He tenido ocasión de participar en la presentación de un libro escrito por Pablo Fernández-Miranda, titulado Dos patrias, publicado por Ediciones GPS. El acto fue organizado por la Fundación Ateneo 1º de Mayo y tuvo lugar en el Salón de Actos del Centro Abogados de Atocha.
Podría entenderse que Pablo, al que conozco desde hace muchos años, ha decidido utilizar los numerosos materiales acumulados para escribir su primera obra, Pisaré sus calles nuevamente, para construir esta segunda novela, pero esa duda queda despejada con el comienzo de la lectura.
Si en la primera novela el protagonista es Tino, el padre de Pablo, el primer niño de la guerra, uno de aquellos 3.000 niños y niñas de Rusia, que retornó a España tras una larga peripecia que le llevó de su casa en Oviedo, justo antes de la rebelión militar del 18 de julio de 1936, a un campamento de verano en Avilés. De allí, en barco, directamente desde el puerto de Gijón, en una travesía hasta llegar a la Unión Soviética URSS).
Moscú y Leningrado, sus estudios, el inicio de la Segunda Guerra Mundial y su alistamiento, primero como voluntario en el Ejército Rojo contra los nazis, la guerrilla y su apresamiento por tropas finlandesas, aliadas de Alemania, que lo internaron en un campo de concentración, hasta que las gestiones del representante de la dictadura española en Finlandia, Agustín de Foxá, dieron como resultado que el joven Celestino fuera el primer retornado a su tierra.
Esa es la historia que nos cuenta el primer libro. Dos patrias podría haber sido la continuación de esta peripecia, pero este segundo libro aborda la construcción de un mural en el que se despliegan nuevas historias, nuevos personajes, en diferentes momentos y en distintos emplazamientos de España y de la URSS.
Un mural pintado con cartas, fichas, documentos, declaraciones, grabaciones, recuerdos de aquellos y aquellas (prácticamente la mitad eran mujeres) que en su retorno se toparon con una España que era más madrastra que madre, que sometió a sus hijos a investigaciones, declaraciones, sospechas permanentes.
Pero también de quienes quedaron en la Unión Soviética y construyeron su vida en diferentes profesiones y en muchos rincones de aquellas tierras, sin olvidar a quienes participaron en la División Azul, ya fuera por convicción, o por echar tierra sobre su participación en el bando republicano, durante la Guerra Civil Española, con toda su secuela de cárcel, detenciones, torturas, juicios sumarísimos, fusilamientos, depuraciones laborales, destierros, exilios interiores.
De ahí que el propio autor reconozca que este segundo reto, en el que ha manejado un material ingente, no es una segunda parte, sino la historia de otros años, los del retorno y los de permanencia en la URSS, porque tanto los unos como los otros sintieron el dolor de vivir entre dos patrias, con sus almas partidas. Ispansis (españoles) en la URSS, rusos, comunistas, siempre bajo sospecha, en España.
Al leer Dos patrias compruebo, de nuevo, el volumen ingente de trabajo que ha requerido, las horas de investigación, la cantidad de materiales extraídos de archivos oficiales, casi siempre no digitalizados, con materiales en bruto, carpetas deficientemente identificadas.
El esfuerzo que ha supuesto ordenar, organizar y convertir ese material en parte de una narración en la que confluyen tantas voces distintas que han esperado pacientemente que el autor las haga audibles y legibles para nosotros.
Me doy cuenta también de que Pablo ha tenido que sortear tres riesgos para llevar su novela a buen puerto. El primero de ellos el dejar que la memoria de convierta en resentimiento y actúe como motor de su narración, de la misma forma que, por el lado contrario, hubiera sido muy fácil caer en posiciones equidistantes, siempre injustas. Ninguno de los dos riesgos han hecho mella en las Dos patrias.
El tercer riesgo hubiera sido aceptar los abusos de la memoria de los que nos habla Todorov. Aceptar una memoria literal, fiel, inamovible, incapaz de salir de su tiempo y utilizable, en todo momento, por los poderosos de turno para su mayor gloria. La memoria es muy fácilmente manejable por quienes controlan el presente, que la convierten en la versión interesada del pasado, al servicio de su mayor gloria futura.
Pablo Fernández-Miranda ha escrito ya dos entregas, dos novelas y estoy convencido de que no será la última. No es fácil saber cuáles serán las formas y el estilo de esta nueva aventura narrativa, pero seguro que no será más de lo mismo. Seguro que Pablo no nos defraudará como no lo ha hecho con su primera novela, Pisaré sus calles nuevamente, y con esta que acaba de presentar, a la que ha titulado Dos patrias.