Dicen que es una realidad nueva. Trabajar y ser pobre a la vez. Pero yo no me lo termino de creer. Cada uno de nosotros se aferra al carácter único de nuestras vidas y queremos creer que cuanto nos pasa es también único, irrepetible, exclusivo.
Nada más lejos de la realidad. Cuando no aprendemos de nuestro pasado, cuando nos empeñamos en olvidarlo, terminamos repitiéndolo, literalmente o aproximadamente, pero repitiéndolo. La verdad es que los trabajadores, una parte de los trabajadores al menos, desde tiempo inmemorial, han sido pobres.
Mi padre trabajaba por la mañana en el mantenimiento de un colegio, por la tarde echaba unas horas en un taller. Mi madre trabajaba en la limpieza del colegio y, algunos días, limpiaba casas en Madrid. Vivíamos en Villaverde, donde terminaron pagando un pisito, no sin problemas serios en algunos momentos y echaban largas horas en desplazamientos en medios de transporte abarrotados, insuficientes y privados.
El caso de mis padres no era único. Pagaban, como tantos otros, el precio de haber escapado de un futuro incierto en el pueblo, para adentrarse en las fauces de la gran capital de las Españas. Hubo quienes encontraron trabajo en grandes empresas industriales, en centros sanitarios, en bancos, o en comercios tradicionales.
Hubo otros muchos que agotaron sus vidas en la construcción, en pequeños talleres, en servicios de mantenimiento, en tareas de carga, descarga y reparto. Trabajaban de sol a sol y nunca consiguieron otra cosa que malvivir, sobrevivir y desgastarse hasta superar con creces los límites de sus fuerzas.
Casi tres millones de trabajadores y trabajadoras españoles viven en la pobreza, pese a tener un trabajo y un sueldo más bien pequeño, que no alcanza los ingresos mínimos para situarse por encima del umbral de la pobreza.
Son personas jóvenes, o responsables de familias monoparentales, o de familias numerosas. Son personas que trabajan en la agricultura, en los servicios domésticos, o como falsos autónomos. Globalmente aglutinan a casi el 14 por ciento de las personas empleadas, pero suponen el 43 por ciento de las personas inmigrantes, el 40 por ciento de las familias numerosa, o uno de cada tres hogares monoparentales.
La situación no mejora. Y todo pese a que ha subido el salario mínimo interprofesional, pese a que el empleo ha crecido notablemente, el paro ha descendido y una nueva reforma laboral ha convertido empleos llamados temporales en puestos de trabajo que ahora se llaman fijos.
Uno de los problemas que agudiza esta situación es que el precio de la vivienda se han disparado, al igual que lo han hecho los precios de los bienes básicos para la subsistencia. La electricidad, el gas, los carburantes, el agua, los productos alimenticios esenciales, la ropa.
Una situación que hace que sean muchas las familias en situación de pobreza laboral, más de la mitad de ellas, que no pueden acceder a servicios que tienen que ver con su salud, especialmente cuando se trata de prestaciones situadas en el mercado libre.
Familias que no pueden acceder a tratamientos odontológicos. Que no pueden comprar unas gafas. Que no pueden acudir a recibir atención psicológica. Además, ahora que se habla tanto de tratamientos fiscales diferenciados, en España terminamos por reproducir una situación de fractura similar a la italiana.
El Mezzogiorno italiano, con toda la bota, desde Nápoles hasta Calabria, Sicilia, o Cerdeña, es infinitamente más pobre que las regiones situadas al Norte de Roma, ya sean Roma, Florencia, Milán, Turín, Génova, Verona o Venecia. Lo mismo ocurre en nuestra España, con Andalucía, Extremadura, o Castilla-La Mancha, junto aCeuta y Melilla, por supuesto.
El modelo económico español es incorregible tan sólo con leyes. Basado en el turismo y en la construcción, genera mucho empleo en los servicios, de temporada, precario, inestable, a tiempo parcial. Empleo mal pagado, que impide proyectos familiares estables, tener hijos, acceder a una vivienda digna.
Parece mentira que la derecha crispada que habita nuestro país defienda tanto la familia para terminar abandonando a su suerte a quienes intentan emprender una vida familiar en unas condiciones dignas y aceptables. La izquierda no debería abandonar el proyecto de transformar nuestro modelo productivo, para aceptar actuar tan sólo sobre las consecuencias y los problemas de pobreza y precariedad que genera.
Deberíamos comenzar a actuar, sin miedo y con decisión, sobre las causas que generan trabajo precario y pobreza.