Es muy duro aceptar que la crisis de 2008 ha determinado que muchos empleos hayan quedado condenados a la precariedad, la temporalidad, el moderno esclavismo. Pero es cierto. La pandemia sólo ha venido a reafirmar que “las cosas son como son”, a ratificar que, mientras dure la onda expansiva del adocenamiento generalizado, las cosas van a seguir siendo así.
El trabajo ha cambiado y seguirá cambiando a lo largo de los próximos años en una espiral permanente y acelerada que me cuesta llamar revolucionaria, porque tiene tanto de revolución como de involución en marcha. No ha sido sólo el teletrabajo imperativo en tiempos de pandemia.
Mucho de ese teletrabajo desaparecerá en la medida en la que muchas empresas siguen queriendo tener a sus trabajadores a la vista, pero es cierto que la transformación digital es imparable y que el cómo trabajamos, dónde lo hacemos y qué funciones asumimos han sufrido profundas modificaciones.
Además, el tiempo del trabajo, el mundo de las empresas, se ve sometido a tensiones que no parece que vayan a desaparecer de inmediato. Las incertidumbres generadas por la larga crisis financiera, económica, de empleo, social y política de 2008, se han visto sustituidas por la necesidad de enfrentarse a la pandemia.
La crisis generada por la evidencia del cambio climático se ha sincronizado con las actuales trompetas de guerra, que amenazan con destruir el escenario mundial. El panorama para los países, para las empresas y la ciudadanía, no puede ser más desolador. El debate en torno al teletrabajo va a ser lo de menos en este panorama.
En este mundo, las empresas no van a sobrevivir sin tomar en cuenta a sus trabajadores, sin comprometerles con el proyecto de la empresa. Pero ese proyecto estará cada vez más necesitado de ser sostenible ambientalmente y justo socialmente. Eso quiere decir que nadie va a poder ocultar que sus emisiones 0 de aquí se producen gracias al destrozo ambiental en países pobres.
Nadie va a poder esconder que los salarios razonables y condiciones de trabajo aceptables aquí, se deben a que sus trabajadores en Asía, o en África, reciben menos de un euro al día por jornadas de 12 horas. No bastará tener un Departamento de Sostenibilidad, otro de Responsabilidad Social Corporativa y una Fundación para canalizar beneficios fiscales y realizar campañas publicitarias encubiertas.
Si las empresas quieren tener futuro, tendrán que tomarse muy en serio estas cosas y negociar con sus trabajadores organizados en sindicatos. Tendrán que reforzar el trabajo en equipo y la comunicación entre los equipos. Deberán apostar por las personas cualificadas, que han realizado un esfuerzo para formarse y dispuestas a seguir formándose a lo largo de toda la vida.
Pero eso no puede confundirse con una dedicación absoluta, una imposibilidad de desconectar, un sometimiento a la dictadura de los dispositivos móviles a pleno tiempo. Porque precisamente de una sana desconexión, depende una conexión más eficaz y eficiente. Respetar el tiempo libre, respetar el tiempo de vacaciones y la salud.
Como vemos, el futuro de las empresas se va a jugar en el gobierno de los espacios y los tiempos para ponerlos al servicio del personal que tiene que sacar adelante la actividad de la empresa. Eso supone una cultura de las organizaciones muy distinta a la que ha imperado entre un empresariado español más parecido a lo que vemos en la película El buen patrón.
Las empresas no pueden ser ya las que esperan el currículum que les traen a ventanilla las personas o las empresas de selección de personal. Las empresas deberán buscar trabajadores con el mismo empeño, cuidado y dedicación con el que buscan clientes.
Lo dicho, los cambios van a seguir siendo acelerados y las empresas van a necesitar personas, trabajadoras y trabajadores, bien formadas, capaces de afrontar situaciones nuevas, imprevistos, problemas sobrevenidos, surgidos cuando nadie los esperaba. Ese tipo de problemas que vemos aparecer cada vez con más frecuencia y de forma repentina.
Las empresas sólo sobrevivirán si son capaces de convertirse en el punto donde convergen la iniciativa y la inversión de un empresario con el trabajo y la inversión en formación de unos trabajadores, pero también unos clientes que con sus recursos y opiniones pesan cada día más a la hora de decidir el futuro.
Un futuro que debe de formar parte de un proyecto de sociedad, que saque al planeta del atolladero en el que se ha metido.