Mascarillas nacionales

España tiene un aparente, solo aparente, problema de mascarillas. Y ese problema tiene que ver con que el prototipo de base económica de nuestra nación se reduce a un persistente negocio de mascarillas. Un tal Koldo, mano derecha de un exministro de transportes, parece que ha hecho negocios en plena pandemia a costa de obtener comisiones procedentes de la compra de mascarillas.

Pero no fue el único. Todo un hermano de la Presidenta de la Comunidad de Madrid ha sido comisionista en la compra de mascarillas al servicio del gobierno de su hermana, mientras que un primo del alcalde de Madrid parece que hacía labores de intermediación y facilitaba contactos municipales a determinados conocidos para vender mascarillas a alto precio, por supuesto.

Imagino que son costumbres patrias aprendidas de aquellos tiempos de tráfico de mercancías entre la España peninsular y la España de más allá del Atlántico. Hacían las Américas y volvían repletos de comisiones. Tal vez de aquellos polvos vinieron estos lodos.

Desde entonces los comisionistas acaban forrados pero hay veces que pasan un tiempo en la cárcel. Nada grave. Una vez que han aprendido el oficio y pasan por alguno de esos trances penales accidentales, seguirán viviendo de lo aprendido durante toda la vida.

Seguirán trabajando al servicio de complacientes políticos que nunca asumirán sus responsabilidades “políticas” y siempre dispuestos a abandonar el cargo a cambio de contar con una puerta giratoria a mano. No importa que los contratos, las comisiones, los beneficios, fueran abusivos. Siempre habrá almas caritativas en la justicia ciega que determinen que no hay delito.

– La ley está pensada para el robagallinas

No lo digo yo, por si las moscas. Lo dijo todo un Presidente del Tribunal Supremo español.

Ni los comisionistas, ni los políticos, forman parte de esta categoría de los robagallinas. No importa que hicieran negocios sucios, en plena pandemia y a costa de dineros que eran de todos, mientras las gentes morían por miles en sus domicilios, en los hospitales, en las residencias.

Las mascarillas son tan sólo una muestra, un modelo, un paradigma, de la cantidad de chanchullos que se mueven a nuestro alrededor constantemente. Madrid se ha convertido en la cátedra donde se imparte formación aceleradaen todos los negocios sucios que devoran a España.

Las mascarillas son tan sólo un momento, el actual, una foto fija, el lugar al que hemos llegado tras los negros días del Tamayazo que torcieron, desde Madrid, la voluntad popular. Toda una bendición, un pistoletazo de salida para la generalización de la especulación inmobiliaria, la concesión injustificable de hospitales, la cesión caprichosa de suelos para colegios concertados, la compra premeditada de servicios a la sanidad privada, o la aprobación de operaciones urbanísticas multimillonarias.

Millones de euros que recorrieron los despachos de las instituciones madrileñas. Quienes jugaban aquel juego presumían de impunidad absoluta. Madrid, un territorio de oportunidades. Madrid un charco de ranas, la Comunidad en la que todo es posible si eres listo y sabes participar en todos los desayunos informativos para estrechar las manos oportunas y concertar las comidas en las que se fraguarán los negocios más insospechados.

Unos cuantos de aquellos artífices terminaron siendo protagonistas de abultados libros de sumarios judiciales, incluso pasaron temporadas en exóticas cárceles, pero otros muchos aprendieron a escurrir el bulto, burlaron sus responsabilidades, borraron sus huellas y traspasaron las puertas giratorias que les condujeron a consejos de administración y directivos de corporaciones con las que contrataron servicios mientras ejercían cargos políticos.

La corrupción se ha convertido en el principal de los problemas que atenazan nuestro futuro. Nuestro desarrollo histórico, a lo largo de los últimos años, en democracia tiene su punto más débil en esas comisiones y en los negocios oscuros que han anidado en muchos despachos del país, a todos los niveles.

Las mascarillas no serán el último escándalo, si no hay  un pacto explícito y decidido de todos los partidos y todas las instituciones para apartar del poder a cualquiera que se vea involucrado en todo tipo de operaciones que comporten enriquecimiento inmoral a costa de los recursos del pueblo.

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