Hace ahora 100 años, Salvador Seguí, a quien por su tierra llamaban el Noi del Sucre por su afición a comerse los terrones de azúcar que le servían con el café, pronunciaba una conferencia en el Ateneo de Madrid. Junto a otro conocido anarcosindicalista, Angel Pestaña, andaba embarcado en un ciclo de conferencias por toda España.
Explicaban, a quien quería escuchar, el éxito de la Huelga de La Canadiense, la situación tormentosa del nacionalismo catalán, las tortuosas relaciones con la burguesía y las estrategias del sindicalismo en un momento tan complicado como el que acabaría desembocando en la Dictadura de Primo de Rivera, el último intento del Borbón para echar tierra sobre la corrupción y la insostenible situación social y política del país.
Un momento marcado por la crisis económica mundial desencadenada tras el estallido de la I Guerra Mundial, que terminaría con estallidos revolucionarios en Rusia, Alemania, o el nacimiento del fascismo en Italia. Dos huelgas generales habían sacudido España a finales de 1916 y, de nuevo, de forma un tanto precipitada, en 1917.
La burguesía catalana andaba revuelta y convocaba la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona, para plantear la reforma de la Constitución de 1876, en uno de esos movimientos pendulares que les llevaba del independentismo a las exigencias de intervención urgente del ejército para contener a las masas obreras.
Sus dirigentes, tan pronto encabezaban las huestes de la burguesía catalanista, como formaban parte de los gobiernos de turno en Madrid. Catalanismo regionalista o nacionalista cuando hacía falta y mano dura en la Semana Trágica de Barcelona de 1909, en las Huelgas Generales, o como ocurriría con el general Martínez Anido, gobernador civil y militar de Barcelona, en los años 20, organizando piquetes de pistoleros empresariales, armados para cazar anarcosindicalistas por las calles.
Pestaña sufrió algunos de estos atentados y Seguí murió en uno de ellos, pese a su carácter de líderes sindicales partidarios de la negociación y el acuerdo, siempre contrarios al ejercicio de la violencia armada, lo cual no les libró de los atentados, ni de las frecuentes detenciones e ingresos en la cárcel. A fin de cuentas eran ellos, junto a Julián Besteiro y Largo Caballero, los principales responsables de la incipiente unidad de acción entre la CNT y la UGT.
Llega Seguí a Madrid precedido por el éxito de la Huelga de La Canadiense, que había traído como consecuencia la aprobación del Decreto que instauraba la jornada de 8 horas diarias en todo el país. El Canadian Bank of Commerce of Toronto había comprado la Compañía Eléctrica de Riegos y Fuerzas del Ebro. Por eso era la compañía que suministraba la electricidad en Barcelona y buena parte de Cataluña. El despido de 8 trabajadores provoca una huelga que pronto es secundada por el textil, los tranvías, la electricidad, la distribución de agua, o los periódicos.
El Capitán General, Milans del Bosch, militariza los sectores en huelga y encarcela a más de 3000 trabajadores en el castillo de Montjuich. El conflicto se extiende por toda Cataluña, Aragón, Valencia, Andalucía y amenaza con generalizarse. La declaración del Estado de Guerra y el control militar de los diarios no sirven de nada.
Al final sacan a Salvador Seguí de la cárcel para iniciar una negociación que concluye con la liberación de los presos, la readmisión de los despedidos, el aumento de los salarios, el pago de la mitad de los días perdidos por la huelga y la jornada de 8 horas por primera vez en el mundo.
Aún así, aunque los logros parecen muchos, no fue fácil convencer a los huelguistas, tras casi 45 días de movilización, deseosos de una revolución social y amargados por tanta represión militar y policial, de que había que abandonar la huelga. Para ello tuvo que bregarse a fondo Salvador Seguí en la asamblea ante más de 20.000 trabajadores y trabajadoras reunidos en la plaza de toros de Las Arenas y, al final de la misma, quedó desconvocada la Huelga.
Romanones firmó el decreto de jornada laboral de 8 horas, el primero en el mundo y, mientras Romanones dimitía, Salvador Seguí se lanzó a explicar por toda España los objetivos de las organizaciones obreras, para luego volver a Barcelona y terminar siendo asesinado en una esquina del barrio del Raval, en pleno auge del pistolerismo empresarial, en la primavera de 1923.
En septiembre de ese mismo año el Capitán General de Cataluña, Primo de Rivera, inspirado en Mussolini, da un golpe de Estado, con todos los beneplácitos del Rey, que se me antoja el auténtico ensayo general del gobierno militar nacionalista y dictatorial que más tarde ensangrentaría España y la convertiría en un cuartel para unos y un campo de concentración para otros, durante 40 años.
Por lo pronto, Salvador Seguí, allí en el Ateneo, hace 100 años, dejó claro que, Se habla con demasiada frecuencia de los problemas de Cataluña. ¿Qué problemas de Cataluña? En Cataluña no hay ningún problema. El único problema que pudiera haber planteado en Cataluña está planteado por nosotros, pero el problema que está planteado por nosotros no es un problema de Cataluña, es un problema universal (…)
La Liga Regionalista ha pretendido y en parte ha logrado, dar a entender a toda España que en Cataluña no hay otro problema que el suyo; el regionalista. Ésta es una falsedad; en Cataluña no existe otro problema que el que existe en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa, un problema de descentralización administrativa que todos los hombres liberales del mundo aceptamos, pero un problema de autonomía que esté lindante con la independencia no existe en Cataluña, porque los trabajadores de allí no queremos, no sentimos ese problema, no solucionamos nuestro problema bajo esas condiciones.
Hasta aquí Seguí. A partir de aquí la importancia de contar con organizaciones sindicales que aglutinen a los trabajadores y las trabajadoras, con objetivos propios, autónomos con respecto a la política partidista, que no se dejen embaucar por nacionalismos de estériles banderas y lazos, aderezados de miserias personales.
Ojalá contemos con muchos sindicalistas como Salvador Seguí y Angel Pestaña, capaces de encauzar y organizar la fuerza, la voluntad, la razón, los sentimientos, el hambre de justicia de millones de personas para protagonizar la movilización, aguantar los tirones imprevisibles, adaptarse a los cambios acelerados. Capaces de unir y no de separar, negociando siempre y acordando cuando los avances conseguidos, o los retrocesos frenados, lo hagan posible. Dando la cara ante su gente en las buenas y en las malas.