1º de Mayo, el comienzo

Hay quien piensa que todos los grandes cambios se producen ahora, en este momento, mientras que en el pasado todo era inmovilismo. Pocos reparan en que los acelerados cambios que ahora se producen revisten todos los visos de seguir las consignas del conde de Lampedusa, expuestas de forma meridianamente clara en El Gatopardo,

-Es necesario que todo cambie, para que nada cambie.

Porque efectivamente, nunca hemos asistido tan claramente a la sensación de que no vamos a ninguna parte o, al menos, a ninguna parte con futuro.

Aquellos primeros manifestantes del 1º de Mayo de 1890, sin embargo, sabían que el futuro podía ser mejor si eran capaces de darle una oportunidad a aquellos intentos de unir a la clase trabajadora del mundo para que los trabajos no fueran un acelerador del tiempo hacia la muerte.

Salían a la calle para exigir cosas sencillas, como jornadas de trabajo de 8 horas, o la prohibición del trabajo infantil. Salían a la calle para recordar a los trabajadores anarquistas ejecutados en Estados Unidos, tras un juicio injusto, por haber exigido esas mismas cosas en las huelgas y manifestaciones de Chicago, cuatro años antes.

El Congreso de París de 1889 había decidido celebrar al año siguiente, el 1º de Mayo, con manifestaciones y huelgas en todo el mundo. En el caso de España el movimiento obrero era incipiente y mal avenido. La división entre el socialismo y las organizaciones anarquistas llevó a que existieran en Madrid dos convocatorias distintas.

En el gobierno se encuentran los liberales. Tal vez por eso las instrucciones de Sagasta son que no se permitan los desórdenes, pero que la manifestación pueda celebrarse en libertad. El gobernador, Alberto Aguilera, publica un bando recordando algunos artículos de la ley de orden público y del código penal.

Por su parte el alcalde, Andrés Mellado, refuerza la protección de los centros oficiales movilizando a todos los policías municipales y destacando a quinientos de ellos a las órdenes del gobernador. Y para no ser menos, los ministros de la Guerra y de la Marina.movilizan a sus tropas por lo que pueda pasar. Los ricos, las clases altas y cortesanas, siempre han sido cobardones y toda precaución es poca. No hacen ni más ni menos que los gobiernos y las clases pudientes del resto de Europa que adoptan medidas similares y hasta más contundentes.

El Congreso de París, además de convocar el 1º de Mayo, había dado carta de naturaleza a la fundación de la II Internacional socialista. Los anarquistas veían con recelo esta fractura definitiva de la I Internacional. Desconfiaban del carácter político que se quería dar a la convocatoria, pero no podían faltar a una cita que reconocía a los anarquistas Mártires de Chicago y la continuidad de su lucha.

Por eso los anarquistas decidieron acudir al 1º de Mayo, convocando una huelga general el 1º de Mayo para conseguir la Jornada de 8 horas y, si fuera posible, la Revolución Social. Los socialistas, sin embargo, conscientes de la debilidad de las organizaciones obreras, decidieron retrasar la cita al 4 de Mayo, domingo y convocar ese día una manifestación para formular sus exigencias al gobierno.

Dos veces vivió Madrid el 1º de Mayo. La primera comenzó con el cierre de algunas obras, fábricas, talleres y con menos tráfico del habitual. Un mitin matinal en el Teatro Rius y otro convocado por los albañiles, por la tarde en los Jardines del Retiro, seguido de una manifestación hasta las Corles, donde fueron recibidos por Alonso Martínez, Presidente de las Cortes y al que entregaron un escrito con sus reivindicaciones.

La segunda vez llegó el domingo 4 de Mayo. De nuevo, en el teatro Rius, esta vez convocados por los socialistas, se congregaron unas 1500 personas. Luego, en las verjas del Jardín Botánico, se congregaron unas 30.000 personas que acudieron en manifestación silenciosa, por el Paseo del Prado y Recoletos hasta llegar a la sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, donde fueron recibidos por el mismísimo Práxedes Mateo Sagasta.

Entregaron sus reivindicaciones y, desde el pescante de un coche de caballos, Pablo Iglesias se dirigió a los manifestantes, antes de disolverse. Mientras tanto, el 1º de Mayo en Barcelona comenzó con un mitin en el Teatro Tivoli, desde donde partió una manifestación de más de 15.000 personas que recorrió las Ramblas y que, a su paso por Capitanía General, fue saludada militarmente por el general Blanco.

Las huelgas en Madrid acabaron en una semana, pero en Bilbao, o Barcelona, se prolongaron durante semanas y meses buscando la consecución de la jornada de 8 horas y de la dignificación del trabajo. Desde entonces, año tras año, hemos celebrado, de una forma o de otra, el 1º de Mayo.

De una forma, o de otra, con mayor unidad, o con divisiones internas, en democracia, o bajo la dictadura, en manifestaciones libres, en saltos callejeros, en las trabajadoras en los pinares de la Casa de Campo, o de la Dehesa de la Villa, los trabajadores y las trabajadoras hemos buscado el momento del encuentro, de compartir el hecho de sentirnos unidos, parte de un proyecto transformador de nuestras historias, de la Historia.

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