Acaba de fallecer Marta Harnecker. He visto muchas referencias a ella en las noticias latinoamericanas. Muy pocas en los medios de comunicación españoles. Tal vez sea cosa del intenso trasiego y mercadeo político que nos traemos entre manos, de la obligación autoimpuesta de olvidar deprisa, o puede que la boda del futbolista y la presentadora, actriz y modelo, empalaga y satura toda nuestra capacidad de atención. La boda reencarnada del torero y la flamenca en la Sevilla eterna.
Me he atrevido a escribir un pequeño adiós, una despedida, un hasta siempre, en las redes sociales. Hay quien lo ha leído y ha callado. Quien recuerda lo jóvenes que éramos cuando cayó en nuestras manos su libro más famoso, Conceptos elementales de materialismo histórico. No falta quien la critica y hasta hay algún conocido compañero que me dedica un escueto, Lo que se aprendió de Marta Hacnecker explica en parte por qué la izquierda está como está.
Valoro en mucho esta opinión, sagaz y medida. He aprendido bastante de él en este bregar del sindicalismo. Le contesto, prudentemente, Maestro, o no sabían leer, o sólo leyeron lo que les interesaba. Inmediatamente me responde, Tal vez, camarada.
No pretendía yo juzgar a la persona, ni tan siquiera sus enseñanzas. Sólo recordar a alguien en el momento de su muerte. Mostrar mi imagen de ella. Recordar su vida. Poco más que dar curso a una necesidad de hacer memoria de aquellos años preconstitucionales, de transición y de comienzos de la democracia. Y van más de 40.
No teníamos ni idea de qué cosa había de ser la democracia y buscábamos orientación en cuanto caía en nuestras manos. Leíamos, en muy poco tiempo, aquella colección de La Gaya Ciencia, donde un anarquista como Agustín García Calvo nos hablaba de Qué es el Estado, Alfonso Carlos Comín nos contaba qué es el sindicalismo, Nicolás Sartorius qué eran las Comisiones Obreras, Sánchez Montero nos explicaba qué era el comunismo, Felipe González el socialismo y Federica Montseny el anarquismo. Juan Benet hablaba de la Guerra Civil, Vázquez Montalbán del imperialismo. Sobré qué son las izquierda escribía Enrique Tierno Galván.
Imbuida por la experiencia francesa de los Centros de Cultura Popular, la Editorial Popular se lanzó a publicar una colección Aloclaro, con la que intentaban contarnos de forma sencilla qué eran los ayuntamientos, las elecciones democráticas, las drogas que comenzaban a consumir los barrios trabajadores, la sexualidad, la educación, la OTAN, la delincuencia juvenil, o las comunidades autónomas que iban surgiendo.
Aquellos libros circulaban de mano en mano. Si alguien aparecía con las obras completas de Pablo Iglesias, Lenin, Marx, o Bakunin, allá que nos lanzábamos, aunque las más de las veces nos perdiéramos en el intento. Pero entre todos ellos, reinaban algunos textos algo más sencillos y al alcance de casi todos.
Uno de ellos, aquellos Principios elementales y fundamentales de filosofía, basados en los apuntes que los alumnos de George Politzer tomaron en los cursos que impartía en la Universidad Obrera de París, años antes de ser detenido, torturado y fusilado por los nazis, a los que gritaba en el último momento: ¡Yo os fusilo a todos!
También inevitables, Los Conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker. Un manual para jóvenes estudiantes del marxismo, escrito por aquella chilena, de orígenes austriacos, formada como psicóloga en la Universidad Católica de Chile, que completó sus estudios en París con Louis Althusser. De vuelta a su país, se integró en el Partido Socialista y se dedicó a la formación política de los jóvenes militantes.
Asesora en el gobierno de Salvador Allende, escapó al exilio en 1973 tras el golpe de estado, militar por supuesto, encabezado por Pinochet y dedicó el resto de su vida a divulgar el marxismo, desde Cuba, Canadá, o Venezuela. Siempre atenta a los cambios que se producían en el mundo y en Latinoamérica. Aquel librito, a modo de manual, se convirtió en un libro de texto casi obligado para cuantos intentaban acercarse al marxismo para cambiar la despiadada e inclemente realidad.
Es cierto que muchos de aquellos conceptos fundamentales se han visto sometidos a las tensiones de profundas transformaciones económicas, sociales y políticas. Es cierto, también, que hay quienes se han especializado en los principios para justificar sus desmanes, sus ambiciones personales, su amor al poder y su apetencia de dinero.
Pero eso no es culpa de la Harnecker, sino de quienes no saben (o no quieren) leer, o de quienes sólo leen lo que les interesa. A fin de cuentas, ni Marx, ni Engels, pensaron nunca que la dictadura del proletariado, cuyo modelo y referencia era la Comuna de París, pudiera convertirse en la dictadura de los cerdos tras la rebelión en la granja.
Aquella mujer intentó ponernos fácil el aprendizaje, la comprensión de este mundo en transformación y, durante toda su vida, procuró seguir alimentando con nuevos materiales nuestros deseos de interpretar bien el mundo y conseguir cambiarlo.
Lo demás, la desorientación de la izquierda, la asunción de los valores del consumo, la autorrepresión de nuestra libertad, el abandono de la solidaridad para convertirla en gesto inocuo, la aceptación de las desigualdades como animal de compañía, la pérdida de la condición humana, la destrucción del planeta, no son culpa de Marta Harnecker.
Ahora que ella, no sé bien cómo, habita entre nosotros, sin verse sometida a los rigores del tiempo, creo que voy a aceptar la invitación que yo mismo me remito, de preservar su memoria. No la vi nunca personalmente, pero nunca me atreveré a negar que la conozco. Porque mis derrotas, mis aciertos, mis victorias, o mis errores eran también los suyos. Me lo debo y, tampoco sé bien cómo, se lo debo.