Hay quienes antes de la llegada de la pandemia anunciaban un recrudecimiento de la crisis económica de 2008 porque aquella famosa crisis, desencadenada tras la caída de Lehman Brothers, en realidad nunca terminamos de superarla. Unas veces con recuperación económica y otras con recesión, lo cierto es que sus consecuencias de precariedad de las vidas y los empleos habían pasado a formar parte de lo cotidiano.
La pandemia del coronavirus ha venido a sembrar aún más incertidumbre en el desorden global instaurado a lo largo de las últimas décadas, demostrando la debilidad de un sistema que colapsa ante el embate de un virus desconocido, evolucionado, mutante, e imprevisible.
Basta recordar que nos dijeron que no eran necesarias mascarillas y resulta que lo eran, o que con el verano y sus rigores las proteínas del virus se debilitaban y la pandemia se diluiría hasta la temporada otoño-invierno y tampoco resultó ser cierto. Las reglas de siempre parece que han dejado de ser válidas.
El COVID19 ha demostrado que no sólo los países más pobres, sino también los más ricos, son incapaces de contener, afrontar y solucionar problemas de salud como el que tenemos por delante. La presión asistencial ha sido brutal y las inversiones en sanidad pública habían disminuido, por efecto de los recortes producidos al calor de la crisis y por los procesos de privatización y entrega al sector privado de recursos que ahora hubieran sido necesarios para sostener el Sistema Sanitario Público.
Una de las conclusiones evidentes es que tenemos la obligación de reforzar la inversión en salud para prevenir nuevos brotes y nuevas pandemias, reforzando los dispositivos públicos, su personal, sus recursos y su capacidad de atención a demandas que desbordan las capacidades existentes. Hemos demostrado que somos capaces de contener la pandemia, pero que las reglas habituales no bastan para triunfar sobre una situación tan compleja como la que vivimos.
Junto a la sanidad, el propio Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, reconoce que no podemos recurrir a las respuestas habituales en tiempos tan inusuales,
-Si se gestiona bien la crisis, podemos hacer que la recuperación tome una dirección más sostenible e inclusiva. Por el contrario, la mala coordinación de las políticas podría fijar (e incluso empeorar) desigualdades que ya son insostenibles, lo que anularía los logros del desarrollo y la de la pobreza que tanto costó alcanzar.
No estamos ante una crisis de las entidades financieras, que se solucione rescatando bancos. No estamos ante una crisis de producción, de consumo, de desajustes entre oferta y demanda. Estamos ante una crisis que tiene que ver con la supervivencia de la especie humana. Una crisis de la humanidad.
La crisis de un sistema que destruye nuestras propias posibilidades de existencia, que se muestra incapaz de contener los desastres generados por el cambio climático, ineficaz para combatir pandemias como la que vivimos, que niega de entrada la igualdad y la posibilidad de dar satisfacción a las necesidades básicas de los seres humanos.
Podemos y debemos poner en valor lo mejor de aquello que hemos sabido desarrollar como especie humana. La libertad como ejercicio de una responsabilidad, la igualdad de las miles de personas que habitamos este planeta, nuestra capacidad de relacionarnos (amar, tal vez) respetuosamente con el resto de especies que pueblan el planeta, desarrollar toda la compasión y la solidaridad necesarias para defender cada vida amenazada.
Creo que son valores desarrollados históricamente por la izquierda, pero que necesitan la convicción de toda la humanidad para afrontar el futuro con cierta esperanza. Un futuro que tiene que ver con una actividad económica respetuosa con el medio ambiente, con el establecimiento de salarios justos, con el desarrollo de protección social para las personas, con la solidaridad entre países, con una fiscalidad más justa.
Con la defensa de las personas más vulnerables, el abandono al que se ven sometidas las mujeres, los niños, las personas mayores, las personas obligadas a desplazarse para buscar algún futuro más allá de la muerte cierta y el empobrecimiento cada vez mayor.
Esos son los retos que tenemos por delante como especie y como habitantes de este planeta. Una cosa es que decidamos dar la batalla para que esos retos sean afrontados y resueltos de forma que nos permitan salir y superar el riesgo de colapso cierto en el que nos encontramos, o que prefiramos seguir cavando nuestra propia tumba como civilización y como especie.