Nací bajo la Guerra Fría. En cualquier momento un Armagedón nuclear podía dedencadenarse sobre nuestras cabezas,
-Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón. El séptimo ángel derramó su copa por el aire y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está (Apocalipsis 16,16-17).
Crecí bajo la Guerra Fría. Era algo tan presente como lo es ahora para todos nosotros el cambio climático. Era como una presencia constante, un runrún de fondo.
Los rusos estaban ahí, en el Este. Sus tanques podían invadirnos, o se les podía escapar un misil en cualquier momento. Nosotros, aquí, en el Oeste, éramos libres. Aunque viviéramos bajo una dictadura como la franquista, seguíamos convencidos de que en el Este no eran libres. Así era nuestro mundo, cualquiera podía entenderlo mirando el muro de Berlín, sus torretas, sus puestos de vigilancia, ametralladoras, soldados de guardia.
Pero entonces, de golpe, cayó el muro y con él cayó el comunismo. Un sistema que nació para librarnos de la explotación y la opresión, pero que se había convertido en un monstruo para sus propios pueblos. ¿Qué pasaría después? No lo sabíamos, pero podríamos haberlo intuido. Moría una Era y nacía otra.
El mundo bipolar fue sustituido por un mundo unipolar, dominado por el capital financiero y bajo control y supervisión de los Estados Unidos. Fue entonces cuando comenzaron a anunciarnos que ibamos de cabeza hacia un mundo globalizado, beneficioso, suave, en el que los derechos, las libertades se extenderían por todo el planeta al paso imperial del libre mercado. Seríamos libres, satisfechos, en continuo progreso y… estadounidenses.
Han pasado más de 30 años y lo que parecía ser un enfrentamiento de bloques ideológicos se ha transformado en tensión entre grandes potencias que se disputan los cada vez menores recursos de la Tierra. El líder actual de la extinta Unión Soviética refuerza su ejército e invade un Estado al que considera parte de su imperio, mientras entre la población rusa es mayoritaria la idea de que el dictador Stalin fue un dirigente con valores muy positivos.
Al tiempo que se refuerzan las posiciones de China en el conjunto del planeta, Israel vuelve a encontrarse en el centro de la disputa planetaria. Nunca sabremos hasta dónde sabían los servicios secretos israelíes la que se estaba preparando y cómo podían utilizarlo para conseguir dispersar los movimientos de oposición interna. A fin de cuentas, todo fundamentalismo necesita otro de signo aparentemente contrario para justificar su existencia.
Mientras tanto lo que podríamos denominar como Occidente se embarca en una política que alienta el miedo, promueve la censura, acrecienta la intolerancia, se aferra al mantenimiento de la hegemonía estadounidense y ve crecer fuerzas populistas, frente a las cuales los gobiernos europeos, e incluso estadounidenses, no saben qué hacer.
El imperio de Occidente está dirigido por un hombre de más de 80 años, asediado por trumpistas y republicanos, mientras el pujante país que aspira a dirigir la economía mundial, China, está gobernado por una dictadura comunista, capitalismo de estado, liberal en lo económico, dictatorial en lo político.
Ahora nos damos cuenta de que cuando cayó el muro no asistimos al triunfo de la libertad sobre la opresión. Los que vivimos aquellos días pudimos comprobar el triunfo del liberalismo sobre el comunismo, cuarenta años después de la derrota del fascismo.
Sin embargo ahora, a ese liberalismo parece haberle llegado también su hora. Desde los tiempos de la Ilustración la ideología del liberalismo pretendía derribar los muros, traspasar las fronteras que impiden la libertad de los individuos y de las sociedades.
Nos quiso liberar de nuestras limitaciones naturales, éramos individuos, teníamos derechos, dirigíamos nuestro destino y nuestra vida, no dependíamos de una época en la que nos había tocado vivir, ni del lugar donde nacimos. Todo era posible.
Por eso los liberales crearon un mundo a su medida. Los fascistas y los comunistas quisieron acabar con muchas tradiciones familiares, religiosas, con la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción. Sin embargo en el liberalismo los estados nación asumieron el papel de nueva religión mundana.
Ni los jacobinos de la Revolución francesa, ni los revolucionarios que vinieron después. ni los nazis alemanes, ni los bolcheviques rusos, pudieron llevar adelante las utopías que prometieron a sus pueblos. Eso sí, destruyeron las estructuras tradicionales que les precedieron y lo escenificaron guillotinando al rey y a su esposa, ejecutando a la familia del Zar y, en el caso de los nazis, poniendo en marcha una maquinaria de destrucción y exterminio desconocida hasta ese momento.
Pero esos tiempos han pasado y ahora es la versión postrera del liberalismo en su forma última de neoconservadurismo, de ultraliberalismo, la que se prepara para desaparecer. Los signos de los tiempos, los desastres naturales, las guerras desencadenadas, la confrontación de potencias que nos conduce a una sucesión permanente de crisis, el agotamiento de los recursos naturales y la acelerada desaparición de las especies, así nos lo indica.
Dicho todo lo cual, os deseo un feliz nuevo año, todo lo feliz que podamos hacerlo.