Hubo un día en el que tuve que hacerme cargo de la máxima responsabilidad en las CCOO de Madrid. Allá por el año 2000. Era la organización madrileña la que cada año, cada 24 de enero, organizaba los actos conmemorativos del asesinato de los Abogados de Atocha.
Nunca le ha gustado a los sobrevivientes, que los medios de comunicación hablasen de la Matanza de Atocha. Sobrevivientes, así los llama Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, uno de los cuatro que consiguieron eludir la muerte en aquella terrible noche invernal. Los otros tres eran Luis Ramos, Lola González Ruiz y Miguel Sarabia.
Alejandro preside hoy la Fundación Abogados de Atocha, que propuse crear en el Congreso Regional de las CCOO de Madrid en Mayo de 2004, poco después de los atentados del 11-M en aquellos trenes que conducían a Atocha.
Me parecía que una de las mejores formas de combatir el sectarismo, el fundamentalismo y sus lacras de violencia y terror, era reivindicar a los jóvenes comprometidos con la democracia, la libertad y el derecho. Y eso era lo que representaban los jóvenes abogados de los despachos laboralistas.
Cada año, ese día, el 24 de enero, a primera hora, comenzábamos las visitas a los cementerios, primero a Carabanchel, donde se encuentran enterrados Enrique Valdelvira y Francisco Javier Sauquillo. Inmediatamente nos dirigíamos al cementerio de San Isidro, donde se encuentran los restos de Luis Javier Benavides, en la tumba de los Benavides Orgaz.
El estudiante Serafín Holgado descansa en su ciudad natal de Salamanca. Ángel Rodríguez Leal fue trasladado a su pueblo natal, Casasimarro, en la provincia de Cuenca. No era abogado. Era administrativo del despacho laboralista, de la calle Atocha 55, el dirigido por Manuela Carmena, donde había recalado tras su despido de Telefónica.
Tras el recorrido por los cementerios, tras depositar las coronas de flores y guardar unos minutos de silencio ante las tumbas, nos dirigíamos a la puerta del despacho, cerca de la plaza de Antón Martín y junto al Partido Comunista, colgábamos dos coronas de flores al lado de la placa que conmemora el asesinato de los de Atocha en la puerta del edificio y escuchábamos las palabras de Miguel Sarabia.
Miguel era abogado, pero siempre alimentó el fuego de cuantos creen que los cambios sociales y políticos se terminan produciendo por la acumulación de conciencia colectiva y esa conciencia es imposible sin la educación. Quiso ser maestro y así fue como fundó una escuelita de barrio, en Usera, en la que aprendían niños y adultos.
Miguel siempre nos recordaba la mejor forma de rendir homenaje a los de Atocha,
–Hay que decir sus nombres despaciosamente, porque sus nombres ponen armonía en el universo.
En el año 2003, el mismo día de junio en que se perpetró el golpe de estado triunfante contra los resultados electorales que hubieran llevado a Rafael Simancas a la presidencia de la Comunidad de Madrid, inauguramos el monumento erigido a los de Atocha en la Plaza de Antón Martín.
Eran otros tiempos y un ayuntamiento de derechas como el presidido por José María Álvarez del Manzano, aceptó nuestra propuesta de levantar aquel monumento. El recién elegido alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, delegó la inauguración en su predecesor, en el alcalde que había aprobado y presupuestado aquella obra. Eran otros tiempos.
La escultura, de Juan Genovés, reproduce en bronce su conocida pintura de El Abrazo, un canto a la libertad y a la amnistía en aquellos tiempos de Transición aún no resuelta. Un sueño en el aire. Aquella lámina presidía muchos salones de nuestras casas, habitaciones, salas de reuniones.
Aquel abrazo era el símbolo del cambio democrático, del final de la dictadura. Abría las puertas hacia las alamedas de libertad, las que antes que nosotros habían abierto los militares portugueses, con sus claveles en las bocanas, aquellas que había cerrado otro militar asesino de su pueblo para acabar con el gobierno de Salvador Allende.
Corren tiempos hoy también de esperanzas renovadas y amenazantes dictaduras. De nuevo, tiempos de guerras crueles y manifestaciones por la paz. Tiempos en los que la defensa del derecho y de aquellas personas que dedican su vida a defenderlo, desde la generosidad y el compromiso de los jóvenes, hasta largas vidas entregadas a la defensa de la libertad y la convivencia democrática.
Eso es lo que cada año intenta reconocer, promover y premiar la Fundación de los Abogados de Atocha. Lo que en este 47 aniversario volveremos a hacer premiando a cuantos se juegan la vida por defender las de todas y todos. En esta ocasión al Observatorio Internacional de la Abogacía en Riesgo, junto a dos reconocimientos, a la Red Internacional de las Mujeres de Negro contra la guerra y a los sanitarios de Gaza.