Quo vadis trabajo

Si por algunos expertos fuera, el trabajo ya habría desaparecido y las máquinas se hubieran hecho cargo del funcionamiento del mundo. Pero tales profecías son tan mentira como el supuesto de que estemos en condiciones de terraformar Marte para que los 9000 millones de humanos vayamos cualquier día de estos a vivir al planeta rojo convertido en nuevo planeta azul.

Pese a esta ignorancia generalizada, nos bombardean diariamente con el internet de las cosas, la inteligencia artificial, las máquinas capaces de aprender. Nos hablan de robótica, de biotecnología, de computación cuántica, o de materiales inteligentes.

Sin embargo, es cierto es que el mundo se ha acelerado y que, en mitad del destrozo al que asistimos, no tenemos ni idea de hacia dónde vamos, no sabemos qué trabajos surgirán y cuales otros desaparecerán al resultar automatizados y entregados a las máquinas.

Es cierto que el trabajo cambia y seguirá cambiando, pero es difícil saber hacia dónde y cómo afectará a nuestras vidas. No sabemos si estos cambios facilitarán una utopía o una distopía ya en marcha en el inmediato futuro. No hay unanimidad, sino más bien controversia sobre estos cambios. Cuál será el empleo del futuro y qué procesos formativos serán necesarios para gobernar el proceso.

Los centros educativos, las universidades, se ven obligadas a formar personas con habilidades y capacidades para vivir en este mundo. Sobre todo porque la formación es entendida como un proceso continuo, a lo largo de toda la vida. El aprendizaje, la adaptación de nuestros conocimientos y habilidades a las transformaciones.

Por lo pronto los pronósticos más negros, formulados por aquellos que confían a ciegas en las nuevas tecnologías, se decantan por intentar convencernos de que las máquinas ya están ocupando muchos de nuestros puestos de trabajo. La sociedad automatizada estaría ya muy cerca y las máquinas tomarán el relevo en cualquier momento, en casi todos nuestros empleos. Los androides y los servidores, las computadoras inteligentes, tomarán la dirección.

Nos cuentan que la liberación del trabajo rutinario está al alcance de la mano, mientras que otros nos alertan de que puede terminar produciendo un desempleo masivo, un mal sueño que puede convertirse en la peor de nuestras pesadillas.

Comienzan a ser muchos los miembros de esta vanguardia futurista y los poderosos dueños de las grandes compañías tecnológicas, que firman manifiestos y piden una moratoria para repensar el modelo y evitar desastres.

Al tiempo, avanzan en la idea de crear una renta básica universal que nada tiene que ver con el sueldo procedente del trabajo, que será casi inexistente. Una idea, una propuesta, que hasta hace bien poco parecía pertenecer a una izquierda radical comienza a ser absorbida y encabezada por una parte importante de los poderosos propietarios de las grandes corporaciones.

Hace más de 150 años, Carlos Marx se hacía eco de las ideas que ya en su tiempo anunciaban que los procesos de automatización de la industria podrían producir un desempleo masivo. Una idea que nunca ha desaparecido y que hemos podido ver desarrollada más recientemente por pensadores como Jeremy Rifkin en su libro El fin del trabajo.

En los últimos tiempos, las investigaciones y los estudios empíricos han intentado analizar los cambios que se producen en el trabajo y las ocupaciones que se encuentran en proceso de ser digitalizadas. Los resultados apuntan a que la mayoría de las profesiones sometidas a estudio podrían ser sustituidas en un futuro cercano por máquinas, de forma total, o parcial.

Es verdad que los trabajos más mecánicos, repetitivos y menos cualificados pueden ser los primeros en caer, pero incluso muchos trabajos más especializados, más cualificados, de diseño, elaboración de formularios, demandas, programas informáticos, etc. también podrían ser automatizados.

El futuro del trabajo se va a ventilar, en muchos casos, entre el derroche energético que va a exigir poner en marcha y mantener en funcionamiento las máquinas, o saber aprovechar el potencial de  trabajo cualificado de los seres humanos.

Todo va a depender, por tanto, de nuestra capacidad de desarrollar y poner en marcha procesos de formación de las personas, porque la existencia de cada vez más trabajos automatizados, va  a exigir la presencia de un mayor número de empleos desarrollados por personas con nuevas cualificaciones.

Como siempre, el futuro se ventilará entre aquellos que pretenden someter la vida humana a sus necesidades de poder y dinero y quienes  quieren que los nuevos desarrollos tecnológicos se produzcan a favor de la vida y de las personas. En esa encrucijada nos encontramos en este momento y de nuestras respuestas dependerá el futuro de nuestras vidas y de nuestros trabajos.

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