Sí, parece que una de las secuelas dramáticas del COVID-19 es la pérdida de memoria. No son pocos los pacientes que presentan síntomas neurológicos, “cambios microestructurales cerebrales”, dicen los médicos, que implican pérdida de memoria meses después de haber superado la enfermedad.
Son muchos los pacientes que sufren trastornos neurológicos, en forma de agitación, confusión, desorientación, delirio, psicosis, encefalitis, pérdidas de memoria, o accidentes cerebrovasculares, hemorragias. Los profesionales médicos han tenido que aprender sobre la marcha a multiplicar las estrategias para combatir primero los daños pulmonares y circulatorios y más tarde los daños neurológicos, entre otros.
Pero no, no es el Coronavirus el que provoca estos ataques contra la memoria que encabezan los neofascistas españoles, ni es lo más grave que el neofascismo quiera borrar de la memoria y de las calles de la capital los nombres de personas como Francisco Largo Caballero, o Indalecio Prieto.
Lo verdaderamente grave es que quienes se definen como parte de la legitimidad democrática, en este caso PP y Ciudadanos, terminen alineados y posicionados junto a los defensores de situar al mismo nivel al gobierno legítimo de la República y a quienes encabezaron un golpe de estado y convirtieron España en el campo de entrenamiento de los ejércitos fascistas que llevarían al mundo al desastre pocos años después.
Decidir quitar el nombre de las calles dedicadas en Madrid a Francisco Largo Caballero, e Indalecio Prieto, ministros de la República Española y hasta Presidente del Consejo de Ministros, en el caso del primero de ellos, es un golpe bajo al sistema constitucional español.
Lo quieran o no los ultraderechistas y sus acomplejados aliados del centro-derecha, la democracia que disfrutamos hoy no procede de los cuarenta años de dictadura nacional-católica, sino de la República Española, última experiencia democrática que vivió España antes de caer en las fauces de la dictadura franquista, impuesta a sangre y fuego tras una guerra de exterminio sistemático y planificado de cualquier vestigio democrático, de cualquier oposición interna.
La Guerra Civil Española fue concebida por el dictador como la oportunidad de alzarse con el poder absoluto, prolongando la contienda para reforzar su poder interno sobre las facciones alzadas, ocupando pueblo a pueblo, deteniendo, torturando, requisando, fusilando, enterrando en fosas comunes. Tras tres años de contienda España era una cárcel y quienes consiguieron escapar de ella eran exiliados.
Largo Caballero murió en París tras pasar por los campos de concentración nazis, no había pasado ni un año desde el final de la II Guerra Mundial, mientras Indalecio Prieto moría en el exilio mexicano en 1962. Toda una vida de confrontación entre ellos, a los que habría que añadir a Besteiro, muerto en las cárceles franquistas, sobre él escribí un anterior artículo.
Una trayectoria socialista de larga pugna entre las corrientes marxistas revolucionarias, las más liberales y humanistas, el obrerismo, o las herencias de Bernstein, o de Kautsky, sin olvidar el krausismo que impregnaba a los socialistas forjados en la Institución Libre de Enseñanza fundada por Francisco Giner de los Ríos.
Tras tantos años, una Guerra Civil, prólogo de una Guerra Mundial que asoló Europa, Prieto inició un camino de difíciles intentos de recomponer las relaciones con los sectores monárquicos para apartar a Franco del poder y traer de nuevo la democracia a España, en un escenario más amplio de construcción europea. Los comunistas adoptaron una posición similar diez años después, en 1956, a la que llamaron política de reconciliación nacional.
Largo Caballero, no llegó a ver esas cosas, tras ser liberado del campo de concentración nazi, los rusos le llevaron a Berlín, y allí, en la Comandancia del Ejército Ruso, redactó su Carta a un Obrero, justo antes de rechazar una invitación para acudir a Moscú,
-Hace algunos años en un mitin celebrado en el Cine Pardiñas de Madrid hablamos Besteiro, Saborit y yo. En mi peroración dije, si me preguntan qué es lo que quiero, contestaré, República, República, República. Hoy si se me hiciera la misma pregunta respondería, Libertad, Libertad, Libertad. Pero libertad efectiva; después ponga usted al régimen el nombre que quiera.
Estas gentes defendieron la legitimidad de la República y abrieron las puertas para reconstruir la democracia en un futuro aún impensable, lejano e incierto. Quienes hoy llenan los escenarios de banderas y su boca de monarcas, quienes votan quitar los nombres de Largo Caballero, o Indalecio Prieto de las calles de Madrid, deberían tomar en cuenta que la Constitución del 78 y la propia monarquía, son deudoras, herederas y obtienen su legitimidad de aquella legitimidad democrática y republicana, de aquellos que defendieron la República y del pueblo al que sirvieron.
Un día pasará el Korona, caerá Almeida y cuantos apoyaron la decisión de privarnos de la memoria durante la pandemia. Prieto y Largo Caballero volverán a las calles de Madrid. Mientras tanto, dibujaremos sus nombres cada día,
Francisco Largo Caballero,
Indalecio Prieto Tuero,
en las paredes, en las pizarras, en las páginas de los libros, en las redes sociales, en artículos de opinión como este que ya voy terminando con el recuerdo de las últimas palabras de Julia Conesa, fusilada el 5 de agosto de 1939, una de esas Trece Rosas que tanto odian los neofranquistas españoles,
-Que mi nombre no se borre en la historia.