Dediqué mi anterior artículo a la muerte de mi tío Ramón en un trágico accidente de tráfico. Poco podía pensar en esos momento, hace más de un mes, que la tragedia de otras muertes se iba a cernir sobre nosotros con la brutalidad con que lo ha hecho este coronavirus. En casi todas las familias, entre personas cercanas y amigas, hemos sufrido enfermedad, muerte y lágrimas.
Nos parece increíble el daño que puede infringirnos una molécula capaz de realizar sólo algunas funciones de los seres vivos a la que muchos no consideran viva y no pocos ni viva ni muerta, todos coinciden en que no muere, no envejece, puede desactivarse, pero puede volver a activarse, se reproduce, aunque para ello utiliza las células de otros seres vivos para hacer copias de sí misma. Zombis mutantes, eso es lo que son. No muertos, no vivos.
Les da igual entrar en animales, hongos, plantas, no desprecian a las bacterias, ni tan siquiera a otros virus. A la mayoría de esos virus ni con microscopios podemos verlos. No tienen conciencia, no tienen inteligencia, al menos como nosotros la entendemos, hacen lo que saben hacer, con eficacia y adaptándos sin cesar. A veces sus muchos cambios y mutaciones les permiten pasar de animales a personas, o de personas a animales y otras veces los convierten en mortales.
Es el caso, al parecer, del COVID19. Viaja deprisa, muta deprisa, hasta el punto de que el que se encuentra entre nosotros ya no es igual que el chino y a América habrán llegado nuevas mutaciones, invade selectivamente, especialmente a nuestros mayores, ataca los pulmones, ensaya y se equivoca mucho pero se expande por cualquier otro, no en todos los casos los mismos, no se hace notar pero provoca colapsos repentinos y lo peor es que no tenemos antivirales, ni tratamientos y tardaremos en tener vacunas.
Mientras tanto muere gente, seguirá muriendo gente, habrá momentos en los que parecerá que lo controlamos y otros en los que las cifras empeoren, hubo quien dijo que el buen tiempo acabaría con él, porque destruye las proteínas que lo rodean y que le permiten invadir nuestras células, pero ya nadie está seguro de eso, nadie descarta que pueda rebrotar incluso con más virulencia, ni que quien lo ha padecido no pueda volver a infectarse.
Hemos aprendido que nuestra normalidad pasada no era normal y que no podemos bajar la guardia. No conviene eliminar camas hospitalarias creadas de forma acelerada, ni prescindir de profesionales contratados de urgencia. Parece lamentable que cerremos los improvisados hospitales, sin haber restablecido un funcionamiento regularizado en los otros. Nuestro sistema sanitario se ha paralizado para centrarse en el coronavirus y los tratamientos, consultas, operaciones programadas, pruebas diagnósticas, todo, se ha aplazado sine die.
Esto no es una guerra, pero si lo fuera la estaríamos librando contra nosotros mismos, como cualquiera de las otras muchas guerras que hemos desencadenado contra nosotros mismos,
-Dejaréis de ser héroes cuando la gente no tenga miedo. Dejaréis de ser héroes cuando a los políticos les interese. Ahora sois carne de cañón, por eso os llaman héroes
(en las redes circula profusamente que la frase proviene de la película Senderos de Gloria de Stanley Kubrick, aunque son muchos los que no recuerdan en qué parte de la película la pronuncia el coronel Dax, uno de los mejores y más inolvidables papeles interpretados por Kirk Duglas).
No es cuestión de héroes, es cuestión de víctimas, víctimas fallecidas, víctimas amenazadas, víctimas que resisten, que van a trabajar cada día aún sin los medios adecuados para hacerlo, víctimas encerradas, menores, mayores en sus casas solitarias, en las residencias asediadas, en los hospitales colapsados. Víctimas.
No entiendo a quienes hablan de guerra y piden luto nacional en mitad del combate. No entiendo a quienes buscan sembrar mentiras para dar la vuelta a cada decisión aún antes de ser tomada por el gobierno. Malo salir a la calle y malo no hacerlo. Caceroladas, algunos andan con caceroladas, yo sigo aplaudiendo. Y no lo hago desde el silencio sin crítica. He criticado el fondo y la forma del intento embrollado de iniciar el desconfinamiento con niños acompañando a sus padres al campo de batalla del supermercado, el banco, o la farmacia. No me ha gustado tampoco el jugueteo con las edades,
(12 años, luego 14, 13 al final, dejando fuera a los menores de edad de entre 14 y 18).
No entiendo que nos traten como a niños para luego exigirnos que no nos comportemos como niños. No se consigue responsabilidad imponiendo 800.000 sanciones. Algunas serán necesarias, muchas no, la mayoría probablemente recurribles y anulables.
Sabemos, a estas alturas que el rígido confinamiento no ha evitado los contagios, porque no hemos controlado a tiempo las infecciones de quienes trabajaban con nuestros mayores en casa, en residencias, en hospitales. El aislamiento de los asintomáticos hubiera sido esencial, pero no había tests. Y sabemos que una vez enfermados no había camas, ni profesionales, ni mascarillas, ni trajes protectores, ni respiradores, ni algunos fármacos, ni nada de nada.
Había que traerlos de China y China estaba cerrada y hasta la exótica presidenta de la Comunidad de Madrid
(esa misma que perdió la fe a los nueve años y ahora no puede perderse una misa para dejar que el rímel corra por sus mejillas)
se admiraba de lo difícil que es comprar fuera de nuestras fronteras y sortear a los bucaneros, piratas, pícaros, corsarios y demás intermediarios, brókers y traders que navegan por los océanos de la globalización.
Demasiados años alimentando un sistema volcado en convertir en negocio privado hasta el último céntimo de nuestro presupuesto público. Puertas giratorias, comisiones, corrupciones, recortes en servicios que hoy son esenciales, corruptelas, ranas, al final en los tribunales, pero el mal estaba hecho. Una normalidad que trajo esta anormalidad a la que algunos ya denominan nueva normalidad.
Ya nada será igual y en cada país, en Europa, en todo el planeta, tendremos que reinventar nuestra economía, nuestro empleo, nuestras políticas públicas, nuestros recursos sanitarios y sociales para evitar el desastre. Reinventarnos pensando en la naturaleza y el medio ambiente, la prevención de las pandemias, la contaminación y las personas, sobre todo las personas como centro de las políticas.
Tal vez pensando, en aquellos versos escritos, esta vez sí, por un poeta nacido hace trescientos años, Thomas Gray,
-No permitáis que la ambición se burle del esfuerzo útil de ellos/ De sus sencillas alegrías y su oscuro destino;/ Ni que la grandeza escuche, con desdeñosa sonrisa/ los cortos y sencillos hechos de los pobres./ El alarde de la heráldica, la pompa del poder y todo el esplendor, toda la abundancia que da,/ espera igual que lo hace la hora inevitable. Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba.