Aquel 1º de Mayo en Madrid

Hace años escribí el libro El Madrid del 1º de Mayo. Cada año, la manifestación del Día del Trabajo discurre desde Atocha hasta la Puerta del Sol. En ese recorrido, si ponemos atención y nos detenemos a mirar el paisaje urbano, podemos encontrarnos con buena parte de la historia de Madrid.

En el libro me detengo en el Paseo del Prado, junto a la verja del Jardín Botánico. Cuando se escribe, todo es posible. Doy un salto en el tiempo, hasta el año 1890. Los trabajadores madrileños han decidido conmemorar, el 1º de Mayo, siguiendo las consignas del Congreso de París de 1889.

La verdad es que eran pocos y mal avenidos los grupos de trabajadores que se disponían a celebrar el 1º de Mayo. El Madrid trabajador de aquellos años había conseguido poner en pie unas pocas sociedades de resistencia, integradas sobre todo por albañiles y, en menor medida, por trabajadores de la madera y del hierro, la agrupación socialista, la recién creada UGT y los núcleos anarquistas.

Este primer año en que se celebra el 1º de Mayo, son los liberales quienes ocupan el turno de gobierno. Los círculos burgueses contemplan con expectación y alarma los preparativos de la jornada. Sagasta cursa instrucciones para que la celebración se realice sin desórdenes, pero en libertad. El gobernador, Aguilera, juzga conveniente publicar un bando en el que se recuerda a la población el contenido de algunos artículos de la ley de orden público y del código penal aplicable a quienes los transgredan.

Por su parte el alcalde, Andrés Mellado, moviliza a todos los guardias municipales para proteger los centros oficiales y destaca quinientos agentes a las órdenes del gobernador. Hasta el ministro de la Guerra, Eduardo Bermúdez, y el de Marina, Juan Romero, adoptan disposiciones bélicas en prevención de incidentes.

Todas estas medidas se corresponden con los temores que la convocatoria había desencadenado en los medios acomodados y en las clases altas. Medidas similares y aún más contundentes, fueron adoptadas por los gobiernos de otros países europeos, que se revelaron infundadas ante el carácter pacífico que revistieron la mayoría de las manifestaciones.

En Madrid, los trabajadores afrontaban la jornada divididos. Hay que tener en cuenta que la convocatoria partía del Congreso de París que había sellado la creación de la II Internacional, socialista. En consecuencia, los anarquistas, partidarios de la I Internacional, veían con recelo la convocatoria. De una parte, por su carácter político. De otra, por su vocación pacífica.

Tampoco veían con buenos ojos que el punto de mira se dirigiera hacia los poderes públicos, en demanda de una ley que fijara las ocho horas de jornada de trabajo. No obstante, fueron muchos los círculos anarquistas que se sumaron a la convocatoria, conscientes de que abría un horizonte emancipador y propiciaba el avance de las movilizaciones de las organizaciones obreras.

Para ellos se trataba, en definitiva, de la continuación de la huelgas del 1º de Mayo, protagonizadas por los trabajadores estadounidenses en 1886, y que habían desembocado en los terribles sucesos de Chicago. Los anarquistas habían tenido una señalada participación en aquellos acontecimientos y, partiera de quien partiera la convocatoria, no podían faltar a la misma.

Ahora bien, una cosa es acudir a la cita y otra muy distinta hacerlo a las órdenes de otros. En consecuencia, decidieron convocar una huelga que pretendía prolongarse hasta conseguir la generalización de la jornada de ocho horas y, si fuera posible, la revolución social.

Desde el campo del socialismo, las cosas se veían de forma bien distinta, hasta el punto de que, conscientes de los disminuidos efectivos con que contaban las organizaciones obreras madrileñas, propusieron trasladar la jornada del 1º de Mayo al día 4, domingo. De esta manera, Madrid vivió dos veces el 1º de Mayo en aquel año de 1890.

El día 1 de Mayo fue recibido con el cierre de numerosas obras, talleres y fábricas, aunque sin llegar a una generalización de la huelga. Las calles registraron menos tráfico de lo habitual. La jornada, desde el punto de vista de la huelga laboral registró, por tanto, un éxito parcial.

Se celebró por la mañana un acto en el Teatro Rius y un nuevo mitin, más numeroso,  por la tarde, en los Jardines del Buen Retiro, convocado por las sociedades de albañiles. Al finalizar, se dirigieron en manifestación hasta el Palacio de las Cortes, siendo recibidos por Alonso Martínez, Presidente de la Cámara, al cual hicieron entrega de un escrito que contenía las reivindicaciones obreras.

Por su parte, el domingo día 4, los trabajadores convocados por los socialistas se reunieron también en el Teatro Rius, en un mitin al que asistieron unas 1.500 personas. A la salida del acto, se congregaron ante el Jardín Botánico unas 30.000 personas, que marcharon en manifestación silenciosa por el Prado y Recoletos, hasta la sede de la Presidencia  del Consejo de Ministros, donde fueron recibidos por el Presidente Sagasta, al que hicieron entrega de las reivindicaciones. Desde el pescante de un coche de caballos, Pablo Iglesias se dirigió a la multitud, tras lo cual la manifestación se disolvió pacíficamente.

Las huelgas desencadenadas con motivo del 1º de Mayo habían finalizado en Madrid en tono al día 9. En Barcelona y sobre todo en Bilbao, los conflictos anteriores o los derivados de la actitud patronal ante la celebración de la jornada, determinaron que los procesos huelguísticos se prolongaran durante semanas y hasta el verano en algunos sectores.

El 1º de Mayo, desde sus comienzos, ha sido una fecha de reivindicación, encuentro y celebración. Día para manifestarse, reencontrarse con amigos y amigas, sentir que formamos parte de una clase trabajadora que tiene valores, problemas, reclamaciones y afectos que nos unen más allá de las fronteras.

Es cierto que el mundo ha cambiado mucho y que el trabajo sufre tremendas transformaciones. Pero los avances y retrocesos laborales siguen sentando las bases de la realidad económica y social que nos envuelve. La relación entre la fuerza de trabajo y los dueños de los medios de producción, entre el capital y el trabajo, sigue estando en el centro de la disputa sobre el futuro, integrador o fracturado, de nuestras sociedades.

Por eso, tres días después de las elecciones generales y 130 años después del Congreso de París, es necesario volver a gritar, ¡Viva el 1º de Mayo!

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