Por mi trayectoria personal puede que me encuentre más sensibilizado para buscar respuestas sindicales a cada problema económico, social, o político, tanto de nuestro país como del mundo mundial. Tal vez por eso se me ha terminado presentando, pasado un tiempo prudencial, cual aparición, o visión milagrosa, inesperada, la solución a ese conflicto recurrente en que nos embarca el Reino de Marruecos, unas veces a cuenta de Ceuta, otras de Melilla, de la isla Perejil, o del Sahara Occidental.
Como cualquier buen régimen autoritario y personalista, los gobernantes de Marruecos necesitan proyectos imperiales, corruptos negocios familiares y buenas dosis de pan, circo y espectáculo. Además, la pandemia ha empeorado notablemente la economía y la vida de las personas por aquellas tierras.
Téngase en cuenta que eso de los ERTEs es muy español y europeo, pero con economías sumergidas y trabajos irregulares es muy difícil subsistir sin poder salir de casa, sin vacunas y sin adecuados servicios médicos. Hay que buscar inmediatamente la manera de entretener al personal y eso de nadar hasta el Tarajal, más allá de los peligros reales que conlleva (nunca superiores a embarcarse en una patera hacia Canarias), distrae bastante la atención.
Pues bien, parece ser que en ese trasiego han terminado entrando entre 1.000 y 2.000 menores marroquíes no acompañados en Ceuta. Menas de esos que la ultraderecha pone en contraposición con nuestras abuelas y sobre los que el Tribunal Supremo sentencia que son “un evidente problema social y político, incluso con consecuencias y efectos en nuestras relaciones internacionales, como resulta notorio”.
En cualquier caso esos menores, al menos la mayoría, no parece que quieran recorrer el camino de vuelta a casa y sus familias no parece tampoco que vayan a poner muchos reparos en dejarlos en España, con tal de no verlos crecer hambrientos, con escasos estudios, poco trabajo y futuro bastante incierto.
Así las cosas, me parece que, en lugar de enredarnos en debates sobre los MENAs deberíamos centrarnos en invertir en formar sindicalistas marroquíes. Podemos acoger a esos chavales, adoptarlos, rodearles de afecto, alimentarlos, enseñarles a amar mucho y bien a su país, a su pueblo, a su gente.
Deberíamos aprender de ellos y de su tierra y darles una formación, cada cual según sus aptitudes y sus actitudes, con una buena base profesional y el estudio de los sistemas democráticos, los derechos sociales, la economía de su país, los derechos laborales en la empresa, o la estructura y organización de sindicatos y organizaciones sociales.
Cuando sean adultos y hayan terminado sus estudios podemos ayudarles a volver a su país, para montar negocios, organizar sindicatos, partidos democráticos. Con un equipo de entre 1.000 y 2.000 jóvenes formados en libertad, democracia, solidaridad y sindicalismo, el régimen autocrático marroquí tiene los días contados.
Siempre he creído que exportar sindicalismo es el mejor negocio contra la competencia desleal de países como Marruecos, o como China. Siempre me ha llamado la atención que el Rey de España, o el Presidente del Gobierno, cualquier alcalde o Presidente de Comunidad Autónoma, se lleven en sus viajes internacionales delegaciones empresariales para que monten negocios en otros países y no lleven a personas que pertenezcan a organizaciones vecinales, sociales, o sindicales.
No se dan cuenta de que la mejor manera de competir económicamente en este mundo y crear seguridad y calidad de vida en el conjunto del planeta es exportar sindicalismo, democracia, libertad y derechos humanos. Si la ciudadanía del mundo gozase de los mismos derechos y deberes, la competencia desleal, las dictaduras, las torturas y los abusos laborales y sociales, tendrían muchas menos posibilidades de instalarse en cualquier rincón del planeta. Eso que llaman dumping social no existiría.
No en vano muchos avances democráticos comienzan con avances laborales, sociales, sindicales. Pasó en España, pasó en Polonia, pasará en Marruecos.