Cumplir 100 años cuando eres una persona es toda una proeza, cumplir 100 años, en una organización, en estos tiempos en los que todo se disuelve por momentos, en una sociedad líquida, a la manera en que nos la describe Zygmunt Bauman tiene mucho mérito.
El Partido Comunista de España, el Partido, el PCE, cumple 100 años y algunas cadenas televisivas, bastantes articulistas, historiadores, políticos, nos recuerdan los momentos del nacimiento, la vida y la andadura de la organización y de algunos de sus dirigentes más destacados, como La Pasionaria, Santiago Carrillo, o Marcelino Camacho.
Recomiendo muy especialmente el artículo de Nicolás Sartorius, Comunistas, en el que sitúa como uno de los principales méritos de los comunistas españoles el de haber dado los primeros el paso hacia la política de reconciliación nacional que cambió el eje de las reivindicaciones populares hacia la lucha contra la dictadura y a favor de la libertad, más allá de que el régimen democrático resultante fuera una monarquía, o una república.
Decir estas cosas, tomar estas decisiones, no implica que dejen de matarte, como ocurrió con Grimau, con Pedro Patiño y con tantos otros militantes políticos, o sindicales del PCE, ni tampoco que dejen de encarcelarte durante décadas, como ocurrió con Marcelino Camacho, o con Marcos Ana.
La reconciliación es cosa de dos y el gesto de uno puede tardar años en abrirse camino hasta el Abrazo. Incluso ese abrazo puede verse emborronado con sangre, como ocurrió con el asesinato de los Abogados de Atocha, aquel terrible 24 de enero de 1977.
No dedicaré este artículo a glosar, rememorar, recuperar fechas y datos, a la manera en la que otros muchos lo harán con mucho más conocimiento y autoridad que yo. Volveré sobre mis pasos y procuraré adentrarme en mis sensaciones, sentimientos, recuerdos.
Y recuerdo aquel barrio de Villaverde, en los años 70 del siglo pasado, cuando sólo había un Partido, con respecto al cual se fijaban el resto de las posiciones sociales y políticas en el mapa. Aquel partido que caminaba decididamente hacia el eurocomunismo junto a los comunistas italianos (el PCI de Enrico Berlinguer) y franceses (el PCF de Georges Marchais), pero sin abandonar, al menos en el caso español, las contradicciones derivadas del “centralismo democrático” que producirían nuevas y dolorosas exclusiones, fracturas, disidencias y renovados cismas y escisiones.
En aquellos días el Partido estaba en las empresas que rodeaban Villaverde, desde la Standard-ITT, a Marconi, Peugeot, Boetticher y Navarro y esa infinita retahíla de pequeños y medianos talleres y empresas de servicios que daban de comer al barrio.
El Partido en las asociaciones vecinales, en las de padres y madres, en las culturales, en las deportivas, que vertebraban la vida social y la participación política. Lo mismo ocurría en Vallecas, en Carabanchel, o en Tetuán de las Victorias, donde vivía buena parte de los hermanos de mi madre, desde los duros tiempos de la posguerra, grandiosos hijos de la represión, la persecución, el miedo y el pasado comunista de mis abuelos.
El Partido que había organizado cuarenta años atrás el 5º Regimiento de Milicias Populares en el patio del convento de los Salesianos de Estrecho y que marchó inmediatamente a la Sierra de Guadarrama, a las órdenes de Enrique Líster, para defender Madrid, situando su cuartel general en el pueblo donde nací, Collado Mediano, en el que fue a enrolarse mi abuelo Calixto.
La ficha del archivo histórico de Salamanca (antes de represión de la masonería y el comunismo) de aquel hombre que marchó como voluntario a sus 41 años, para no regresar nunca a su pueblo, perdido en el exilio francés, sin que se sepa dónde murió, ni dónde fue enterrado, deja claro que era nacido en Collado Mediano, de profesión Cantero, que se alistó en el Quinto Regimiento, en el Batallón Amanecer y que era afiliado a la UGT y al P.C. Hermoso nombre para un batallón en el que mi abuelo comenzó a servir a las órdenes del capitán Ramón J. Sender.
Que yo fuera comunista no fue una casualidad. Una soleada tarde de verano crucé la calle en la que vivía, entré en la sede de la Agrupación del PCE y pedí mi carnet y tampoco debió ser casualidad que allí me entregara el carnet un hombre mayor, Ramiro Fuente, un guerrillero que abandonó en los años cuarenta el exilio francés para reorganizar las guerrillas granadina y malagueña, hasta su caída.
Ya sé que en la historia del PCE hay muchas luces y algunas sombras, pero nadie puede negar que no seríamos la España que hoy somos, con mucho en el debe y en el haber, sin la responsabilidad demostrada por muchos hombres y mujeres que formaron parte del PCE en algún momento de sus vidas.
Unos siguen formando parte del partido, otros acabaron en el PSOE, en Podemos, o se mantuvieron en Izquierda Unida y dejaron de militar en el PCE. Otros muchos acabaron fuera de cualquier proyecto político en alguno de los muchos episodios de desencuentro, desilusión y hartazgo.
Sea cual sea nuestra trayectoria personal y al margen de nuestra situación presente en éste, en aquel, en otro, o en ningún proyecto político, haremos mal en despreciar las esperanzas, la voluntad, los esfuerzos militantes que muchas personas de nuestra estirpe depositaron en la idea de que cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad.
No dudé hace años en tomar la decisión de ofrecer el Auditorio de CCOO de Madrid (al que antes habíamos dado el nombre de Marcelino Camacho), para que albergara su velatorio, como dos años más tarde, el de Santiago Carrillo y hace cinco años el de Marcos Ana y el homenaje a Josefina Samper. La memoria de los nuestros no es mero recuerdo, sino que forma parte de nuestro propio futuro, ejemplo para nuestras vidas.
La igualdad y la solidaridad siguen tan vigentes como cuando aquellos socialistas como Marx y Engels formularon sus ideas iniciales. Vigentes pese a la brutalidad de algunos regímenes que se dieron a sí mismos el nombre de comunistas. Vigentes pese a las contradicciones de algunas experiencias históricas encabezadas por partidos que se denominan socialistas, socialdemócratas, o comunistas
La igualdad y la solidaridad nunca funcionan sin ir de la mano de la libertad, sin mirar hacia la humanidad. Esa es, sin duda, la pulsión que anidaba en el corazón de mis abuelos, en los de miles de comunistas y en cuantos siguen luchando por la libertad, la justica, la solidaridad, la igualdad y la defensa de la vida, en cualquier rincón del planeta, frente a quienes lo ponen todo, ideas y principios inlcuidos, al servicio de su egoísmo y sus intereses personales.