Esta misma semana, las Comisiones Obreras celebran su 12 Congreso Confederal. El lema elegido es Actuar para Avanzar, que debemos interpretar como conciencia de que la esencia del mundo que hemos construido es el cambio y quedarse quietos significa retroceder.
Sin embargo, esa actuación que se plantea no parece que tenga nada que ver con ese correr como pollos sin cabeza detrás de los acontecimientos que caracteriza a muchas organizaciones políticas y sociales, a muchos creadores de opinión en momentos confusos como los que vivimos.
Además, este Congreso de CCOO no va a centrarse en la elección del cabeza de la organización, porque el actual Secretario General, Unai Sordo, cumple su primer mandato y, tras las convulsiones desencadenadas por la pandemia, no parece que nadie quiera disputarse la elección del máximo órgano de dirección del sindicato.
Eso no quiere decir que no vayan a existir tensiones. Quiere decir que la sangre no llegará al río. Algo muy similar a lo que ocurre en estos momentos en casi todas las organizaciones políticas y sociales que se disputan la presencia en los puestos de dirección, pero sin cuestionar el liderazgo, ni las tácticas que sustentan la organización.
Tal vez precisamente por eso, en ausencia de debates sobre la persona que encabeza un proyecto, deberíamos aprovechar nuestros congresos para reflexionar sobre la naturaleza de los cambios que se producen y plantear objetivos y actuaciones que nos permitan conseguir avances en nuestros empleos, en nuestras vidas cotidianas, en nuestras sociedades.
Es lo que hicieron las incipientes Comisiones Obreras cuando el franquismo, en los inicios de su etapa desarrollista, decidió abrir una estrecha rendija para elegir a los representantes de los trabajadores en los Jurados de Empresa, o como enlaces sindicales.
Corría el año 1962 cuando la Huelgona de los pozos mineros asturianos, extendida a Vizcaya, Guipúzcoa y otras provincias, sembró la experiencia de la constitución de comisiones obreras en otras empresas, que se fueron poco a poco coordinando y extendiendo por todo el país.
Una experiencia de organización que hizo que, en 1966, las candidaturas impulsadas por la Comisiones Obreras ganaran las elecciones sindicales en numerosas empresas y obtuvieran mayoría en la representación social en algunas organizaciones provinciales del sindicato vertical en muchas provincias.
Es lo que hicieron también a principios de los 70, cuando ya una parte importante de la sociedad española pugnaba por abrir las veredas del posfranquismo, el final de la dictadura, la integración en Europa, la convivencia pacífica y en libertad.
Aún así, las dictaduras moribundas son las más peligrosas y hace 50 años el Régimen asesinaba a Pedro Patiño, militante de las CCOO, en las obras de Zarzaquemada, en Leganés, durante una huelga de la construcción. Poco después, durante la huelga y encierros de la SEAT, caía abatido por los disparos de la policía Antonio Ruiz Villalba, durante el desalojo de la fábrica. La empresa sancionó a 12.000 trabajadores y más de 20 se vieron ante los Tribunales de Orden Público, o ante los Tribunales Militares.
La Transición española no hubiera sido la misma sin las CCOO, como no serían las mismas nuestras prestaciones por desempleo, las rentas mínimas, hoy llamadas ingreso mínimo vital. Tampoco nuestra sanidad, ni nuestra enseñanza, serían gratuitas, universales y públicas.
Ni las pensiones, contributivas, o no contributivas, los salarios mínimos, la salud laboral. Los servicios sociales y prestaciones para quienes carecen de recursos y viven en la exclusión, más allá del umbral, de la pobreza. La España que hoy somos, los derechos laborales y sociales que mantenemos, pese a los recortes y al avance de las ideas ultraliberales, han sido fruto del diálogo social en el que han participado los sucesivos gobiernos, las asociaciones empresariales y los sindicatos.
Dicen que el empleo va camino de la extinción, que vivimos en el fin de la Historia, que los Estados del Bienestar no rentan, que la solidaridad es cosa de donaciones que lavan nuestras conciencias, pero que lo nuestro es competir, mejorar el mundo a base de hundir a millones en la miseria.
Y, sin embargo, el empleo sigue siendo fuente de salario, rentas, generador de protección y derechos, la Historia sigue adelante, avanza, retrocede y se encamina a nuestra supervivencia, o a nuestra extinción.
Los Estados del Bienestar, allí donde existen aún, han permitido sortear la crisis económica y las consecuencias de la pandemia. La solidaridad no es una opción, es la única forma de salir del atolladero que nuestra especie tiene por delante.
Ese es debate en el que estamos embarcados, nosotros, las instituciones internacionales y hasta el Papa de Roma. Ahí se encuentran las preguntas que cualquier organización, cualquier sindicato, las CCOO, tenemos la obligación de pensar y responder con acciones que nos permitan avanzar.
Qué modelo de producción y de servicios necesitamos si no queremos destruirnos, qué empleos y que condiciones de trabajo debemos tener, qué calidad de vida podemos permitirnos, qué compromisos estamos dispuestos a acordar.
Respuestas que huyan de las fórmulas hechas, de los modelos trillados, de los tópicos vacíos, de las prácticas centradas en el acceso y ejercicio del poder. Respuestas que recuperen la cultura de la libertad, la igualdad y la solidaridad. La cultura del servicio, del bien común, de la participación, de la elección de los y las mejores, de la defensa de los derechos.
Si CCOO acierta en su Congreso todos salimos ganando. Necesitaremos mucho más que suerte.