Uno de los principales problemas de una parte de la izquierda en el gobierno es esa constante y permanente tensión en la que se embarcan, como si fueran herederos de la revolución permanente en un mundo líquido. Con lo cual, se convierte en una nueva obligación brincar sobre las aguas como esas piedras saltarinas que rebotan sobre la superficie líquida.
Una revolución permanente, cuya principal característica es la de convertirse en un debate sin fin. Así, sin haber terminado de cuadrar y poner en orden el Ingreso Mínimo Vital (IMV), se lanza la propuesta electoral de una Renta Garantizada cuando ya es imposible sacarla adelante en esta legislatura.
Y todo ello con un IMV que no ha alcanzado aún la cobertura de las antiguas Rentas Mínimas de las Comunidades Autónomas. Tal vez sería importante considerar la posibilidad de reescribir los aspectos menos desarrollados o más perniciosos de la actual prestación, que hacen que la Seguridad Social se encuentre sobrepasada en su capacidad de ayudar a las personas que de verdad lo necesitan.
Claro que es legítimo ser ambiciosos, o ambiciosas, para conseguir que, efectivamente, una prestación como el IMV sea un derecho y no una concesión administrativa, que permita vivir y no tan sólo sobrevivir. Pero esa ambición no puede ponerse en marcha a costa de aceptar la incapacidad en la gestión de un recurso que se anunció como medida imprescindible para superar el umbral de la pobreza.
Entre otras cosas porque los movimientos de fuga hacia adelante se terminan convirtiendo en costumbres previsibles y todos sabemos que el siguiente movimiento será un nuevo anuncio, a bombo y platillo, de una Renta Básica Universal. Y todo para ocultar la evidencia de que las prestaciones no llegan a cuantos las necesitan y que, cuando lo hacen, no sacan a la mayoría de las personas de la situación de pobreza.
Esa es una de las lecciones aprendidas en las pocas experiencias de renta garantizada que hemos comprobado en aquellos lugares donde experiencias similares se han desarrollado, como ocurre con la Renta de Garantía de Ingresos en Euskadi.
No niego que el debate de la Renta Básica Universal sea muy necesario, en una sociedad en la que el empleo está cambiando en profundidad, la precariedad amenaza con convertirse en el contexto habitual de nuestras vidas y en la que las nuevas tecnologías transforman aceleradamente la economía y el empleo.
Cuando hubiéramos podido esperar de este gobierno que se aplicase a armonizar las rentas mínimas autonómicas nos sorprendieron con el anuncio de un Ingreso Mínimo Vital (IMV) que dio al traste con décadas de desarrollo de las rentas mínimas, para entregar a la Seguridad Social un caramelo envenenado que ha sido incapaz de digerir y que ha intoxicado y colapsado un instrumento que ya bastante tenía con las pensiones.
Uno de los problemas es la desconfianza con la que muchas personas se enfrentan a la distancia que existe entre lo que se anuncia y se publicita y lo que luego se termina percibiendo y realizando. Un gobierno de la derecha no hubiera hecho nada de cuanto estamos hablando, pero eso mucha gente lo da por descontado y no lo traducirá en un voto ilusionado para la izquierda.
En estos momentos, comprobamos que experimentos como la puesta en marcha de un ensayo de Renta Básica en Cataluña ha terminado en nada cuando dos inesperados socios, como Junts y PSC, han confluido en la idea de tumbar la propuesta y dejar solo al Govern de Esquerra.
La izquierda gobernante y sus socios deberían aprender que la discrepancia insustancial, instrumentalizada y el populismo de algunas medidas que luego no tienen respaldo real, pueden ir creando el peor de los escenarios ante las citas electorales que se avecinan.