La muerte del licántropo

Los homenajes post mortem se producen en honor de una persona que ya no está. Al igual que los homenajes ante mortem, suelen consistir en el lucimiento de unos pocos a costa del homenajeado. Y cuidado, que no estoy diciendo que los homenajes sobren, que no creo que no creo que nunca esté de más demostrar a una persona, a su familia, a los amigos, que estamos aquí, que no vamos a fallar, que ante algo tan irreparable como la muerte, ante algo tan irreversible como la vejez, aquí estamos y vamos a seguir estando.

Así creo que lo debía pensar también un hombre tan singular, tan excepcional y tan capaz de equivocarse y de acertar, tan humano, como Carlos Álvarez. No hemos podido resistirnos, sin embargo, y amigos tan cercanos como José Luis Esparcia y como Manuela Temporelli se encargaron de montar una pasarela, un momento de memoria, un punto de encuentro en torno a él. Porque eso es también un homenaje, un momento para quienes conocimos, leímos, cruzamos nuestros caminos, o tratamos en algún momento con Carlos.

No podían faltar intervenciones de quienes hoy gobiernan el que fuera su partido, el Partido Comunista de España, pero los verdaderos protagonistas fueron sus amigos, porque era Carlos, hombre de marcadas influencias y variados afectos, desde los poetas Antonio Hernández y Manuel Rico, Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, a José Ramón Ripoll, Ana Rosetti, Raúl Guerra, o Fanny Rubio.

Hablamos de homenajes, de lugares donde reencontrarse con otros para convocar los recuerdos, la memoria, las anécdotas. Reencontrase con quienes influyeron en su poesía, ya fuera Blas de Otero, Rafael Alberti,  Machado, o Miguel Hernández. Con quienes compartieron sus días de poeta, ya fuera Caballero Bonald, Ángel González, Gloria Fuertes, Gil de Biedma, Gabriel Celaya, Paca Aguirre y Félix Grande, Pepe Hierro, o su amigo Antonio Hernández.

Convocar un homenaje a Carlos Álvarez es realizar un llamamiento a la libertad, porque eso representaba la generación de Carlos. La libertad para discrepar y defender opiniones propias y estilos distintos de hacer poesía, de entenderla, de vivirla. Era Carlos polemista convicto y confeso. Un hombre con el que discrepar sin perder un ápice de los afectos acumulados en las batallas compartidas para defender una vida digna, sin persecuciones personales a causa de unas ideas, o de la defensa de la libertad.

Hay a quienes les gusta fijar las personalidades, establecer sus principios inalterables, inalterables, inmutables, perdurables y fiel seguidor de unas ideas que sólo pueden interpretar adecuadamente quienes han sido designados pontífices máximos.

Pero eso no cuadra con Carlos. Basta tener en cuenta que el primer libro de Carlos, en aquella España de principios de los años 70, tuvo que ser publicado en danés y llevaba el título de Escrito en las Paredes.

Y es que no era Carlos un poeta ortodoxo. La libertad pesaba demasiado y la heterodoxia terminaba imponiéndose en sus poemas. Poemarios como Aullido de licántropo, reivindican la existencia de muchas voces, la polifonía como vocación, la crítica social, de las ideas y de las convicciones, como necesidad para seguir viviendo. Un hombre-lobo que se debate entre una vida golpeada desde el comienzo por la violencia que le arrebató a su padre fusilado en la represión de la Guerra Civil y la voluntad de ser, de existir, de vivir.

Carlos era un hombre convencido, pero no podía ser un ortodoxo, porque su vocación de disidente se lo impedía, era un hombre-lobo heterodoxo, que no evitaba nunca el enfrentamiento, la confrontación consigo mismo. Un hombre que se rebela contra la dictadura, por supuesto, pero también contra lo que Erich Fromm definiría como la Condición humana actual, ese estado en el que el hombre se adocena, se pliega a las costumbres, a lo establecido, al conformismo.

Carlos es la afirmación de la persona libre frente a la masa, contra la alienación, que recorre el camino del compromiso y de la resistencia permanente. Con Carlos ha muerto un licántropo siempre a punto de transformarse, siempre dispuesto a mirar con otros ojos y subvertir la realidad impuesta. Un hombre siempre atento a sus transformaciones:

Si al mirarme al espejo nada advierto,

¿cómo podrían ellos

conocer lo que oculto está en mi centro?

Lo saben las paredes de mi encierro;

mejor que nadie, el techo

donde clavo los ojos. Y los muertos:

los muertos que me vieron;

que me vieron y no me reconocieron

hasta después del hecho.

(del libro Aullido de licántropo)

Mantener la memoria viva de Carlos Álvarez es mantener la memoria exacta de la libertad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *