Coronavirus, o el optimismo de la voluntad

Cuentan que en pleno verano de 1914, miles de alegres jóvenes alistados y de resignados reclutados desfilaban por las grandes avenidas de Berlín, Viena, Moscú, Londres, o París, para ir a combatir en la que luego sería llamada Gran Guerra. Pensaban, porque así se lo habían dicho sus emperadores, presidentes, ministros, periódicos y tertulianos, que la guerra sería más bien pequeña, que iban a disparar unos cuantos tiros y volver en otoño de regreso a casa.

A fin de cuentas eran unas pocas familias imperiales bien avenidas las que iban a dirimir, con sangre de sus súbditos, una disputa menor por un triste asesinato cometido en una lejana ciudad llamada Sarajevo, en mitad del siempre turbulento territorio de los Balcanes. Nadie podía pensar que aquel deporte veraniego iba a terminar movilizando a 70 millones de soldados y llorar a 10 millones de muertos.

Hasta cuatro imperios no sobrevivieron a aquella guerra: El Ruso, el Otomano, el Reich Alemán y el Imperio Austro-Húngaro. Siempre recurro a este ejemplo cuando me refiero a la capacidad que suponemos en algunas élites para gobernar el mundo desde despachos, mansiones, o palacios, trazando los designios de la humanidad.

Es cierto que pueden crear tendencias, pero las decisiones que adoptan terminan por escaparse de sus manos y, si no andan con cuidado, pueden acabar devorados. Muchos de ellos consiguen salvar sus vidas, bienes, poder y posición, con lo cual tendemos a pensar que lo tenían calculado,

-Madrid va como un tiro

me comentaba el Presidente de la patronal madrileña, allá por 2008. Luego vino lo que vino y pasó lo que pasó. Una crisis financiera primero, inmobiliaria después, industrial, crisis económica en toda regla, de empleo, social y al final política. Nuestra cultura, la forma de entender e interpretar la vida, ya no volverá a ser la misma desde entonces.

Andaba Díaz Ayuso a principio de año, recibiendo al venezolano Guaidó,

-Lo que está pasando en Venezuela nos puede pasar a nosotros,

(no, se equivocaba, lo que estaba por venir estaba pasando en China)

lanzando cebos a ver si picaban los organizadores del Mobile World Congress (MWC) y se venían para Madrid, intentando limar las aristas del pin parental para ver si sus socios de ultraderecha le daban el voto para sus presupuestos regionales, echando en cara al gobierno central su iniciativa de sacar adelante una ley de eutanasia,

-La muerte no es digna, es la muerte

dejando clara su indignación por la visita de Sánchez a Cataluña, o preocupada por las supuestas imposiciones de charlas LGTBI en los colegios.

Al hablar de la contaminación, tras las impresionantes movilizaciones mundiales nos decía,

-Nadie ha muerto por contaminación en Madrid.

Cómo podría plantearse, con lo entretenida que andaba, que ese coronavirus que comenzaba a expandirse sin orden ni concierto por China, acabaría cerrando Madrid, España, Europa entera, paralizar el planeta. Por eso, hasta el último minuto, seguía erre que erre,

-Madrid no se va a cerrar, o por lo menos no lo vamos a cerrar desde la Comunidad.

Mientras vamos directos hacia los 800.000 casos de contagio en casi todos los países del planeta y hacia las 40.000 muertes en todo el mundo. La mayoría de casos y muertes en China, Italia, España, pero mientras en China se ha controlado el contagio, en el resto del mundo el coronavirus se encuentra en fase de expansión.

Tan sólo contenerlo supone un esfuerzo tan intenso como nunca antes habíamos conocido. Los costes económicos, de empleo, sociales, políticos y culturales son incalculables. Y debemos tomar en cuenta que España somos el segundo país europeo y el cuarto del mundo en número de contagiados.

No estamos ante una gripe, que las ha habido muy duras, como la de hace dos años, que contagió en nuestro país a 800.000 personas, con más de 50.000 hospitalizados y 15.000 muertes. Tampoco es uno de esos otros coronavirus conocidos que nos golpearon con anterioridad, como el SARS, o el MERS, síndromes respiratorios que producen neumonías y alta mortalidad.

Estamos ante un nuevo coronavirus, agresivo como los otros, pero de rápida expansión, capaz de colapsar nuestro debilitado sistema sanitario. Un coronavirus al que tenemos que frenar en su crecimiento, para darnos tiempo a encontrar vacunas, antivirales y tratamientos eficaces. En definitiva, intentar salvar las vidas de población en riesgo, a base de evitar que el virus los alcance.

Hay una cita atribuida habitualmente a Antonio Gramsci, en muchas formulaciones, pero que siempre coinciden en oponer el optimismo de la voluntad al pesimismo de la inteligencia. Se le atribuye, porque aparece en sus volúmenes de Cartas desde la cárcel, aquella prisión en la que le encerró la dictadura de Mussolini y de la que salió para morir diez años después, aunque parece que el autor de la frase fue Romain Rolland,

-Soy un pesimista debido a mi inteligencia, pero un optimista debido a mi voluntad,

allí en la cárcel, encerrado en el coronavirus de una monarquía decadente, bajo una dictadura que dio nombre al fascismo, escribió también un buen número de cuentos, y fábulas para sus hijos Giuliano y Delio, para su esposa Iulca, redactados también en forma de cartas para sortear los muros de la prisión.

Vivimos momentos de dictadura del miedo, de terror ante el golpe que estamos viviendo, de dificultades tremendas en el sistema sanitario público. Nadie lo había previsto y durante años muchos se dedicaron a poner en práctica aquello de Más mercado y menos Estado, privatizando y desmontando todo lo público, también la sanidad. Hoy, sin embargo, actúan lavando las manos de sus responsabilidades. Reclaman medidas y se comportan como si nada hubiera sido responsabilidad suya.

Pese a ello, pese a todo, para quienes vivimos esta guerra y esta cárcel de la cuarentena en nuestras casas, se trata  de mantener la voluntad a flote y convertirla en futuro, en ese optimismo que intenta negarnos la inteligencia. A fin de cuentas somos de la raza de gentes que escuchamos a Camacho,

-Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar.

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