Hay quien dice que la especie humana sólo reacciona en momentos extremos, en el filo de la navaja, cuando ya el desastre parece inevitable, mientras intenta engañarse a sí misma el resto del tiempo. Supongo que es un efecto sobrevenido e inevitable de esa mezcla de instinto de supervivencia y egoísmo del que estamos hechos, o del que nos hemos dotado.
Escucho hablar de reconstrucción y me pregunto si alguien se ha puesto a pensar qué es lo que hay que reconstruir y qué otras cosas más valdría que quedaran en ruinas. El Rey de España acaba de clausurar la cumbre convocada por la CEOE, en la que han participado casi todos los grandes empresarios, destacando la labor que realizan y animándoles a correr riesgos ante las grandes oportunidades que ofrece la crisis.
No sé si se trata de dorar la píldora a quienes tienen el dinero y manejan el poder en momentos bajos de la institución monárquica en España, o más bien se trata de un velado mensaje, un llamamiento prudente a sustituir el pelotazo por la inversión, apostar por el bienestar de toda la sociedad y el diálogo con las organizaciones sindicales.
Me resisto a creer que nadie en su sano juicio pueda bendecir los cantos al egoísmo que han caracterizado a muchos de los empresarios en cuanto se han visto con el micrófono frente a la boca y una cámara delante. Toda una consabida cantinela de viejas recetas a base de menos impuestos, más ayudas del gobierno a sus empresas, planes especiales de inversión estatal en cada uno de sus sectores, liberalización absoluta de horarios comerciales y sobre todo que nadie toque la reforma laboral, dejar que la nueva normalidad sea la precariedad de los empleos y de las vidas, todo un canto al pelotazo que fue pero con mascarilla (por el momento).
Claro que sería el momento de repensar el futuro, pero estos señores parecen más interesados en poner parches al pasado y exprimirlo hasta la última gota. El pasado de unas viviendas a precios inaceptables, claramente especulativos, que llaman a construir más viviendas, especular con más suelos, degradar aún más los espacios urbanos.
Mientras nosotros peleábamos por la vida, la presidenta madrileña se lanzaba de cabeza al charco y aprobaba nuevas operaciones especulativas como la de Chamartín. Los hospitales no daban abasto, los tanatorios seguían desbordados, los mayores morían en las residencias al tiempo que, por sorpresa y sin complejos, el dinero seguía haciendo de las suyas. El muerto… el vivo…
Volver a reconstruir ese modelo consumista, ineficiente, contaminante e insostenible de levantar decenas de miles de viviendas en torno a un centro comercial (siempre es el más grande de Europa, por el momento) al que se puede llegar (en coche) en cinco minutos para aparcar en su inmenso aparcamiento (el más grande de Europa también). La espiral del negocio de las recalificaciones de suelo, del coste inflado de la construcción, del precio final desmesurado, de los sobrecostes, las comisiones, los broker, los maletines (ya no hace falta que sean de cuero y con dinero físico dentro).
Un turismo de masas como el que hemos mantenido hasta el momento destrozando playas, plastificando mares, enladrillando costas, fomentando los desplazamientos en avión, destructor del medio ambiente y la cultura,
No es sostenible, no hay transición ecológica posible con éste modelo. No basta que cada gran empresa ponga en marcha un departamento de sostenibilidad, ni que cada gobierno cree un ministerio, una consejería, una concejalía de transición ecológica. No es creíble. Nadie lo cree aunque casi todo el mundo haga como que sí.
Si algo nos ha demostrado el coronavirus es que no contamos con un sistema sanitario, ni económico, ni social, preparados para resistir una pandemia de estas dimensiones sin tener que pagar grandes costes humanos. Pero no sólo las pandemias, cada año mueren en España cerca de 35.000 personas directamente afectadas por la mala calidad del aire. El Instituto de Salud Carlos III alerta que las actuales 1.400 muertes por olas de calor en España podrían multiplicarse por diez en muy pocos años, si se mantienen los ascensos de temperatura que venimos padeciendo.
Las amenazas de las pandemias son una realidad, el cambio climático admite grados de participación de la especie humana en el desastre, pero que es una realidad y que tiene que ver con nosotros es incuestionable, el destrozo producido por la pobreza, las desigualdades, el empobrecimiento, los trabajos miserables y precarios, los conflictos de todo tipo son brutales. Los daños que hemos producido puede que ya no tengan vuelta atrás y sólo admitan tratamientos paliativos.
No hay reconstrucción posible, ni transición justa, ni nueva normalidad, si lo que queremos es seguir viviendo tal cual lo hacíamos, sin repensar nuestras formas de convivencia entre nosotros, con la naturaleza, con el planeta. Más valdría que ese inmenso esfuerzo que supondría terraformar Marte, suponiendo que fuera viable en un corto espacio de tiempo, se dedicase a preservar la vida en el planeta Tierra.