Palabras de Sindicalistas

Hace unos días, Jaime Cedrún y Luis Miguel López Reillo, líderes de CCOO y UGT en Madrid, participaban en uno de esos desayunos hoteleros que patrocinan algunas empresas de diferentes sectores de la economía. Pocos días después eran entrevistados por Nieves Herrero y Constantino Mediavilla en Onda Madrid.

Vienen los sindicatos hablando, en muchas ocasiones como quien clama en el desierto, de los problemas que afectan a la mayoría de las personas en este país, pero que quedan camuflados por otros asuntos de “gran transcendencia”, como el devenir de los acontecimientos en Cataluña.

Parece que la errática andadura europea de un prófugo despierta más interés mediático que la cantidad de personas que mueren cada día sin poder haber accedido a una atención digna de su situación de dependencia. No es país para pobres, no es país para viejos.

Hablan los sindicalistas de la mencionada desatención a la dependencia, de empleo, de fraude en las contrataciones, de la nueva situación de pobreza que acompaña incluso a quienes tienen un empleo, de un modelo productivo atento sólo a los altos y rápidos beneficios empresariales sin atender al desarrollo tecnológico y productivo, del paro de nuestros jóvenes, de la brecha salarial entre mujeres y hombres, de la violencia de género, del derecho a la huelga, de la ley mordaza, de la precarización general de las condiciones de trabajo, de la debilidad de nuestras empresas, del aumento de los accidentes laborales y el ocultamiento de las enfermedades profesionales, de nuestra posición a la cola de la inversión en investigación y desarrollo, del futuro de unas pensiones cada día más amenazadas por los mercaderes, de la segregación cada vez mayor en la educación, del deterioro de la sanidad pública, del desamparo de los servicios sociales… Una lista interminable de asuntos desatendidos, o mal atendidos, o condenados a la desidia y el abandono de nuestros gobernantes.

Resulta que Madrid presume de ser una de las Comunidades más desarrolladas, más ricas y avanzadas de España. O, al menos, eso es lo que nos dicen, aún torciendo a veces los cuadros estadísticos, en los que todo vale. Y nos dicen los sindicalistas que una Comunidad así debería hacer todos los esfuerzos para ser declarada Libre de pobreza.

Y anuncian que mantendrán su unidad de acción, sus Comités de Enlace, y su trabajo conjunto para defender el empleo, los salarios y la lucha contra el paro, la pobreza y la precariedad. Y que el 8 de marzo tenemos una primera cita con la movilización y la huelga por la igualdad.

A veces creo que vivimos en una sociedad en la que la libertad de expresión es tan sólo eso, libertad de decir lo que quieras (cada vez menos, por cierto, si nos fijamos en situaciones como las nuevas modalidades de condena por disfrazarte de Jesucristo, que hace un par de décadas ni se nos hubieran ocurrido), pero sin garantía alguna de que nadie te escuche, te atienda, o tome en consideración tus planteamientos, tus quejas y tus propuestas.

Servicios de atención al cliente y a la ciudadanía no faltan, pero virtuales, despersonalizados y con respuestas enlatadas del tipo, Gracias por utilizar nuestro servicio, pero esto no es asunto nuestro, diríjase a cualquiera de estos otros cien enlaces a sitios distintos que le facilitamos. Sólo falta decir, Suerte amigo, estamos contigo, vuelve a comprar nuestros productos y a votarnos, si fuera el caso.

Pero ahí siguen los sindicalistas, encauzando malestares y reclamando soluciones para los verdaderos problemas. Quien crea que hace lo suficiente dejándoles hablar ante un micrófono, se equivoca. No es un humanismo buenista acompañado de un trágala perro, lo que va a deshacer el nudo de desconfianza que se va asentando cada día más consolidado, frente a la política y el gobierno efectivo de las grandes corporaciones.

Hará falta sentarse y negociar armisticios, treguas, tratados, convenios, compromisos, contratos, transacciones razonables y equilibradas, aunque sea a cara de perro. Habrá que hacerlo porque no estamos dispuestos a seguir con esta imposición injusta de políticas que conducen al empobrecimiento sistemático, a la precariedad del trabajo y de las vidas, al abandono en las cunetas de quienes vayan quedando excluidos del empleo, de las rentas y de la fuerza de trabajo y de consumo.

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