Universidad, discapacidad y pandemia

Hace poco el Consejo Social de la Universidad Complutense organizó unas Jornadas sobre Universidad y Discapacidad, una actividad anual que fue iniciada gracias a la persistencia de Carlos Álvarez, como consejero del Consejo Social, donde se encuentran miembros de la comunidad universitaria y de la sociedad.

Este año la Jornada sólo podía tener un tema central, el de la Solidaridad en tiempos de pandemia. Está bien que en determinados momentos toda la comunidad universitaria se pare a reflexionar sobre las personas que más apoyo necesitan para alcanzar sus objetivos personales de conocimiento y obtención de una titulación.

Desde quienes asumen las máximas responsabilidades en el Rectorado, hasta el profesorado de las facultades, el alumnado, el personal docente y el de administración y servicios, o quienes, desde diferentes instituciones, forman parte del Consejo Social que debe garantizar la vinculación de toda universidad con la sociedad en la que actúa.

Y la primera constatación es que las personas con algún tipo de discapacidad representan un porcentaje muy bajo que no supera el 1´5% del total de estudiantes universitarios españoles. No llega al 5% el porcentaje de personas con discapacidad que consiguen un título universitario, cuando el porcentaje entre el resto de la población es mucho más elevado.

Nadie niega la buena fe de cuantos afrontan los problemas de las personas con discapacidad en lugares como la universidad, pero como en muchas otras ocasiones las buenas intenciones no siempre conducen al paraíso. Buenas intenciones, ignorancia, que podemos comprobar incluso en sociedades científicas que fueron objeto de reflexión por parte del presidente del CERMI  (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad).

Una situación que se ha visto agravada con la llegada de la pandemia. La situación en los centros e instituciones donde las personas discapacitadas viven internadas, institucionalizadas, ha sido casi tan dramática, pero más silenciada, como la de las residencias de personas mayores.

A lo largo de la pandemia hemos comprobado problemas en el triaje, la selección, que se produce en las instituciones sanitarias, las dificultades de acceso a productos farmacéuticos desde el domicilio (algo no contemplado de forma inflexible), la prohibición de salidas terapéuticas, los problemas con la rigidez de algunas instrucciones, o interpretaciones, policiales.

Si a estos problemas de confinamiento, especialmente duro para muchas de estas personas, le añadimos que a lo largo de 2020 la contratación de personas con discapacidad ha disminuido al menos en un 30%, no puede extrañarnos que la sensación de bienestar haya disminuido y que hayan aumentado las conductas depresivas, o incluso suicidas.

A lo largo de las jornadas, tuve el privilegio de presentar y escuchar los testimonios de jóvenes estudiantes universitarios con discapacidad, que se han visto obligados a afrontar las dificultades que la pandemia ha añadido a su esfuerzo académico. Personas con trastorno de aspecto autista que han perdido rutinas necesarias y se han visto obligadas a estudiar carreras como Farmacia desde un ordenador en su domicilio, conciliando la vida familiar con el espacio de estudio y perdiendo la presencialidad y el contacto directo con el profesorado.

O la estudiante de Filología con discapacidad visual, incapaz de poder interpretar las pantallas compartidas en el ordenador, sin ayuda personal y con enormes dificultades de accesibilidad para mantener el ritmo de las clases en estas condiciones de estudio online.

La estudiante de Bioquímica con problemas de ansiedad, separada de su familia, que ha descubierto la importancia de sus compañeras de piso  para sortear el golpe de la soledad, lejos de la familia y concentrarse en sus estudios y en la lectura para superar la situación.

La estudiante de Trabajo Social, con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad que ha tenido que afrontar los retos de motivación, evitando distracciones y enfrentarse a situaciones extraordinarias, como los exámenes online, tremendamente difíciles cuando hay que mantener una atención que se pierde constantemente, sometida a la presión del tiempo y la continua revisión de las respuestas.

Y así, como estas personas, otras tantas que expusieron su experiencia, sus dificultades y su esfuerzo por superarlas. Si para la mayoría de estudiantes ha sido un año difícil, que ha puesto de relieve las cuantiosas insuficiencias y carencias del sistema educativo para afrontar el reto de una educación no presencial, a distancia, online, para aquellos que viven algún tipo de discapacidad el esfuerzo ha rozado, en muchos casos, el heroísmo.

Conocer estas situaciones y escuchar a las personas constituye el primer paso para comenzar a cambiar las cosas desde cada ámbito de nuestra sociedad y de la universidad, con la ayuda de departamentos especializados como la Oficina Universitaria de Integración de las Personas con Discapacidad.

Es muy importante la accesibilidad encaminada a facilitar la movilidad, pero también es urgente aprender a trabajar con las nuevas tecnologías, su lenguaje, sus reglas, sus formas de uso, sus nuevas mecánicas de evaluación, su privacidad y el uso de datos. Cosas tan sencillas como la transcripción de una videoconferencia parece hoy, por ejemplo, algo mucho más necesario para muchas de estas personas.

No es sinónimo de abandonar la presencialidad en las aulas, pero sí de demoler las brechas y barreras que impiden a las personas con discapacidad acceder en igualdad al proceso educativo. Son retos ante los que la COVID-19 nos ha situado y que tendremos que resolver con prudencia, pero también con audacia, preservando todo lo bueno, pero abiertos siempre al futuro.

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