Las voces de Almudena

Hace un año murió esa mujer de formas rotundas, al estilo de aquellas mujeres fuertes que han aparecido en nuestra historia y se han puesto al frente de la contestación, la revuelta, el amotinamiento y la resistencia a la injusticia del poder, de todo poder.

Almudena Grandes, pertenecía a la estirpe de Dolores, la Campoamor, Manuela Malasaña, o Mariana Pineda. Por eso te encontrabas junto a ella en cualquier momento en el que las buenas gentes, humildes, trabajadoras, esforzadas, salían a la calle y se empeñaban en la resistencia.

Ha pasado un año y ella, que disfrutaba de los momentos de encuentro cercano, tomando unas cervezas, o en su casa, atendiendo a un puñado de amigos, se ha visto en mitad de un homenaje al que acudieron muchos y variados personajes, personalidades y aspirantes a protagonizar algo, muchos cazadores de fotos.

Por allí apareció el Presidente del Gobierno, dispuesto a hablar de Almudena y unirse a ella, glosando el hecho de que él mismo terminará pasando a la Historia, la escrita con mayúscula, no cualquier historia, por haber sacado al dictador del Valle de los Caídos.

-Pasaré a la Historia por haber exhumado al dictador.

Ni siquiera dijo, Pasaré a la historia, sino más bien,

-Una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador.

Insisto, aunque los titulares no lo escriban Historia con mayúscula, yo sé que quien pronunciaba la palabra lo hacía con mayúscula, en consideración a los muchos motivos por los que cree que pasará a la Historia. Y lo hace en justa correspondencia con el alto concepto que parece tener de sí mismo.

Lo dijo y parece que se quedó tan pancho, con minúscula. Nada que ver con Los Panchos, con mayúscula, Si tú me dices ven, lo dejo todo. No sintió, Sánchez, un llamamiento de la Historia, una voz que viniera del fondo de los tiempos, para decirle,

-¡Exhuma al dictador!

Sin embargo Almudena sí escuchó aquella voz débil, a la que había que estar muy atenta, a la que había que prestar mucha atención, para no perder el sentido de su susurro. La voz de aquellas vidas anónimas que venían de un tiempo de tinieblas.

Como casi toda buena escritora comenzó escribiendo sobre un mundo que conocía, el de Lulú, el de Malena. Pero pronto aprendió a escuchar otras voces que venían a visitarla. Las voces de Inés, las de Manolita, las voces de las bocas que besaban el pan, las que hielan el corazón.

Ese era su oficio, su sabiduría, su manera de estar entre nosotros. El oficio de escribir en nuestro tiempo unos episodios nacionales, a su estilo y con sus formas, como lo hiciera Galdón hace más de cien años.

Eso es lo que agradecen los lectores a Almudena. Lo que le agradecen hasta quienes no son sus lectores. Lo que no son capaces de agradecer los cuatro, cuarenta, o cuatrocientos sectarios que la odian por escuchar voces. Como odiaban a las brujas por conocer las hierbas sanadoras.

Los que la odian por el hecho de que supiera escuchar a cuantos quedaron en las cunetas, o murieron en el exilio, o tuvieron que resistir para no desplomarse, hartos de tanta miseria, de tanto abandono, de tanta vida desconsolada.

Ese parece ser el destino de cuantas personas grandes nos han visitado, nos han pintado, descrito, cantado y han recorrido junto a nosotros algún tramo de nuestro incierto camino. El ser querida por mucha gente sencilla, ser utilizada por unos cuantos poderosos, ser odiada por unos cuantos odiadores profesionales.

Qué menos, a estas alturas, que una calle, una plaza, una biblioteca, un centro social, un instituto, un colegio, un centro de adultos, o un parque, que lleve el nombre de Almudena.

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