Comentando uno de mis artículos sobre las revoluciones en marcha, mi amigo Eduardo Mangada me traslada una reflexión de Albert Camus, Tenemos que pensar y aprender de nuevo a ver. La frase viene a cuento de otra reflexión sobre las consecuencias de los cambios que se han producido en lugares como la Alemania del Este, antaño un Estado comunista y donde ahora la derechista Alianza para Alemania crece de forma destacada.
Cree mi amigo que estas transformaciones, que observamos en toda Europa y en el conjunto del planeta, deberían hacernos revisar imágenes y tópicos interesados. Termina su reflexión con un llamamiento a mirar y ver (como el Angelus Novus de Klee-Benjamin), las ruinas que ha dejado la historia bajo nuestros pies, como un vendaval que nos zaradea y nos impide volar libremente.
La reflexión me parece pertinente, novedosa y sugerente, pese a referirse a imágenes y personajes como Camus, Benjamin, Klee y sus inevitables conexiones con otros como Zweig, Mann, Hesse, Gide, que sintieron la soledad del combate contra las ideologías totalitarias que amenazaban con destruir la dignidad de la vida humana en Europa y en el planeta.
Con este Angelus Novus he sentido algo parecido al momento en que Jesús Montero me incitó a descubrir el jetztzeit de Walter Benjamin, ese tiempo-ahora, lleno de energía, preparado para dar un salto hacia el futuro, siempre que exista la chispa que desencadene la transformación. Muy distinto al tiempo vacío de las clases dominantes que escriben la historia de los vencedores.
Comencé buscando la frase de Camus, pensar es aprender de nuevo a ver, dirigir la propia conciencia, hacer de cada imagen un lugar privilegiado. No llama a descubrir verdades absolutas y conocimientos completos. Llama a prestar atención a cuanto nos rodea, a cambiar nuestra manera de percibir el mundo. Tal vez lo que pretende no es otra cosa que experimentar la sensación del absurdo que surge de la confrontación entre la búsqueda del ser humano y el silencio irracional del mundo. Lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión, concluye Albert Camus.
Me puse a mirar el Angelus Novus de Paul Klee. Parece que hay quien piensa que es el ángel de un mundo desaparecido, pero se me antoja que seguimos viendo el alucinado mundo de la modernidad que sorprendió a este Ángel de la Historia allá por los años 20 del siglo pasado, en una Europa entre dos guerras civiles.
Como uno más entre los legendarios ángeles nuevos, creados para alabar a Dios y desaparecer al instante siguiente, tal vez piensa que la milenaria tradición judía, o el propio Yahvé, eran suficientes para justificar su breve existencia, cuando se ve amenazado por el pasado, hacia el que mira desencajado.
Una catástrofe única que acumula sin cesar ruina sobre ruina. Quisiera el ángel recomponer tanta destrucción, despertar a los muertos, pero una terrible tempestad, llegada desde el cielo, se lo impide, envuelve sus alas y le arrastra irremisiblemente hacia el futuro, hacia el progreso.
Hay otras versiones del cuadro, pero ésta, o algo parecido, es la visión de Walter Benjamin. Tal era la fascinación que Benjamin sentía por la acuarela de Klee que la compra en 1921, un año después de ser pintada y le acompaña hasta que, antes de emprender su última huida del régimen nazi hacia el encuentro con la muerte en los Pirineos, la deja al cuidado de George Bataille, en la Biblioteca Nacional de París. Tras un largo periplo, terminó por ser donada al Museo de Israel en Jerusalén.
El Angelus Novus marcó buena parte del pensamiento de Benjamin, su Tesis sobre la Filosofía de la Historia. Una crítica feroz a la nueva religión de la modernidad capitalista, individualista, clasista, injusta, pero también una crítica feroz del imperio absoluto de la razón, el fracaso de las utopías, la capacidad humana de imponer la destrucción, el fracaso que supone, tal como pensaba Camus, ser incapaces de conciliar justicia y libertad.
Han pasado casi 100 años desde que Klee pintase el Angel Novus, o Angel de la Historia, casi 80 desde la muerte de Benjamin y casi 60 desde que un accidente se llevase a Camus, pero la humanidad y la izquierda en particular, parecen sumidas en las mismas contradicciones, en la misma incapacidad de aprender de nuevo a ver y transformar el mundo.