Esa parece que es la clave, el Internet de las Cosas, IoT, por sus siglas en inglés de Internet of Things. El Internet de las Cosas, la relación digital entre máquinas, parece que moverá más de 10 billones de dólares, aunque en esto nadie se pone de acuerdo. Una buena parte, hasta un cuartos del negocio, se moverá en el sector de la industria, gracias al empujón de la automoción y otros transportes automatizados.
Pero también otros sectores como la salud parece que experimentarán un gran empujón y sobre todo las relaciones comerciales entre empresas que acapararán casi dos tercios del negocio entre productores, grandes distribuidores y pequeños comercializadores.
Países como China están actuando como motor del Internet de las Cosas y no sólo porque lo hayan desarrollado en sus sistemas de fabricación, sino que también lo han introducido en los procesos de distribución y en la utilización que hacen los propios consumidores de esos productos, así como en la actividad de los gobiernos y las administraciones.
Es verdad que los procesos de fabricación y distribución son campos abonados para la automatización con una mínima interacción con los humanos, pero no es el único campo en el que el terreno es propicio. Cuando vamos a un centro de salud, a un centro de especialidades, a un hospital, vemos cómo son instrumentos digitales los que intervienen cada vez más y con gran precisión en medir saturaciones, tensión ocular, monitorización de nuestros valores, diagnóstico de enfermedades, o realización de intervenciones quirúrgicas.
Este desarrollo se produce en la sanidad pública a cargo de los gobiernos, porque requiere inversiones muy costosas, pero también se produce en parte de la sanidad privada, que concierta actuaciones con la pública, o que se especializa en determinadas enfermedades y tratamientos.
Muchas enfermedades crónicas, que exigen monitorización, encuentran respuestas a tratamientos gracias a la simple utilización de nuestro dispositivo móvil, que mide las variables de nuestra actividad física y que facilita la detección precoz de problemas y la aplicación de soluciones.
La pandemia ha hecho que las soluciones basadas en el Internet de las Cosas haya tenido un desarrollo mucho mayor en determinados sectores como la sanidad, o en la atención y la prestación de servicios a las personas. El aumento del uso de sensores en cada producto se verá multiplicada en los próximos años haciendo que muchos de los aparatos que utilizamos trabajen de forma automatizada y segura.
Uno de nuestros problemas como país es el tejido empresarial de pequeña y muy pequeña empresa que dificulta un avance generalizado del Internet de las Cosas en nuestras empresas. Una de las ventajas es que la tecnología está disponible y puede ser utilizada de forma masiva. La conectividad está asegurada.
La clave es no intentar afrontar este proceso por partes, como una transformación independiente de otras, sino intentar abordar un proceso que transforme en su conjunto el modelo económico. Hacerlo así permitiría planificar el número de profesionales que necesitamos, sus cualificaciones, su formación, al tiempo que desarrollamos sistemas interconectados capaces de prevenir y atajar, entre otras cosas, los riesgos de ciberseguridad que se vayan generando.
No estamos ante un empeño individualizado, sino ante un compromiso colectivo que aproveche las ventajas y limite los riesgos, pensando siempre en las necesidades de las personas por encima de los beneficios económicos derivados de un cuento de la lechera.
El Internet de las Cosas está ahí. De nosotros depende que se convierta en una nueva maldición de desigualdades y brechas entre las personas, o en una posibilidad para mejorar la vida de millones de esas personas, que siempre deben quedar muy por encima de las necesidades del mercado y de las ambiciones de los mercaderes.