Existe un cierto consenso no escrito sobre algunas buenas prácticas de quienes ejercen el gobierno de la Comunidad de Madrid. Una de esas buenas prácticas consiste en que el Presidente, o la Presidenta de turno, desde Ignacio González a Cristina Cifuentes, desde Ángel Garrido a Isabel Díaz Ayuso, como ya lo hizo Esperanza Aguirre en sus tiempos, asisten cada año al acto de entrega de los Premios Extraordinarios de la Educación Madrileña.
Los premios son concedidos tras un duro examen en todas las materias. Unos premios que siguen la estela de los premios estatales y de los creados en las Comunidades Autónomas, para reconocer el mérito, la capacidad, la inteligencia trabajada y el esfuerzo persistente de aquellos alumnos que han obtenido las mejores notas al finalizar sus estudios en la ESO, el Bachillerato, la Formación Profesional, o las Enseñanzas Artísticas.
Lo dicho, repasen los lectores las fotos de cada convocatoria, salvo ocasiones excepcionales, el Presidente, o la Presidenta que se encuentra en el cargo, entrega los premios y agradece a los premiados el esfuerzo de una larga trayectoria académica, en la que han brillado por su trabajo impecable. Felicitaciones a las familias, un poquito de ideología de bote y fotos de familia completan el programa.
Sin embargo, este año, la comidilla de la juventud asistente al acto de entrega de premiosa las 78 personas que culminaron de forma brillante el proceso de formación en el que se encontraban embarcados y el comentario generalizado de sus familiares presentes en los Teatros del Canal, era la ausencia de la Presidenta, a la que todas y todos esperaban.
No la esperaban porque la hubieran votado, o puede que sí, o tal vez no. Sino porque se supone que la Presidenta lo es de toda la ciudadanía madrileña y, entre sus deberes, debería figurar el de presidir el reconocimiento de aquellas personas que vuelcan todo su esfuerzo en forjarse a sí mismos y en contribuir a mejorar la vida y la convivencia de todas y todos nosotros.
Y no es que el Consejero de Educación, Ciencia y Universidades lo hiciera mal. Cumplió con su papel, no cometió errores, reconoció a los premiados, agradeció a sus familias, constató la amplia participación de los centros públicos entre los premiados, hizo referencias a Platón y Aristóteles, al humanismo y colocó su mensaje con un par de diatribas contra el gobierno central. Se fotografió con los premiados y cerró el acto.
Pero la Presidenta no estaba. La Presidenta había decidido acudir aquella mañana a otra cita que debía considerar más jugosamente partidista. La Presidenta presentaba el informe de una consultora afín a la derecha gobernante, una de esas que publica encuestas electorales a la carta y por encargo. El informe anual en cuestión versaba sobre el impacto de la Inteligencia Artificial y se ha realizado por encargo de una “iniciativa social” creada por un grupo de centros educativos privados, con universidad privada incluida.
Allí, en ese territorio y ante un público agradecido defendió la Presidenta las “esencias de la escuela tradicional” y explicó que con ello se refería a los dictados, la lectura, la concentración, la memoria, los deberes, los problemas, los cuadernos de ortografía, los exámenes escritos y orales.
Participó en el acto, lanzó estos mensajes, recibió los aplausos obligados, complacidos, satisfechos, de la clientela presente y se retiró a recibir noticias de sus asesores sobre el impacto de las noticias generadas aquel día por ella misma. Por lo demás, nada que objetar a la necesidad de reflexionar sobre la relación de nuestros hijos con las pantallas.
Mientras tanto, en los Teatros del Canal, se encontraban los 78 jóvenes y sus familiares, alegres, satisfechos, pero con pocos medios de comunicación, casi sólo Telemadrid. Así las cosas, las pocas noticias aparecidas, incluidas las publicadas por la Comunidad de Madrid, hablan algo del Consejero, pero poco, por no decir nada, de los nombres de los premiados, o de sus centros educativos, mayoritariamente públicos.
78 jóvenes, que son ejemplos vivos de buenas prácticas, que han aprendido a establecer una relación correcta con las pantallas, con los estudios, con sus familias, sus amigos, su entorno. Se perdió Ayuso el discurso de su Consejero, no tan tradicional en sus expresiones, pero correcto.
Tal vez haya conquistado buenos resultados en las encuestas preelectorales y un aún mayor aprecio de los colegios de dinero, pero se perdió el violín de Diana, una de las premiadas en la convocatoria de Artes, interpretando a Bach. Se perdió el discurso de agradecimiento de Pablo Manuel, el Primer Premio de Bachillerato. Su instituto, el Isabel la Católica, ha hecho pública su enhorabuena al alumno, por el premio, por su discurso y su humildad, al tiempo que ha reproducido el texto.
No me resisto a terminar reproduciendo una pequeña parte del mismo,
–Cada uno, desde nuestra perspectiva y nuestras profesiones futuras, cada cual noble y necesaria, tendremos que aportar nuestra reflexión y crítica acerca de los problemas a los que se enfrenta nuestra generación: El avance inexorable de la tecnología, la incompatibilidad de nuestra cultura y sistema económico con la protección y fomento de la naturaleza, la difícil conciliación entre una vida digna y unos trabajos cada vez más precarios, así como, siendo mañana el Día Escolar de la No Violencia y la Paz, los conflictos bélicos que amenazan el desarrollo en paz de los pueblos.
Impecable. Pero Isabel estaba en otra, a otra, pescando influencias, complicidades, encuestas y votos en otros caladeros que debe considerar más sustanciosos y de mayor provecho personal.
De nuevo el esperpento se adueña de la capital de España.