La igualdad de las cuatro lenguas

Comienza a haber algo deshonesto, impúdico y un pelín obsceno en la política española. Basta comprobar cómo el candidato a la investidura se convierte en líder de la oposición para evitar que el actual Presidente en funciones consiga ser candidato cuando él termine por fracasar en su disparatado intento.

Ocurren estas cosas cuando alguien se empeña en alcanzar el poder cuando no ha sido merecedor de él. El candidato se encuentra difuminado porque, más allá del ruido que pueda, quiera, o intente hacer, con el apoyo de los cubículos de algunos expresidentes arbitrarios y volubles.

Ruido en los salones de desayunos que despiertan a la clase ociosa madrileña en hoteles de renombre, cada mañana. Ruido, como en los viejos tiempos, en los cuartos de banderas de los adinerados. Ya lo decía Oscar Wilde.

-Todo en el mundo es sobre sexo, excepto el sexo. El sexo es poder.

Este intento permanente para que la verdad sea el resultado de una tergiversación constante de los datos disponibles, de los aireados, de la ocultación de los no deseados, comienza a crear una cultura de la mentira, que amenaza con extenderse entre el conjunto de una población que se va acostumbrando a poner oídos tan sólo a lo que quiere oír.

Nadie en su sano juicio debería creer que el Partido Socialista se vaya a prestar a destruir España, con tal de que su actual Secretario General se mantenga en el poder. Creo que cualquier “cesión” que pudiera producirse a Cataluña, se vería inmediatamente correspondida con similares tratamientos para el resto de Comunidades Autónomas.

Además, todos sabemos que las mayores transferencias de recursos y dineros a Cataluña se produjeron precisamente en aquellos momentos de entendimiento entre un Aznar que hablaba catalán en la intimidad, con sus hijos y Ana Botella debemos suponer y aquel Pujol ya instalado en el 3 por ciento.

Un Pujol que actúa ahora, por cierto, como padrino, padre padrone, de Puigdermont, a quien expresa su particular reconocimiento, en un momento en que “la identidad catalana está en peligro”. Es lo que tiene este concepto del nacionalismo centrado en la defensa de los intereses particulares de una clase política dirigente, eso sí, “nacional”.

La última escena de este despropósito se ha producido a cuenta del reconocimiento de las lenguas catalana, gallega y el euskera, en las sesiones parlamentarias del Congreso de los Diputados. Los dos partidos de la derecha extrema y de la extrema derecha, han decidido convertir en un espectáculo su negativa a la aprobación de la medida parlamentaria.

-Las formas son muy importantes en política,

me dijo un buen día el otrora todopoderoso, hoy olvidado y mañana, probablemente, esperanza blanca de la derecha española, Alberto Ruiz-Gallardón. Las formas, los pequeños gestos, los reconocimientos.

Algo que los actuales dirigentes de la derecha y algunos de la izquierda, han olvidado. Contra esta actitud utilitarista y sectaria sólo puede oponerse la valentía del sentido común. Porque en los tiempos que corren el sentido común requiere un buen grado de valentía que no todos están dispuestos a asumir.

Sentido común como el que hoy he comprobado en un dirigente de la derecha, como García-Margallo que, en los tiempos que corren, se ha atrevido a recitar ese poema del vasco Gabriel Aresti, dirigido al fallecido dirigente socialista Tomás Meabe, ese poema que tanto me gusta recordar,

 

Cierra los ojos suave,

Meabe,

pestaña contra pestaña,

sólo es español quien sabe,

Meabe,

las cuatro lenguas de España.

 

Se acercan tiempos complicados, no sólo en España, y más valdría que la derecha abandonase su irredentismo tradicionalista, tan recurrente y facilón, que tan buenos resultados da en el corto plazo y tantos trenes del futuro nos hace perder en el medio y largo.

Más valdría que nadie confundiera estas cuestiones lingüísticas y de cultura nacional con la necesaria igualdad real a la que la derecha presta tan poca atención, salvo para tomar cañas. Igualdad educativa, igualdad en el acceso a la salud, igualdad para combatir la pobreza, igualdad para disfrutar de una vivienda digna, igualdad para ganarse la vida con un empleo decente y acabar nuestros días bien atendidos.

Tal vez sea mucho pedir, un poco de sentido común, de renuncia al sectarismo rampante, de reconocimiento de los bueno y lo malo de cada cual, de abandono del egoísmo partidario y partidista. Pero si es mucho pedir, ya podemos hacernos una idea del extraño, decadente y desesperanzado mundo al que quieren conducirnos. Si lo consentimos y nos dejamos arrastrar por ese insensato camino, claro.

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