No recuerdo en qué red social vi la nota de una mujer que venía a decir que dejásemos en paz a nuestros hijos, que no siguiéramos publicando sus imágenes en las playas. Que presumiéramos cuanto quisiéramos de las grandes vacaciones que podemos pagarnos. Pero que dejásemos en paz a nuestros hijos.
Aquella mujer se atrevía a decir lo que tantos otros callamos. Callamos, porque son nuestras hijas, nuestros hijos, nuestras amigas, nuestros conocidos, los que llenan las redes sociales de niñas, de niños. Qué narices pintan nuestros hijos protagonizando escenas playeras, festividades de todo tipo, cumpleaños.
Los incluimos ahí para mayor gloria nuestra. Para que con su presencia sobredimensionen y den relevancia a nuestros pequeños momentos triunfales. Y, sin embargo, no reparamos en que contravenimos leyes, incurrimos en imprudencias temerarias, ponemos en riesgo a nuestros vástagos.
Para empezar, las leyes amparan a los menores y defienden su derecho al honor, a la intimidad de su persona y de su familia. El derecho a su imagen. No somos dueños de nuestros hijos. Por eso cuando decidimos publicar sus fotos, o autorizar su publicación, podemos estar actuando contra sus derechos.
Cuando publicamos las fotos de nuestros hijos estamos creando una huella digital que escapa a nuestro control desde el momento en que decidimos hacerlo. Esas fotos dejan de ser de nuestra propiedad, pueden ser manipuladas y utilizadas para fines que de ninguna manera quisiéramos. La huella de sus imágenes les acompañará durante toda su vida y en todas las circunstancias de la misma.
No son pocos los casos en los que la policía termina informando a las familias del uso indebido, ilegal, indeseable, dado por algunos delincuentes a los bancos de imágenes que les han sido incautados. Miles de archivos de imágenes tomados de otros tantos miles de lugares en los que han sido publicados voluntariamente por inocentes padres y madres.
No somos propietarios de nuestros hijos, ni de sus imágenes. Esas mismas niñas y niños pueden llegar a adultos y denunciar a sus padres por el mal uso de su imagen. Pueden reclamar ante los tribunales, indemnizaciones, reparaciones de los daños producidos y la retirada inmediata de sus imágenes de cualquier red social.
Hay madres y padres que publican hasta las ecografías antes de que nazca su hija, su hijo. Hay padres y madres, abuelas, abuelos, que cuelgan las imágenes de sus hijas e hijos, sus nietas y nietos en los perfiles de sus redes, en sus estados, en sus historias y en sus publicaciones.
Fotos que ya dejan de ser nuestras, que vulneran la ley de protección de datos que protege especialmente a los menores, que ponen a disposición de delincuentes muchos datos relevantes sobre lugares que frecuentan, colegios a los que asisten, usos, actividades, viviendas donde habitan. Que facilitan, planificar y cometer actos delictivos.
Vanalizamos, en definitiva, los riesgos que conlleva la publicación de imágenes de nuestros menores. Generalizamos la idea de que todas esta fotos, imágenes, datos publicados en redes sociales, son algo inofensivo, intranscendente, sin mayores peligros, sin otras innecesarias consideraciones.
Vivimos un mundo nuevo. Utilizamos herramientas impensables hace muy poco tiempo. No debemos alimentar el miedo, pero sí adentrarnos en este nuevo escenario con prudencia, sobre todo cuando se trata de proteger a nuestros menores en este nuevo espacio de las redes sociales e internet. Nos ahorraríamos muchos disgustos.
No conviene desoír a quienes nos alertan de que para publicitar nuestras exitosas vacaciones a pie de playa, no es necesario publicar las imágenes de nuestros menores. Son pocas las personas que se atreven a hacerlo, en este mundo de lo políticamente correcto, pero sería bueno que esas personas abundasen y que, arrumbando nuestra soberbia, nos aplicásemos a escucharlas.




