a la vejez, a la muerte y nos volcamos en la vida eterna mientras dure, mientras dure el dinero y la juventud, o al menos el gimnasio y la clínica dermoestética, o la cirugía plástica, mientras el cuerpo aguante.

Quiero pensar que hemos aprendido, pero es posible y más que probable que no sea así, por eso vamos a necesitar aprender a escuchar entre tanto ruido, escuchar a las personas, escuchar a las personas mayores. Claro que necesitamos nuevos productos farmacéuticos, claro que vamos a necesitar mucha tecnología médica puntera, cada uno de esos inventos necesita abundante inversión que debe ser recuperada con precios extraordinariamente altos. Pero sobre todo vamos a necesitar que la innovación, la investigación y la inversión acudan deprisa a tapar el hueco de la atención personal de las personas mayores.

Las nuevas tecnologías deberían estar jugando un papel cada vez más importante para asegurar la autonomía personal, la independencia, la seguridad de las personas mayores, especialmente cuando viven solas. Cosas sencillas como la teleasistencia domiciliaria pueden entrar en relación con la domótica y facilitar la vida cotidiana de las personas. Cuántos accidentes nocturnos podríamos evitar utilizando nuestra voz para encender la luz antes de ir al servicio. Cuántos aislamientos hemos podido mitigar durante la pandemia utilizando nuevas tecnologías de la comunicación.

Pero para que la tecnología no sea fuente de desigualdad de muchos y enriquecimiento de unos pocos tenemos que realizar un esfuerzo urgente para convertir en más accesibles las nuevas tecnologías a todas las personas mayores, para conseguir más seguridad, por supuesto, pero también para conseguir su interés, su participación en todo tipo de actividades culturales, de consumo, de ocio, en reuniones de grupo, desde su casa.

Una accesibilidad al mundo digital que tiene que hacer posible el desarrollo de la atención sociosanitaria ya sea en el domicilio, o en una institución residencial, partiendo del conocimiento la información que facilita libremente la persona en cada momento sobre sus necesidades. La seguridad debe estar siempre en correspondencia con la privacidad.

La tecnología debe facilitar a las personas mayores el acceso a productos y servicios que permitan paliar dificultades de relación, movimiento, mitigar el aislamiento, realizar gestiones administrativas, mejorar la vida cotidiana, realizar compras, acceder a servicios médicos, o sociales de urgencia.

La pandemia ha impactado brutalmente sobre la salud de las personas mayores, pero también ha generado aislamiento, miedo, discriminación. Por eso los derechos a una atención sanitaria universal, a una pensión digna, a la atención a la dependencia, adquieren importancia y se sitúan en el centro de las preocupaciones sociales y políticas.

El COVID-19 exige respuestas sanitarias, sociales, económicas para nuestras personas mayores. Muchas de esas respuestas serán tecnológicas, lo cual será bueno siempre que las nuevas tecnologías, se pongan al servicio de ellas, pero con su participación.

Es muy importante que las políticas se orienten a la satisfacción de las necesidades de las personas mayores, reconoce el propio Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, pero cuidando la participación. A fin de cuentas la diferencia entre el despotismo ilustrado y la democracia reside precisamente en la participación de las personas en la gestión de la solución de sus problemas.

Será muy bueno, por poner algún ejemplo, que el uso del móvil proporcione cuantiosas informaciones sobre nuestras actividades, movimientos, costumbres, relaciones, datos útiles para prevenir la llegada de determinadas enfermedades, pero esas mismas informaciones pueden ser utilizadas para subir el precio al contratar un seguro de vida, de salud, o de deceso. Todo depende del uso que demos a los datos y para qué los queremos, para la vida, o para el negocio, cuando cada vez ambas cosas son más incompatibles.

La información, la formación, el conocimiento, el acceso de las personas mayores a nuevas tecnologías puede facilitar que afrontemos en mejores condiciones escenarios tan complejos como los que tenemos que abordar con la llegada del COVID-19, siempre a condición de que situemos a las personas en el centro de nuestras preocupaciones, de la inversión en innovación, del desarrollo tecnológico.

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