Así es Salce, así la queremos

Me enteré de la muerte de Salce y sentí que tenía que escribir algo, aunque ella tenía grandes amistades que podrían haber escrito mucho sobre su vida. De hecho Agustín Moreno publicó inmediatamente un artículo en El País. Pensé que habría un buen número de obituarios, artículos, recuerdos en diferentes medios. Pero no fue así.

Unos pocos artículos firmados, algunos obituarios sin firma y las condolencias en las páginas de CCOO y de la UGT. Eduardo Montagut, ese enlace mío con El Obrero, me pide,

-Hazme un artículo. Recuerdo lo crítica que era.

Creo que escribir sobre Salce algo más de lo que escribí apresuradamente aquella tarde, en la que comenzaron a llegarme las noticias de su muerte, no puede aportar gran cosa, pero si Eduardo lo pide, sus razones tendrá. Además, en esos momentos, me alcanza otro motivo para escribir. Recibo la reacción de Agustín Sánchez Antequera, mi amigo de Legados Ediciones, con el que he publicado un par de libros míos,

-Descanse en Paz, era muy cariñosa conmigo. Me gustó mucho conocerla.

En esas frases, se encuentra bien reflejado aquello que muchas personas encontramos en Salce. A nadie dejaba indiferente porque de nadie pasaba de largo, con nadie se mostraba indolente, insensible, fría.

No era su estilo personal. Salce escuchaba y, al momento, opinaba desde todo su ser. Desde su cabeza, claro que sí, bien pertrechada y siempre alerta, pero también desde su estómago y desde su corazón.

Eso es lo que convertía a Salce, usando palabras prestadas de Miguel Hernández, en una mujer perita en lunas, en un rayo que no cesa, en portadora de vientos del pueblo. Mujer con afiladas espadas que siempre fueron como labios, hubiera dicho Aleixandre.

Un ángel fieramente humano que nos hubiera descrito Blas de Otero. Pero un ángel que lejos de desplegar sus alas y volar, huir, escapar de nuestro dolor, de nuestros horrores, de nuestras muchas miserias, se aferró a nuestras cadenas y las compartió hasta el final.

Quien escribe tiene una ventaja. Puede decir cómo son las cosas, quién es cada uno. Si el que escribe bendice, bendito serás. Si el que escribe maldice, maldito quedas, probablemente para siempre. Todos desconfiamos del poder, de los ricos y poderosos, de forma que no es verdad eso de que el poder escribe la historia.

La historia la escribimos nosotros, cuando hablamos, cuando escribimos y recordamos a las nuestras y Salce lo era. Era lo que quisieron ser las Comisiones Obreras desde sus comienzos. Ese sindicalismo de libertad a tumba abierta, de clase trabajadora, de asamblea y participación, la síntesis perfecta del pasado socialista y anarquista del sindicalismo español.

Y sí, era crítica, porque hizo de la crítica el contrapeso necesario para que la organización no terminara embarcada irremisiblemente en la aceptación de la lógica del capital. Morir de éxito es lo peor que puede ocurrirle a una organización. Aceptar transacciones con un mundo que es lo que es, aceptar que no tiene remedio y asumir que sólo podemos aspirar a vivir de las migajas, las propinas que caen de la mesa del poder.

En ese filo de la navaja de la movilización, la negociación, el acuerdo para seguir avanzando, se movía siempre Salce. Quien acepta vivir en ese filo, nunca puede ser persona cómoda, fácil, moldeable, de talante dócil y sumiso. Alguien llamaba a eso ser crítica, pero era mucho más.

Se la jugó, perdió y lejos de sumirse en un destierro se reencontró a sí misma en la enseñanza. Sabía más que nadie de empleo y se convirtió en profesora de Formación y Orientación Laboral.

En estos últimos años me tocó sacar adelante los premios de poesía Andrés García Madrid y el de relatos Meliano Peraile, cuando en las inmediaciones de la pandemia dedicaba parte de mi tiempo al Ateneo 1 de Mayo. Para el primero qué mejor que buscar un presidente de la talla poética de Manuel Rico, ahora presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, donde está realizando una magnífica labor para remover obstáculos que amargan la vida de los creadores literarios.

Para el segundo le pedí a Salce que presidiera el jurado. Me costó porque huía de cualquier tipo de cargos que le levantase tan siquiera unos centímetros sobre los demás. Terminó aceptando, hasta que en este último año no quiso ocupar la presidencia del jurado porque el proceso de su enfermedad le dificultaba aceptar el reto de leer decenas de cuentos, asistir a reuniones…

Allí es donde la conoció Agustín, que ejercía como Secretario del jurado y  encargado de facilitar el desarrollo de los trabajos del premio. Un Agustín que me confesaba, ya quedó dicho anteriormente,

-Era muy cariñosa conmigo. Me gustó mucho conocerla.

Así era Salce, así nos empeñamos en recordarla. Así será Salce si su memoria se convierte en el espejo en el que nos miramos antes de comenzar cada día. Si nos mantiene alerta, críticos.

Me gustó mucho conocerla.

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