Se acabó la COVID

Llevamos más de tres años a cuestas soportando la enfermedad de la COVID-19, o del COVID-19. Años en los que hemos vivido una pandemia que ha justificado la adopción de medidas de confinamiento masivo, prohibiciones de viajes, uso forzoso de mascarillas, adopción del teletrabajo y uso indiscriminado de medios informáticos para realizar todo tipo de trámites.

Si queríamos jubilarnos, cobrar el paro, realizar una gestión bancaria, comprar, estudiar, mantener una reunión con los compañeros de trabajo, atender a un cliente y hasta tener una cita con un médico, no quedaba más remedio que tirar de portátil, tablet, teléfono, PC tuneado con cámara y micrófono y adentrarse en un mundo nuevo y desconocido.

Los chinos, la fábrica del mundo, con sus confinamientos rigurosos y el cierre de ciudades enteras hicieron que la producción se resintiera en todo el planeta y peligrasen millones de puestos de trabajo. Aquí ensayaron los ERTEs, en otros lugares reforzaron la protección por desempleo y allí donde la economía informal era lo normal y corriente, la pérdida de vidas y de formas de vida fue brutal y desestabilizadora de economías, sociedades y política.

Hemos asistido a todos los ensayos habidos y por haber, tras forzar la máquina de la convivencia social y experimentar con el tensionamiento de nuestras sociedades. Hemos visto cómo unos pocos han practicado con tremendo éxito la explotación de los nuevos yacimientos de oro.

Algunos han explotado hasta el hartazgo las subidas abusivas de los precios petrolíferos, del gas natural, de todas las clases de energías, de los productos alimenticios, de los productos bancarios y de los medios y servicios digitales. Han terminado decidiendo que la nueva normalidad, el nuevo mundo, la nueva realidad virtual ya se ha instalado entre nosotros.

La guerra, una más de cuantas hay en el planeta. No menor, pero sí la más instrumentalizada en esta nueva estrategia de definición de los nuevos espacios geopolíticos y los nuevos poderes emergentes en el planeta. La guerra, digo, la única, la de Ucrania, está jugando también un importante papel al servicio de ese nuevo mundo, cada vez más parecido al que Orwell nos presentaba en 1984.

Y ahora, me cuentan mis alumnas cuando entran por la puerta de la clase que se han desayunado con la noticia de que el COVID-19 ya ha desaparecido del horizonte, ya no existe. Ellas saben perfectamente que su cuñado, su suegro, o su hermana, las están pasando canutas combatiendo contra el “bicho”.

Algunos han salido, pero otros siguen en el alero entre la vida y la muerte. No pocos siguen padeciendo las secuela de los síntomas implacables de cronificación de determinadas dolencias.

Por eso vamos a buscar la noticia en algunos medios y encontramos que muchos titulares que anuncian,

-La OMS decreta el fin de la emergencia por COVID-19

Hay que explicar que es la OMS (la Organización Mundial de la Salud) y qué autoridad tiene para decretar algo como el fin de una pandemia que, en el mejor de los casos (nadie nos da cifras reales), ha producido unos 800 millones de contagios y casi 7 millones de muertes.

Otro titular viene a respaldar que la COVID-19 vino para quedarse,

-La COVID infecta a 90.000 personas y mata a 500 cada día.

Parece que vamos entendiendo que la emergencia desaparece, pero que la prudencia sigue siendo necesaria y que no debemos abandonar las medidas preventivas, especialmente entre las personas de riesgo. Nuestros mayores y las personas con dolencias y enfermedades crónicas.

Haremos mal en repetir medidas innecesarias, excesivas e injustificables científicamente, como las que hemos padecido a causa de las ocurrencias de los gobiernos, pero haremos peor pensando que nada ha pasado y que podemos ya retornar a la vida tal cual la conocimos.

Lo saben mis alumnas y lo sabemos casitodos, aunque muchos se empeñen aún en negar evidencias y satisfacer sus deseos por encima de la defensa de la vida de las personas que nos rodean. Es la lección que debemos de sacar de la emergencia sanitaria.

A nuestros mayores y a nuestras personas con enfermedades que hacen bajar sus defensas, les debemos cuanto no quisimos, no supimos y, a veces, no pudimos hacer, en el fragor da la batalla contra el coronavirus.

A cuantas personas murieron masivamente en aquellas residencias se lo debemos. Para que no olvidemos, para que no repitamos los errores, o los desmanes, cometidos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *