El Año de la Inteligencia

Eso me gustaría que fuera el próximo año, el Año de la Inteligencia, sin adjetivos que la descalifiquen. Nada ganamos con decir que esa inteligencia sea humana, o artificial, porque a fin de cuentas eso que llaman Inteligencia Artificial (IA), es el fruto de todo lo mejor y lo peor que da de sí cada persona humana.

Vamos comprobando cómo la IA va transformando aceleradamente nuestras vidas, nuestros empleos, nuestras propias relaciones. Los usos de la IA son interminables y permiten no sólo automatizar tareas humanas simples, sino detectar y proponer soluciones para situaciones complejas.

El problema es que muchos poderes económicos y políticos están usando la IA para automatizar cosas como la obtención de citas previas, la realización de determinados trámites, la comercialización de productos y servicios. Aceptar esta lógica mercantilista puede tener efectos muy negativos y deshumanizadores.

Toda revolución industrial ha permitido automatizar tareas, lo cual ha hecho perder empleos sustituidos por las máquinas. A veces, el efecto es que el trabajo pierde peso en la riqueza nacional, las rentas salariales se reducen, las desigualdades aumentan, aunque no por ello y en todo caso aumente la pobreza.

También es cierto que si el desarrollo tecnológico ha hecho perder empleos, han surgido otros nuevos en tareas en las que las personas son imprescindibles o, al menos, tienen ciertas ventajas con respecto a las máquinas. Fruto de ello, los empleos no se han desplomado y los salarios no se han reducido de forma brutal.

Los luditas destruían cosechadoras porque acababan con el penoso trabajo agrícola de los campesinos, pero pronto surgieron nuevos empleos en la propia industria manufacturera y alimentaria y en nuevos servicios de distribución y comercialización, que compensaron esas pérdidas.

Sin embargo, este efecto no parece producirse de la misma manera, ni con la misma intensidad. El empleo se estanca, los salarios se congelan con respecto a las subidas de los precios y la productividad tampoco aumenta de forma generalizada.

La IA produce, por el momento menos participación del factor trabajo, salarios bajos y desigualdades crecientes. No es que la Inteligencia Artificial lleve consigo, sin más remedio, estos efectos, sino que quienes deciden sobre su desarrollo apuestan por incrementos rápidos y brutales de los beneficios, en detrimento de las nuevas actividades y tareas que podrían generarse en sectores económicos y que contribuyan a una mayor cohesión social.

Estamos hablando de la famosa sociedad de los cuidados, de la que tanto se habla, en la que tanto puede aportar la IA, pero en la que no podemos tener a personas sin cualificarlas, sin regular bien sus empleos y con salarios de miseria. O estamos hablando de la Educación donde las aplicaciones de IA pueden ser muy útiles para atender la diversidad creciente de las alumnas y alumnos y la disparidad de sus conocimientos.

Los sectores sanitarios, los profesionales de la medicina y la enfermería pueden contar con mejores instrumentos de diagnóstico, atención, tratamiento y seguimiento de los pacientes, de forma mucho más personalizada y tomando en cuenta muchas más informaciones y actualizaciones sobre su trabajo.

Por supuesto, quienes realizan trabajos de precisión en un laboratorio, un quirófano, una empresa de fabricación de componentes, pueden ver mejorado su trabajo de forma notable gracias al uso de robots y tecnologías basadas en la aplicación de la IA.

El único secreto, el nudo gordiano, se encuentra en decidir si priorizamos el beneficio de los inversores, o si quienes trabajan, consumen, producen y viven en nuestras sociedades reciben parte de los beneficios en forma de salarios, prestaciones, beneficios sociales.

La competencia y la competitividad, el beneficio económico, no pueden ser los únicos factores a tomar en cuenta. Hace tiempo que algunos gobiernos y organizaciones han intentado poner coto al insufrible desarrollo de esas tendencias de maximización de beneficios sobre las necesidades y las propias vidas humanas.

Vivimos en sociedades que han aceptado sin pensarlo dos veces la lógica absoluta del mercado. Las grandes farmacéuticas, las todopoderosas corporaciones automovilísticas, industriales, tecnológicas, agrícolas, o energéticas, utilizan abiertamente la IA para su exclusivo y omnímodo beneficio.

Para estas corporaciones, infinitamente más poderosas que los gobiernos, utilizar la IA consiste en programar la desaparición de los seres humanos de los procesos de fabricación y producción de bienes y servicios. Y no sólo en tareas mecánicas. Hasta en tareas creativas, o artísticas, los guiones de nuestros escritores, la imagen de nuestros actores, o los cuadros de nuestros pintores, pueden ser utilizados indiscriminadamente, sin su consentimiento, sin su permiso y sin que participen en los beneficios. El ser humano es prescindible en todos los órdenes.

Nuestros gobiernos corren tras esas grandes corporaciones para que vengan a sus países, ofreciendo beneficios fiscales, créditos a bajo coste, regalo de terrenos, disminución y exención de impuestos. Así las cosas, no importa demasiado si las nuevas tecnologías son más o menos productivas, porque lo verdaderamente importante es que son un gran negocio.

Así están las cosas en nuestro mundo. Por eso, si pudiera desear algo para el año que va a comenzar, me gustaría que fuera el año de la inteligencia, sin adjetivos, la inteligencia para hacer frente al futuro mejorando nuestras vidas.

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