La pandemia, de una parte y Filomena de otra, han demostrado que la seguridad de la ciudadanía española no se encuentra asegurada con los sistemas actuales de protección de las personas en su entorno. No se trata sólo de socorrer a las personas después de que se haya producido un desastre, no es sólo contar con una Unidad Militar de Emergencias, ni con maquinas suficientes para despejar de nieve las calles, ni cuestión de plazas hospitalarias y servicios sociales.
La seguridad ciudadana, la defensa civil, la protección civil, es todo eso, pero es mucho más. Partimos de crear redes de protección civil para atender los riesgos, accidentes y desastres. Luego aprendimos a planificar y prevenir esos riesgos y, al final, deberíamos intentar gestionar de forma integral esos riesgos.
La actuación conjunta de las administraciones locales, autonómicas y del Estado para conocer los riesgos y aumentar la preparación y la formación para reducir su impacto y gestionarlos de forma eficiente es muy importante, pero será cada vez más esencial y en eso andamos más bien flojos a la vista de los resultados.
La Inteligencia Artificial (IA) puede ayudarnos mucho a conocer las probabilidades de que los riesgos se hagan realidad, o prevenir que una amenaza se concrete y se materialice. Riesgos a causa de fenómenos climatológicos, de nuevas pandemias, o de otros desastres naturales cuyo impacto podemos reducir, si somos conscientes de nuestras propias debilidades y de los errores que hemos cometido en el pasado.
Vivimos una llamada nueva normalidad, pero en proceso acelerado de cambio, una normalidad que hemos visto que puede verse alterada por riesgos que contemplábamos como improbables. Analizar bien los riesgos y entrenarnos para contenerlos y reducir su impacto cuando llegan, parecen tareas ineludibles en nuestro futuro inmediato. Ya mismo.
El primer paso, lógicamente, como en materia de salud laboral, es dibujar un buen mapa de los riesgos, su alcance y su gravedad. El segundo es planificar todo cuanto podemos hacer para prevenir, mitigar y reducir sus consecuencias. El tercero es estar preparados y entrenados para hacer frente a lo que se nos venga encima, incluso aunque no estuviera en nuestras peores pesadillas.
Es responsabilidad de las administraciones estar siempre atentos a la evolución de los datos disponibles y los cambios en los escenarios en los que nos movemos. La COVID-19 ha sido el último de otros muchos virus que parecían anunciar la llegada de una pandemia de grandes dimensiones, de la misma forma que un gran terremoto suele verse precedido de otros menores, o como todos sabemos que construir en zonas inundables es correr un riesgo innecesario. Tal vez alguien debería haber previsto que era cuestión de tiempo enfrentarnos a una situación como la que estamos viviendo.
No se trata de que no existan leyes, decretos, regulaciones en todos los ámbitos para la protección y defensa de la ciudadanía, no es que no veamos a los servicios de protección civil desplegados en determinados eventos como fiestas populares, actividades deportivas, conciertos, o actos públicos masivos.
No es que no haya equipos y equipamientos personales, instalaciones, despachos, vehículos todoterreno preparados para intervenir en determinadas circunstancias de emergencia. No es que no existan recursos informáticos que permiten conexiones ágiles para acceder a sistemas de protección de diferentes administraciones. Pero no han ejercido un papel central y vertebrador. Tal vez porque nunca nadie pensó que tuvieran que hacerlo.
Y no es sólo un problema de formación. Los equipos de protección, defensa y seguridad de la ciudadanía deben, efectivamente, conocer y dominar la utilización de recursos informáticos, haberse formado para actuar movilizando, integrando y coordinando otros servicios y administraciones. Deben ejercer una voluntad proactiva de aprender y, lo más importante de todo, conocer bien la realidad del entorno en el que actúan para poder minimizar los riesgos de la ciudadanía.
Equipos voluntarios sí, pero también profesionales especializados en elaborar los mapas de riesgo, promover las medidas que puedan prevenir desastres o atenuarlos, desde mejoras de carreteras, construcción de drenajes, dotaciones de maquinaria para remover escombros, o quitar nieve, traslado de heridos, enfermos, integrando la actuación de los equipos multidisciplinares que deben intervenir, desde servicios sociales a obras públicas, o desde limpieza viaria a servicios médicos.
Los equipos de protección civil son, así entendidos, elementos esenciales en la planificación política, en la concepción de las políticas educativas, sanitarias, o de protección social.
Si fuéramos sensatos, tanto la pandemia como la borrasca Filomena deberían habernos enseñado la necesidad de mapear las áreas de riesgo, conocer bien los lugares más vulnerables, la historia previa de accidentes y desastres que puedan haberse producido y la elaboración de planes de prevención y de acción frente a diferentes riesgos y supuestos, ante cualquier tipo de contingencia.
Sobre esa base hay que entrenar y comprometer a la ciudadanía en el conocimiento de esos riesgos, estableciendo ejercicios de simulación de evacuación y formación a diferentes niveles, incluidas placas y elementos de señalización. Pero además los equipos deben de estar preparados para hacer seguimiento y monitoreo de las situaciones de riesgo de todo tipo que se van detectando, ya provengan del clima, de otros riesgos naturales, o provocados por nuestra propia actuación sobre el entorno.
Lo primero, por tanto, lo más importante, como en casi todo, es contar con personas, con equipos eficaces y eficientes, conocedores del ámbito en el que se mueven, preparados para trazar los mapas de riesgos, para monitorear la evolución de los mismos, informar sobre alertas, capaces de elaborar planes de actuación y de contingencia y en estado operativo, en todo momento, con los recursos materiales y personales necesarios, entrenados para defender la vida de las personas en los municipios y territorios donde actúan.
Creo que merecería la pena que nuestros gobiernos le dieran una vuelta a la situación de la seguridad, la protección y la defensa de la ciudadanía en nuestro país. Si algo deberíamos haber aprendido es que España tiene mucho que hacer en este campo a la vista de las situaciones que nos están tocando vivir.