Izquierda desnortada

Es de sobra conocido que la famosa Ley de Murphy tiene diferentes formulaciones, no todas ellas atribuibles al propio Murphy. Hay quien la enuncia de forma sencilla afirmando, Si puede ocurrir, ocurrirá. Una manera más pesimista de decirlo sería, Si hay más de una forma de hacer un trabajo y una de ellas culmina en desastre, alguien lo hará de esa manera.

De forma más radical hay quien enuncia la famosa Ley diciendo, Todo lo que pueda salir mal, pasará. O dicho de otra manera, Lo que pueda salir mal, saldrá mal. Tampoco faltan quienes en sus ansias de trasladar la formulación a un caso práctico terminan afirmando, La rebanada de pan untada de mantequilla siempre caerá al suelo por el lado de la mantequilla.

Es evidente que la rebanada no caerá siempre del lado de la mantequilla, aunque ocurra con mayor frecuencia, por razones físicas que tienen que ver más, según parece, con la altura de la mesa que con el peso de la mantequilla. El éxito de la Ley de Murphy pone de relieve nuestra capacidad de recordar antes lo malo, que lo que no tiene consecuencias negativas, tal vez a causa de un cierto pesimismo natural, o un miedo ancestral al fracaso.

En cualquier caso, la virtud de la Ley de Murphy consiste, creo yo, en el hecho de llamar nuestra atención sobre la ineludible necesidad de tomar en cuenta, prevenir y anticipar los errores que se pueden cometer y que, probablemente, se terminarán cometiendo. Hacerlo así podría evitar numerosos disgustos. A esta forma de actuar se la puede denominar diseño defensivo y tiene su importancia también en política.

Se me ocurre que si algunas de estas consideraciones hubieran sido tomadas en cuenta por las fuerzas de la izquierda podríamos habernos evitado recientemente y hasta en el inmediato futuro, algunos desastres que aparecen en el horizonte, el más peligroso de los cuales se me presenta en forma de repetición del efecto Madrid, gracias al cual el trío de derecha conservadora, derecha ultraliberal y ultraderecha, van a gobernar la Comunidad y el Ayuntamiento de la capital durante los próximos cuatro años.

Pedro ha escuchado demasiado a su ala derecha interna y a esa derecha económica con alas que ha declarado que va a dormir mejor y, desde luego, seguir viviendo de lujo sin Podemos en el gobierno. Porque de eso se trataba la operación iniciada hace años. Que todo cambie, incluida la geografía política, pero que todo lo esencial perdure. Y lo único esencial, para estos señores, es la estructura de poder económico.

Por su parte, Pablo metió la pata al no aferrarse en julio a la última, e irrepetible, oferta de Pedro. Programa, programa, programa y ministerios, por primera vez en toda la etapa democrática. Dos meses después, aceptar cualquier oferta de menor peso pudiera haber sido interpretada como debilidad y ahí cometió su segundo error. Esta vez podría haber dado sus votos aparentemente gratis, sin renunciar a ninguno de sus objetivos programáticos, con tal de evitar una nueva convocatoria electoral. No lo hizo.

No juzgo cual de los dos tiene más culpa. Los sanchistas dirán que el culpable es Pablo. Los pablistas me pondrán de vuelta y media porque consideran que el único culpable es Pedro. Si éramos pocos, los errejonistas, que esperaban su oportunidad, cazando a la retranca y aguardando a que la pieza pasase por delante para abatirla, han dado el salto y han apretado el gatillo.

Estos errejonistas terminarán siendo condenados como culpables de un desastre electoral de la izquierda, si llegase a ocurrir. Mucho más tras la experiencia vivida en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid perdidos para la izquierda por méritos propios y tras una demostración de similar división interna.

Reitero que no siempre la tostada tiene por qué caer por la cara de la mantequilla, como tampoco es inevitable que si nos cambiamos a la cola de la caja que avanza más deprisa, ésta tenga que ralentizarse indefectiblemente. Puede que todo esto no acabe en desastre para la izquierda. Nunca se sabe.

Puede que el errejonismo, si se presenta tan sólo en provincias donde se eligen muchos diputados y el resultado es más proporcional, contribuya a movilizar el voto descontento con Pedro y Pablo y hasta tenga resultados positivos para el conjunto de la izquierda. Pero todas y todos sabemos que ese puede viene cargado de incógnitas que podríamos habernos evitado.

Definitivamente, siguiendo los dichos y frases de esa tierra gaditana en la que viví un tiempo, la izquierda nos ha salido por peteneras, se nos ha desnortado, ha tomado la vía de Tarifa. Mi primera reacción indignada fue la de mandarles a paseo y no votar. Luego pensé en todos esos poderes económicos que duermen ahora plácidamente y en la soberbia y la chulería de quienes han utilizado España como un coto de caza y un cortijo para el enriquecimiento. Pensé en los grandes beneficiarios de mi voto perdido.

Volveré a votar. Lo que en abril fue un voto ilusionado para hacer posible un gobierno de la izquierda y evitar el accenso de la ultraderecha a cuotas de poder, expresará en noviembre el sentimiento que traslada una reciente viñeta que venía a decir algo así como, No me apetece votar a quienes no cumplen sus compromisos, pero votaré a la izquierda para que no gane la triple alianza de las derechas y terminen cumpliendo todas y cada una de sus amenazas.

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