En el periódico,
-A mí me parece bien que les peguen. Están todo el día robando, da miedo salir a la calle,
La vecina de más de 80 años, a la que han robado hace unos días. No es la única en el barrio.
-Pregunta en cualquier sitio y encontrará a alguien a quien le ha pasado.
Les llaman MENAS y se han convertido en leitmotiv a lo largo de la campaña electoral de la ultraderecha. No entiendo lo de llamar MENAS a niños que se encuentran en España sin la compañía de sus padres. Es feo esto de construirse acrónimos para enmascarar las más tristes realidades. Menores-No-Acompañados, MENAS.
-En ningún centro me han ayudado. Ni con papeles, ni con permiso de residencia, ni estudiar. Aquí no nos dan ni para el abono de transportes, ni calzoncillos, ni calcetines. Ni una pastilla por la noche para el dolor de muelas. Somos muchos, dormimos en colchones en el suelo, en los pasillos.
El chaval intenta explicarse a sí mismo, ante el periodista, viene de lejos, ya no tiene marcha atrás. En Marruecos sería un fracasado. Si vuelve tiene que hacerlo con dinero, un buen coche, salvador de su familia. Ni más ni menos que el campesino manchego, extremeño, andaluz, que marchaba a Suiza, Francia, Cataluña, o Madrid. Lo mismo. Es la imaginería popular la que le empuja a la salvación, la muerte, la resurrección. A ambas cosas.
En el descampado, cuenta el periodista,
-Yo soy gitano, español, y aquí estoy con un payo arreglando el coche. ¿Racismo? No es racismo, lo que ha pasado es normal, porque la gente está cansada de ellos.
De buena mañana, un lunes, una dirigente de la ultraderecha cañí se planta en Sevilla, en el barrio de la Macarena, habla de inseguridad, graves problemas, libertad,
-Esto se tiene que controlar y no puede haber todos los años un número sin control de menas que cuando cumplen 18 años acaban en nuestros barrios sin ningún tipo de tutela, sin haber sido integrados y sin ninguna posibilidad de futuro, porque como no tienen papeles, tampoco pueden tener acceso a un trabajo y una vivienda.
Lo curioso del asunto es que la ultraderechista en cuestión no nació en España, sino en Cuba, de padre cubano y madre española. Eso sí, sus padres no la convirtieron en MENA, porque eran dueños de una potente azucarera y con el tiempo su padre trajo a España la fraquicia KFC, la de la comida rápida, a base de pollo. Ella no fue técnicamente una mena, pero sí una menor emigrante.
Menos mal que en esta España, no sólo hay mujeres como ella, de ultraderecha, tipo Sección Femenina reconvertida. Todavía quedan mujeres sevillanas, trianeras, cigarreras, nacidas en lo más profundo de la Serranía de Ronda, como la Carmen de la novelita de Merimée y la ópera de Bizet.
Y quedan aragonesas como Agustina, madrileñas como Manuela, la de Malasaña, o la Mariana, de Granada, la que se apellidaba Pineda. Y Milagritos, como la del Cantón de Cartagena, la que se apellidaba Rueda. Hasta alguna Rosario queda, como la de ahí al lado, la de Villarejo de Salvanés, que si fuera necesario (nadie lo quiera, ni lo alimente con sus palabras ni sus obras), volvería a ser Dinamitera.
Como esa gaditana, Teresa, a la que escucho ahora clamar indignada,
-Les gusta decir MENAS porque así se nos olvida que no son otra cosa que niños y niñas solos. No puede haber más cobardía que el que se enfrenta a un niño o una niña que vive solo. No puede haber más crueldad ¡Que son nuestros niños y nuestras niñas, que están bajo nuestra tutela!
La propia arquitecta ultraderechista en cuestión cuenta en sus palabras lo que hay que hacer, aunque al negarlo lo afirma. Niñas, niños que necesitan acogida, formación, papeles, integración, trabajo, vivienda. Lo mismo que quería cualquier español y española obligado a emigrar en los años sesenta. Lo mismo que queremos para cualquier hija, o hijo nuestro, que tiene que escapar a buscarse la vida en cualquier país, siguiendo el ejemplo de Madrileños por el Mundo, Españoles por el Mundo.