Cuando en Tetuán de las Victorias había hasta 25 cines

Cine Tetuán

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que, en Tetuán de las Victorias, había hasta 25 cines. Cines míticos como el Metropolitano, Maravillas, Lido, Cristal, Bellas Vistas, Novedades, Regio, Savoy, Tetuán, Victoria, Windsor y otros muchos. Por eso  el barrio merecía el nombre de El pequeño Hollywood.

Hoy, al cabo de los años, en esas calles y plazas de leyenda, Bravo Murillo, Raimundo Fernández Villaverde, Cuatro Caminos, Reina Victoria, Francos Rodríguez, no queda un solo cine.  La Asociación de Vecinos acaba de publicar el listado de estos cines en uno de sus Pliegos del Cordel, incluyendo una pequeña referencia a la ubicación, historia y fecha en la que fue cerrado cada uno de ellos.

Hermoso proyecto, éste de los Pliegos del Cordel, cuyo primer número fue dedicado a las poesías escritas por las poetas del barrio, con la incursión de unos pocos hombres, entre los que tengo el privilegio de figurar. Retoman así una ancestral tradición, vinculada a las coplas de ciego y el romancero. Esos papeles sin encuadernar que se colgaban en cuerdas y que daban cuenta al vecindario de milagros, hechos extraordinarios, leyendas, cuentos, noticias, sucesos cotidianos, crónicas históricas.  

Es cierto que han cambiado mucho los tiempos. Que para ver una película no es estrictamente necesario ir a un cine. Que son muchas más las formas y maneras de entretenimiento y que las que había, han sufrido profundas transformaciones. La resolución es mucho mejor en las pantallas de televisión y su tamaño es ahora XXL.

Pero nada justifica la desaparición de todos los cines de Cuatro Caminos y Tetuán, ni de la inmensa mayoría de nuestros barrios. Hace no tanto tiempo, casi cada barrio tenía uno o varios cines. Habrá quien diga que ya no son necesarios, o que ya no son negocio. Pero tras esa afirmación se oculta la justificación para que mañana desaparezcan las bibliotecas, los museos, los teatros, los centros culturales y, ya puestos, hasta los colegios.

La desaparición de los cines, como la de las abejas, deja el terreno libre para la desertificación cultural de nuestros barrios. Ahora son las casas de apuestas las que pueblan los escaparates, como si aquella inmensa operación de los años ochenta, que pretendía convertir a muchos de nuestros jóvenes en drogadictos, con sus terribles consecuencias de adormecimiento, cicatrices y condenas a muerte, estuviese siendo sustituida por esa nueva droga, no menos mortífera, del juego infinito y la falacia del enriquecimiento repentino. El pequeño Hollywood se ha convertido en pequeña Las Vegas.

Permitir la desaparición de los cines de los barrios, para aglomerarlos en un centro peatonalizado, supone acabar con la pluralidad de centralidades que necesita una ciudad. Significa convertir barrios que siempre tuvieron vida propia en lugares mortecinos, inseguros y sin personalidad. Por eso hay que reivindicar, en cada barrio, al menos, un cine.

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