Cuando todo parece ir bien, cada grupo de intereses, cada clase social, hasta cada persona, encuentra la manera de encajar en el puzle que supone vivir en sociedad. Unos ganan mucho, otros ganan poco, pero todos ganan algo, muchos ganan lo suficiente para vivir con ciertas comodidades, comprar una casa, un coche, veranear, criar a los hijos, darles carrera, o una profesión, en el horizonte no hay nubarrones, lo que venga después parece que será siempre mejor que lo que tenemos.
Es pura defensa psicológica sin base científica alguna, la historia nos dice que, cada cierto tiempo algo se enreda, se lía, empiezan a venir mal dadas y lo que iba a ser mejor termina siendo peor. No aprendemos, pero al menos por un tiempo creemos, deseamos, que todo siga igual, que nada vaya a peor. Lo cierto es que todo lo que puede empeorar, termina empeorando, si nadie lo impide.
Es en esos momentos de crisis desbocada, latente, o desvelada, cuando se pone a prueba el valor de un gobierno, de una oposición, o de las organizaciones sindicales, empresariales, sociales que vertebran la sociedad. Si los gobiernos son débiles, la oposición intranscendente y las organizaciones sociales sólo representan clubs de intereses particulares, poco podemos hacer.
Me ha tocado vivir momentos duros provocados por el terrorismo, las crisis económicas, los problemas sociales desbocados a causa de desequilibrios enquistados y lacerantes. En Madrid no han faltado. En mi experiencia, los Pactos de la Moncloa fueron un acuerdo político y social para dar el pistoletazo de salida y el respaldo definitivo al proceso democrático.
Costó mucho, porque las limitaciones salariales firmadas no compensaban el poder adquisitivo perdido por los salarios, pero hubo otras medidas que incidían en la reforma de la fiscalidad, e inversiones públicas sanitarias, o educativas. Los acuerdos siempre son temporales, al cabo de un tiempo vuelven a aparecer desequilibrios, hay que volver a las movilizaciones, a las negociaciones, a nuevos acuerdos.
Por eso en 1988 la Huelga General del 14-D supuso un aldabonazo de los trabajadores y trabajadoras del país para exigir un reparto más equitativo de la riqueza en el país, una mayor participación en las políticas públicas. La gota que colmó el vaso fue el intento de aprobar un Plan de Empleo Juvenil que intentaba crear un mercado laboral que condenaba a los jóvenes a salarios más bajos y menos derechos laborales. Entre los motivos de la Huelga se incluían las pensiones, o los derechos sindicales de los trabajadores, incluidos los empleados públicos.
El éxito de la huelga no se vio correspondido por resultados inmediatos, pero el Plan de Empleo Juvenil fue retirado, los sindicatos presentaron un amplio abanico de reivindicaciones incluidas en la Propuesta Sindical Prioritaria y se fueron abriendo cauces de negociación con el Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos.
En Madrid, el gobierno autonómico presidido por Joaquín Leguina aceptó sentarse a negociar. De aquellas negociaciones salió el Acuerdo de Madrid que incorporaba materias como la salud laboral, el empleo, la lucha contra la pobreza y el desarrollo de los servicios sociales, medio ambiente, formación para el empleo, vivienda pública, defensa de la industria y otras muchas materias. El Consejo Económico y Social, el Instituto Madrileño de Formación, el Ingreso Madrileño de Integración, lo que luego se llamó Renta Mínima, tuvieron también su origen en aquellas negociaciones.
Cuando Alberto Ruiz-Gallarón llegó al gobierno lo primero que hizo fue asumir la cultura del diálogo social como eje vertebrador de sus políticas. Era un político de derechas, muy de derechas me atrevería a decir, pero le escuché muchas veces defender la importancia de las formas en política.
Luego llegó Aguirre y tacita a tacita fue rompiendo la cultura del diálogo, la crisis fue la disculpa para desmantelar casi todos los instrumentos de diálogo, fueron años duros de recortes y privatizaciones en sanidad, en educación, en residencias de mayores, universidades, Telemadrid, el agua del Canal. No quería testigos incómodos y díscolos. Hoy, la crisis sanitaria nos ha pillado desarbolados, incapaces de resistir el embate.
Este país, esta Comunidad, cada Ayuntamiento, necesitan recuperar músculo y fortaleza en sus recursos públicos. Necesitamos industria capaz de fabricar productos básicos para cubrir emergencias como la que vivimos, necesitamos camas hospitalarias, personal médico, profesionales de la educación y de los servicios sociales en todos los niveles, desde residencias hasta rentas mínimas, desde ayuda a domicilio hasta trabajadores y trabajadoras sociales.
Necesitamos negociar desde ya, antes incluso de que acabe la pandemia, las condiciones en las que vamos a mantener, reflotar, recuperar la actividad económica, el empleo y la protección de las personas y las familias. Habrá quien quiera jugar a electoralismos, pero el diálogo, la negociación y el acuerdo es lo que la responsabilidad política y social nos exige. Y son los gobiernos quienes tienen que convocar para iniciar ese proceso.