No podemos entender el presente. No podemos encontrar el futuro, sin resentir, recordar, revivir, el pasado. Hay que recordar los años que dieron lugar a que el 8º Congreso de CCOO de Madrid, en mayo de 2004, aprobara la creación de la Fundación Abogados de Atocha.
Desde aquel 24 de enero de 1977 en el que nuestros cinco compañeros fueron asesinados, en el despacho laboralista de la Calle Atocha 55, las Comisiones Obreras de Madrid depositábamos, cada año, coronas de flores en las tumbas de los cementerios de Carabanchel y San Isidro. Coronas, también, en el portal del despacho de la Calle Atocha. Miguel Sarabia, sobreviviente de aquel asesinato, decía unas palabras tras las que siempre terminaban pronunciando despaciosamente el nombre de los fallecidos en el atentado.
Durante aquellos años fuimos consiguiendo que un buen número de plazas, calles, centros, parques, en diversas localidades de Madrid, llevasen el nombre de los Abogados de Atocha.
Pero fueron varios acontecimientos, en el año anterior a la celebración de nuestro Congreso Regional, los que nos incitaron a reivindicar, con mayor convicción aún, la figura de los Abogados de Atocha.
De una parte, habíamos conseguido, tras muchos años de insistencia, que el Ayuntamiento de Madrid aceptase instalar un monumento a los Abogados de Atocha en la Plaza de Antón Martín. Para que el monumento escultórico concebido por Juan genovés, trasladando a bronce su cuadro del Abrazo, auténtico símbolo de la Transición democrática española, hubo que reforzar la estructura de la estación de metro sobre la que se instaló.
El mismo día de la inauguración, en junio de 2003, se producía en la Asamblea de Madrid el golpe del Tamayazo, que cambió la voluntad popular expresada en las elecciones autonómicas y cambió la vida de Madrid, y, por ende, de toda España.
Para asistir a la inauguración tuvimos que abandonar la reunión de la Asamblea de Madrid, a la que asistíamos como invitados, durante la que se perpetró el misterio bufo del transformismo de Tamayo y Sáez. Previsiblemente fueron intereses vinculados al ladrillo los que amañaron la jugada. Pero nunca llegamos a saberlo, porque una inútil comisión de investigación y unas posteriores lecciones forzadas, transformaron en derrota la que fuera mayoría de izquierdas, que debió gobernar Madrid.
El siguiente acontecimiento nefasto que golpeó Madrid se produjo pocos meses antes de nuestro congreso. El 11 de marzo de 2004, la locura terrorista se convirtió en explosión de la demencia y brutalidad de la que son capaces algunos seres humanos.
Aquel Congreso de CCOO de Madrid fue inaugurado por un Miguel Ríos que cantó a capella contra la guerra y que terminó inundando el salón de actos con el clamor de una multitud en pie que entonaba un interminable ¡No a la Guerra!. Todos menos una concejala, Ana Botella, que permaneció sentada sin, aparentemente, inmutarse.
Hubo quienes, ni entonces ni ahora, a tenor de las declaraciones escuchadas a Esperanza Aguirre, durante la campaña electoral, terminaron de entender que Atocha éramos todos. No entendieron que las víctimas de aquellos trenes y sus familias, no fueron los causantes de la derrota lectoral. Que fue la mentira lo que el pueblo no pudo entender, compartir, ni avales, ni avalar con su voto. Siguen sin entenderlo.
Nos pareció que aprovechar aquel Congreso de las CCOO de Madrid para constituir la Fundación Abogados de Atocha, permitiría romper este círculo vicioso y poner en valor la decencia, la dignidad, la lucha por la libertad, la democracia y los derechos, que representaron los jóvenes asesinados en Atocha. Los que murieron: Luis Javier Benavides, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez Leal, Francisco Javier Sauquillo, Enrique Valdelvira. Los que sobrevivieron: Dolores González Ruiz, Luis Ramos, Miguel Sarabia y Alejandro Ruiz-Huerta.
Abogados que seguían la senda de quienes constituyeron el primer despacho laboralista de Madrid: María Luisa Suárez, Antonio Montesinos, Pepe Jiménez de Parga.
Jóvenes que no estaban solos, sino que formaban parte de esa cohorte de licenciados en derecho que quisieron defender a los trabajadores y trabajadoras, a los vecinos de Madrid: Cristina Almeida, Manuela Carmena, Ricardo Bodas, Francisca Sauquillo, Juanjo del Águila, Manolo López, Antonio Rato, los Sartorius, Nacho Montejo, Héctor Maravall, José Luis Núñez, Mohedano y otros tantos, menos conocidos, pero no menos participes del orgullo de los de Atocha.
De ahí salieron los Enrique Lillo, el defensor de los trabajadores de Coca-Cola. Nieves San Vicente, aquí presente, como Luisa Turrión. O Antonio García, sin el cual hoy no contaríamos con la condena por genocidio contra los militares guatemaltecos, que asesinaron de forma programada y premeditada a miles de indígenas.
A lo largo de estos diez años, la Fundación Abogados de Atocha ha concedido premios anuales a un buen número de personas y organizaciones nacionales e internacionales, que han defendido los derechos laborales y sociales en sus ámbitos de actuación.
Hemos trabado una alianza con universidades, con el Consejo General de la Abogacía, con organizaciones sociales, para extender la memoria de los Abogados de Atocha, como patrimonio de toda la sociedad española.Hemos desarrollado estudios sobre la historia del laboralismo, o sobre las sentencias del Tribunal de Orden Público.
Una tarea que hubiera sido imposible sin contar con personas como Alejandro Ruiz-Huerta en la presidencia de la Fundación. Sin el trabajo constante de su Director, durante muchos años y hoy Vicepresidente, Raúl Cordero. Sin Francisco Naranjo, que ha cuidado en todo momento la difusión de las protestas y las actividades de la Fundación.
Sin la aportación desinteresada y generosa de los miembros de su Patronato, del cual han surgido personas comprometidas con los problemas del país, como Manuela Carmena, o como Ángel Gabilondo, que han concurrido a las elecciones municipales y autonómicas madrileñas. Les deseo mucha suerte en esta nueva y apasionante etapa política.
Como deseo mucha suerte y una larga vida a la Fundación Abogados de Atocha. Porque los de Atocha han sido y seguirán siendo nuestro mejor valor y patrimonio, la fuerza del derecho, frente a la opresión y la violencia.
Francisco Javier López Martín