Era algo anunciado. Faltaba conocer el día de la muerte de Hugo Chávez y, sin embargo, esa noticia, no por esperada, resulta menos sorpresiva. Las noticias que se producen ya en plena noche, cuando uno está ya fuera de las tensiones del día, con la guardia baja, producen esta sensación de irrealidad y mueven los recuerdos con una intensidad desconocida.
Noviembre de 2004. Hugo Chávez está de visita en España. Los grupos de apoyo a la revolución bolivariana quieren mantener un encuentro con el Presidente venezolano. La embajada de Venezuela busca un espacio amplio y seguro donde pueda producirse este encuentro. Desde diferentes ámbitos piden a CCOO de Madrid que ceda sus locales para realizar el encuentro.
La visita no es segura, porque son muchos los compromisos oficiales con el gobierno español. Hasta el último momento las especulaciones sobre la visita se prodigan. La noche es fría y miles de personas se aprietan como pueden en el salón de actos de la calle Lope de Vega.
La seguridad del Presidente se pasea inquieta. Sin embargo, los cubanos que forman parte de la guardia personal de Hugo Chávez se muestran serenos. Sólo ellos saben de verdad cuándo llegará el comandante. Los sindicalistas de CCOO de Madrid han organizado la visita en cuestión de horas. Todo está preparado. Acreditaciones, control de accesos, servicio de orden.
Por fin, tras una larga espera, en la que se suceden los avisos contradictorios, recibimos a Hugo Chávez. Un traje azul oscuro, camisa azul clara, corbata roja. Sube al escenario entre aplausos y comienza su alocución. Está cómodo. No recuerdo sus palabras exactas, pero habla de América Latina. De los pueblos sojuzgados y oprimidos. De los movimientos que se están produciendo en diferentes lugares del continente, que recuperan el mensaje de libertad de Simón Bolivar.
En un momento de su discurso, cortado por continuos aplausos, se quita la corbata y la arroja hacia el público que llena las butacas y se sienta por el suelo, como puede. En un salto consigo atraparla en el aire. Es la corbata roja que he utilizado con orgullo en muchos actos públicos en la Comunidad de Madrid, en presencia de personas como la Presidenta Esperanza Aguirre.
En otro momento, mi amigo Paco Naranjo me dijo, Joder, qué tío. Si hora Chávez dice “Vamos a tomar el Congreso”, el 95 por ciento de la gente (que abarrotaba el Salón de Actos de CCOO) lo seguiría… Y tu y yo… nos lo pensaríamos.
Con respecto a Hugo Chávez siento la misma contradicción que sentía el chileno Victor Jara con respecto a la revolución cubana. No somos guajiros, nuestra Sierra Maestra es la elección. Cada pueblo tiene que elegir y recorrer su camino hacia la libertad.
Victor Jara fue asesinado en el Estadio de Santiago de Chile. Chávez ha muerto a manos del cáncer. Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, de alguna manera los Kirchner en Argentina, Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, representan esa voluntad de los pueblos que se identifica en personas con un carisma irrepetible.
Son fenómenos, son personas, que muy difícilmente podemos entender. No es fácil, aún desde el empobrecimiento, los recortes, las altas tasas de paro que estamos viviendo, a causa de la codicia de nuestros ricos y la incompetencia, cuando no la complicidad, de nuestros políticos. No es fácil ponerse en la piel de los pueblos latinoamericanos, condenados a la secular miseria y la opresión violenta de los poderosos.
No es fácil entender desde aquí la violencia en Colombia, los centenares de miles de desaparecidos en Guatemala, la violencia en México, a las puertas de los Estados Unidos.
Hugo Chávez ha sido un hombre excesivo, plagado de contradicciones, irrepetible. Amado, odiado. Incómodo. Ha sido un revulsivo a una situación ya insostenible, tras largas dictaduras, una violencia enquistada, unas democracias vigiladas y controladas. Un golpismo teledirigido desde los Estados Unidos. Un modelo social de miseria generalizada y riqueza para unos pocos. De la mano de esos Hugo Chávez, los pueblos han probado las miel de la educación, la sanidad, el pan de cada día, el agua en las viviendas.
No seguiremos su camino, era su camino. Pero, como él, somos muchos los que compartimos la sed de justicia y libertad. Los que creemos que, por el hecho de nacer, merecemos una vida digna y un trabajo decente. Muchos los que cada día anhelamos que las personas se conviertan en el centro de la política y que quienes sirven al pueblo, desde las instituciones, sean personas honestas, honradas, que escuchen y se conmuevan con nuestras desgracias, con nuestras miserias, con el dolor de los más débiles. Tal vez sea mucho pedir, pero es lo que pedimos.Hugo Chávez ha muerto. Hasta siempre, comandante.
Francisco Javier López Martin
Presidente de la Fundación Ateneo 1 de Mayo
CCOO de Madrid